El 15 de marzo entraba en vigor el estado de alarma en España, la razón es conocida por todos: la pandemia del coronavirus llamaba a la puerta. Desde entonces, se ha puesto el foco en los sanitarios, quienes han realizado un trabajo encomiable. Han estado al límite de sus fuerzas. Muchos de ellos han contraído la enfermedad. De hecho, su tasa de contagio ha sido excesivamente elevada.

Pero, al menos, han recibido el reconocimiento social. Desde mediados de marzo, la ciudadanía les ha brindado un aplauso público y diario. Así se ha querido agradecer el empeño de estos profesionales en favor de todos. Sin embargo, ¿cuál ha sido la situación real de dichos trabajadores? Hemos podido hablar con dos de ellos que nos han relatado las vicisitudes que han padecido.

«Los primeros días, cuando comenzó todo esto, fueron caóticos, porque no se sabía lo que había que hacer. Nadie conocía lo que realmente era el coronavirus», confirma Miguel Méndez, pinche de cocina en el hospital «Ramón y Cajal» de Madrid. En definitiva, no existían protocolos. «Dependiendo de la planta en la que te tocara repartir, los médicos podían estar con mascarillas y gafas protectoras, o directamente no llevar nada».

Por ello, muchos trabajadores comenzaron a preguntar si deberían llevar la misma protección. Sobre todo, cuando se empezaron a multiplicar los contagios. «Nosotros nos cambiábamos en un vestuario y mi compañero de al lado, que es celador, dio positivo por COVID-19. Y luego fueron apareciendo más casos…», explica Méndez.

Ante esta situación, Miguel acudió al departamento de Salud Laboral del Hospital Ramón y Cajal de Madrid. «Les expliqué la situación, les dije que yo era población de riesgo –es asmático– y que, además, en esos momentos padecía tos. Pero me dijeron que volviera a trabajar», explica. Además, y a pesar de haber estado en contacto con afectados, de presentar síntomas y de ser población de riesgo, no se hizo ningún seguimiento al estado de este profesional.

Posteriormente, cuando empeoró, lo mandaron a casa durante 15 días. Y solo le hicieron la prueba cuando querían darle el alta para que regresase a su empleo. «Me comentaron que tenía que rellenar un formulario diario con mis síntomas, pero no me llamó nadie para ver mi evolución. Todos los problemas los he tenido que resolver solo, yendo a Urgencias y acudiendo a la consulta de mi médico de cabecera», describe. «Las pruebas que me han hecho han sido para saber cuándo podía volver a incorporarme a mi puesto».

Esta actitud por parte de Salud Laboral, ¿viene dada por el miedo a la merma de personal sanitario en medio de la pandemia?

«Evidentemente», asegura Méndez. «Hubo falta de medios personales y materiales. Al principio no había ni mascarillas. La carencia de recursos ha sido muy clara…».

No obstante, este profesional reconoce que, con el paso de las semanas, se comenzó a contratar a diferentes personas. Sin embargo, esta medida llegó tarde y en muchas ocasiones no se brindó la formación necesaria a los nuevos trabajadores para que pudieran desempeñar su labor. «En lugar de preverse el pico de enfermos y contratar a gente para ese momento, los empleados adicionales llegaron cuando esa situación había pasado», denuncia.

Por tanto, los sanitarios consideran una «barbaridad» el anuncio realizado por el Gobierno de la Comunidad de Madrid de despedir al refuerzo profesional seleccionado para la pandemia. Con esta medida, y en caso de que haya un rebrote de la enfermedad, «va a pasar lo mismo que ahora». Es decir, se reproducirán las situaciones de estrés y colapso.

De hecho, se han soportado situaciones muy complicadas. Pero algunos sectores han sufrido circunstancias todavía más difíciles. «Los celadores han sido los que peor lo han pasado, porque no son calificados como "personal sanitario". Por tanto, se les considera de "bajo riesgo" y, en consecuencia, no se les proporcionan tantas medidas de protección», denuncian. Y todo ello, con unos salarios que, en muchos casos, apenas superan los 1.000 euros mensuales.

