Otelo es el general que comanda la flota de la República de Venecia. El máximo responsable, por tanto, de su defensa. Es un extranjero; moro en una sociedad de blancos. Ha llegado a este importantísimo cargo por méritos propios, gracias al prestigio ganado en múltiples combates que le han dado fama de gran estratega militar y de héroe. Desde su cargo defiende la República y las rutas marítimas, que son vitales para el comercio que ha hecho la riqueza de Venecia. Personaje admirado y halagado por los nobles, goza de la amistad de Brabantio, ilustre y respetado veneciano. En su casa trata a su hija, Desdémona, y surge el amor entre ellos.

Brabantio ha rechazado a muchos jóvenes nobles pretendientes de su hija. Otelo y Desdémona deciden casarse en secreto. Lo cual es una evidente transgresión de las normas que rigen en esa sociedad, donde una doncella debe casarse con la autorización paterna. La noticia de esta boda se conoce pronto y algunas gentes, animadas por Yago, ayudante militar de Otelo se presentan en la noche con escándalo bajo la casa de Brabantio para mofarse de él gritándole que no sabe dónde está su hija y voceando obscenidades acerca de esta boda: «¡Te han robado la hija! ¡Y ahora, en este instante, un ovejuno negro está montando a tu blanca cordera! ¡Un semental berberisco está montando a tu hija! ¡Relincharán vuestros nietos!»

Esta escena es organizada por Yago como el comienzo de su venganza contra Otelo debido a que este ha nombrado a Cassio como lugarteniente, posición que anhelaba Yago.

El anciano Brabantio, alarmado, decide acudir al Senado a pedir justicia y donde se está tratando, en ese momento, en sesión de urgencia sobre la amenaza turca que se cierne sobre Venecia. Ya en esta escena emerge en la calle, en las gentes que gritan, una consideración diferente respecto al prestigioso Otelo: el moro lujurioso, el infame extranjero.

En el Senado Brabantio, ante el Dux, denuncia que Otelo le ha robado a su hija, seducida con hechizos y pócimas de brujo. Otelo se defenderá con un discurso en el que refiere que no ha habido malas artes. Que era amigo de su padre y que le quería bien. Que le invitaba a su casa y allí refería la historia de su vida, sus batallas, aventuras y lances que afrontó en su vida. Y que Desdémona le suplicaba que siguiera contando su historia: «Y me daba las gracias y me decía si no tendría yo un amigo que la amara para que de mi aprendiera cómo contar mi vida y conquistarla así, al referirla. Esto me animó a hablar y logré que me amara por mis hazañas, y el ver cómo se conmovía hizo que yo también la amase. Ese fue mi hechizo, esa la alquimia que usé».

Desdémona declara su amor por Otelo. Y el padre dice: «¡Que Dios te ayude! ¡Hija ya no tengo!». El Dux sentencia: «Cuando el remedio ya no es posible, la pena resulta inútil ante lo inevitable que puso fin a la esperanza». Y, seguidamente, ordena a Otelo ir al frente de la flota a defender Chipre que está sitiada por los turcos. Desdémona irá con él.

Al marcharse, Brabantio le dice a Otelo: «Mírala bien, Moro, si es que tienes ojos. Si traicionó a su padre podría traicionarte a ti».

Ya en Chipre comienza la trama que urdirá Yago para suscitar los celos de Otelo respecto a Cassio. Tras la victoria contra los turcos Otelo ordena que se haga una fiesta para celebrarlo. Yago con astucia va a provocar que todos beban mucho en la fiesta y, luego, con insidias consigue que surja una pelea en la que se ve involucrado Cassio y resultan algunos heridos. Otelo se enfurece por ello y castiga a Cassio con el cese de su puesto de lugarteniente por considerarle el responsable de los sucesos.

Cassio se dirigirá a Desdémona, que siente una gran consideración por él, y le ruega que le pida a Otelo que suprima el castigo. A lo cual accederá Desdémona solicitándole a Otelo repetidamente el perdón para Cassio. Yago organiza un encuentro entre Cassio y Desdémona para que este pueda reiterarle que consiga de Otelo su perdón. Mientras tanto, Yago lleva a Otelo a la estancia en la que están Cassio y Desdémona. Cassio se va rápidamente.

Yago le dice a Otelo, «¡Hola! No me gusta lo que veo», este responde, «Ése que se despedía de mi esposa… ¿era Cassio?». Y Yago: «¿Cassio, mi lord? No lo creo. ¿Por qué iba Cassio a huir como un ladrón solo porque vos llegárais?» Otelo: «Era él. Estoy seguro».

Yago irá adelante con alusiones que apuntan a la sospecha sobre Cassio. Otelo le dice en una de esas ocasiones: «¿Algo no os gusta? ¿No es Cassio un hombre honesto?». Yago: «¿Honesto, mi señor?». Y Otelo: «¡Honesto, sí, honesto!»

A partir de este momento comienza a avanzar en Otelo el pensamiento de que Desdémona le engaña con Cassio. Pensamiento de celos que aumenta constantemente, siempre instigado por las hábiles insinuaciones de Yago, quien consigue que sea el propio Otelo quien vaya tomando como hechos esas alusiones, y le va a exigir a Yago que le cuente lo que sabe. «Quiero pruebas oculares», le dice Otelo.

El traductor y editor de la obra, Manuel Antonio Conejero señala, el efecto que se expresa a través de la dramaturgia: «Que Otelo se abandona hasta el final, sin oponer resistencia contra las intrigas de Yago. Y esto, de una forma absolutamente radical».

Yago le manda a su mujer Emilia, quien es criada de Desdémona, que le robe a esta un pañuelo que le regaló Otelo, y que lo deje en la habitación de Cassio. Después, Yago le dirá a Otelo que ha visto que Cassio tiene ese pañuelo que él le regaló. «Fue mi primer regalo», exclama Otelo. Entonces, Yago responde a Otelo: «Con franqueza, mi señor, el haber ella rechazado tantos partidos como tenía, pretendientes de su condición, raza, rango… —que es a lo que tiende siempre la Naturaleza— hace suponer una voluntad algo viciada, una, digamos, desarmonía, corrupción y desorden…»

Más tarde le dirá también que ha oído a Cassio decir a otros que había yacido con Desdémona, tras escuchar esto Otelo sufre un desmayo. Otelo pretende probar a Desdémona, y en una ocasión le dice: «Tengo un fuerte catarro, dadme vuestro pañuelo». Ella responde: «No lo traigo conmigo, señor». Y Otelo responde: «Eso es grave. Ese pañuelo que os regalé se lo dio una zíngara a mi madre. Una egipcia, una hechicera que incluso sabía adivinar el pensamiento. Y ella dijo que su encanto no había de perderlo mientras lo conservara, y que a mi padre tendría siempre enamorado; más perdiéndolo, o si lo regalaba, mi padre apartaría sus ojos de ella…Me lo dio a mí al morir, diciéndome que se lo entregara a mi mujer, si llegaba a casarme. Guardadlo bien. Perderlo o regalarlo sería desgracia grande, no semejante a ninguna otra».

Yago prepara una escena decisiva, la de las pruebas oculares. Lleva a Otelo a una estancia y le dice que se esconda. Aparece Cassio diciendo palabras de amor a una mujer. Se trata de Bianca, la prostituta que es amante de Cassio, y que, despechada con este, le devuelve el pañuelo que encontró en su habitación y se lo había dado a ella para que le bordara otro igual.

Otelo alcanza a ver su pañuelo en la mano de Cassio. «¡Por todos los dioses! ¿No es ése mi pañuelo?¡» Otelo ha tenido su prueba ocular.

La tragedia se precipita hacia su desencadenamiento. Llega Ludovico, noble veneciano representante del Senado. Trae una carta para Otelo. Se le comunica su destitución, se le ordena volver a Venecia y que quede Cassio al mando en Chipre. Otelo vuelve a acusar a Desdémona y la golpea, delante de Ludovico, quien dice a Otelo: «Señor, nadie en Venecia habría de creer esto, aunque jurase haberlo visto. Pedidle disculpas». En vez de eso, Otelo grita a Desdémona: «Maldita. Fuera de mi vista».