Además, a esta situación se suma la privatización de algunas prestaciones hospitalarias, entre ellas las de lavandería. «Me he tenido que llevar prendas del trabajo a mi casa para poder lavarlas porque, de lo contrario, no las teníamos limpias al día siguiente. Y, cuando dejas la ropa en este servicio, en algunas ocasiones te encuentras manchas de sangre o jeringuillas en los bolsillos», denuncia Miguel Méndez.

En Castilla–La Mancha también ha habido problemas

No es extraño que se haya puesto el foco en la –cuestionable– gestión de la Comunidad de Madrid. Sin embargo, otras regiones no se han librado de las críticas. Un ejemplo es Castilla–La Mancha. En el centro de salud de Cabanillas de Campo (Guadalajara) trabaja como enfermera Asunción de la Fuente, quien, como Miguel Méndez, ha vivido en primera persona las consecuencias del coronavirus.

Además, De la Fuente también denuncia la falta de material con la que han tenido que trabajar tanto ella como sus compañeros. Sin ir más lejos, han sufrido la falta de mascarillas, un recurso que el Gobierno regional no ha abastecido con regularidad. «Si hubiéramos tirado este material después de 8 horas –como recomiendan los fabricantes–, no hubiéramos tenido para los siguientes días», denuncia esta profesional. «Lo hemos estado utilizando como si fuera reciclable», añade.

Esta trabajadora asegura que es muy probable que se haya priorizado el Hospital General Universitario de Guadalajara –referencia en la provincia– durante el aprovisionamiento de materiales. Pero debería haberse asegurado el bienestar de la totalidad de los trabajadores. «No tenemos todo lo que sería necesario para nuestra labor», critica.

Una situación que se ha podido atajar gracias a la ayuda ciudadana. «En Cabanillas del Campo, un grupo de vecinos se pusieron a construir mascarillas y nos las trajeron a nosotros, a los sanitarios, cuando no teníamos». En cualquier caso, esta enfermera solicita una mayor previsión a las autoridades, así como una visión más amplia a la hora de abordar pandemias como la de la COVID-19.

«Se tiene que prestar más atención a la epidemiología, que está totalmente olvidada. Hasta ahora, la presencia de la mencionada especialidad se reducía a declarar las enfermedades infecciosas que se detectaban. Y poco más. Hemos obviado una serie de amenazas y de riesgos que teníamos a nuestro alrededor», critica esta enfermera.

Además, se han de tener más en cuenta tanto las advertencias de la Organización Mundial de la Salud (OMS) como las experiencias de otros países. Al mismo tiempo, se debe proporcionar a los sanitarios una información «más concreta y clara» de cómo han de actuar ante situaciones como las vividas durante las últimas semanas. Así, se podrían diseñar estrategias eficaces para hacer frente a la realidad actual.

Pero, sobre todo, hay que perfeccionar los protocolos para evitar circunstancias como las vividas por Miguel Méndez o por Asunción de la Fuente. Esta última también fue obligada a acudir a su puesto de trabajo a pesar de mostrar indicios claros de COVID-19. «Durante todo el mes de marzo presenté síntomas leves. Por ejemplo, tuve febrícula durante dos días, pero como no llegaba a 38 grados de temperatura, desde Salud Laboral me dijeron: "Tú, sigue trabajando"; también contaba con tos, y me insistieron: "Tú, sigue trabajando"».

Por ello, esta profesional, hasta que consiguió la baja médica, iba al centro de salud con «gran estrés», porque «sabía que podía contagiar a mis pacientes». Sin embargo, desde el organismo competente no le permitían faltar a su puesto. «Los criterios para obtener la baja entre la ciudadanía han sido más flexibles que para los sanitarios. [Los responsables de salud] creían que se iban a quedar sin profesionales», critica.

Y ante estas situaciones, ¿cómo es posible que salga el trabajo adelante? «Con paciencia, porque, ¿cómo vas a dejar sin atender a una persona enferma? Entonces te aguantas, te jodes y haces tu labor», asegura Miguel Méndez. Al final, «el pueblo es el que salva al pueblo». Por ello, los aplausos diarios de las 20.00 son fundamentales. Hay que mostrar solidaridad con estos profesionales. Pero todavía es más importante ejercer nuestra ciudadanía y controlar a los gestores sanitarios, para que el personal hospitalario pueda realizar su labor con todas las garantías necesarias. Es la única forma de protegernos…