Más tarde, en su habitación prosigue Otelo: «Pero de ese lugar donde mi corazón deposité, donde debo vivir o renunciar a la vida, de ese manantial que alimenta mi curso para que no se seque, ¡ser apartado así!». Ante la terrible acusación de Otelo que le llega a decir. «Ojalá no hubieras nacido jamás», Desdémona exclama: «¡Dios! ¿Qué pecado de ignorancia he cometido?»

Desdémona está dormida, entra Otelo con una antorcha declamando: «Hay una razón, alma mía. Vosotros no podéis conocerla, estrellas sin mácula. Pero hay una razón. No, no quiero derramar su sangre, ni lacerar su piel, blanca como la nieve, suave como alabastro en el sepulcro. Pero debe morir […] pero, si extingo esa luz tuya ¿dónde podré encontrar el fuego de Prometeo que a mí tu luz me restituya?». Desdémona se despierta y hay un último diálogo en que Otelo le exige que confiese su relación con Cassio. Ella le jura que no, y él le llama mujer perjura. Ella le suplica que no le mate y él dice: «Demasiado tarde». La estrangula con sus manos.

Seguidamente aparece Emilia, quien desvela la trama y acusa a su esposo Yago de haber urdido toda la tragedia. Otelo comprende con horror que ha sido víctima de un engaño. Aparecen Ludovico y otros nobles venecianos. Ludovico: «¿Dónde está ese loco, ese desventurado?». Otelo responde: «Aquí está quien un día fue Otelo». También llega a decir: «Quién puede oponerse a su destino».

Otelo tiene en la mano una daga y antes de matarse dice: «Esperad, unas palabras todavía. He prestado servicios al Estado. Sea eso suficiente… Os ruego que al narrar estos hechos dolorosos habléis de mí tal como soy. No excuséis ni agravéis mi culpa por rencor. Hablad de alguien que amó torpemente, pero amó demasiado… decid, también, que en Alepo hubo un turco altivo, su cabeza cubierta de arrogancia, que causo ofensa a los de Venecia… y que, tomando al perro circunciso por el cuello, le hirió de muerte…así». Se apuñala y muere.

Como suele ocurrir en las tragedias de Shakespeare, al final, es el representante de la autoridad, Ludovico, quien lamenta la desgracia, le insta a Cassio a ocupar su cargo y ordena la tortura y juicio para Yago.

A partir del pasaje al acto no es posible un diagnóstico diferencial. El pasaje al acto se produce en todas las estructuras. Lo que podemos tratar de hacer, es a través de las series significantes, una interpretación de las coordenadas subjetivas por las que va a transitar el sujeto hacia su conclusión.

Del conjunto del texto se destaca algo paradójico que sugiere la observación de Manuel Antonio Conejero en su prólogo a la obra, cuando comenta que Otelo no es capaz de oponer resistencia a las intrigas de Yago. Este abandono, este sometimiento a las palabras, insinuaciones de Yago, contrasta con el semblante que nos presenta Otelo desde el inicio de la obra. Un hombre valiente, combativo, gran estratega, un hombre de deseo decidido que ha llegado a la cumbre en sus propósitos. ¿Cómo se rinde tan fácilmente este hombre ante la difamación de su amada esposa?

Para contestar esta pregunta, que es una pregunta clínica, encontramos un acontecimiento previo que resaltar: la boda prohibida con Desdémona. Esta infracción muy grave de la ley vigente que hace preceptiva la autorización paterna, y que causará la maldición de Brabantio a Otelo, conlleva la comparecencia de Otelo en el Senado donde justifica por el amor la transgresión que ha realizado. Asimismo, en la calle se ha gritado llamándole moro lujurioso, negro infame… Algo de su semblante, por el que es tan querido y valorado, ha sido tocado por primera vez. Cierto desplazamiento en los simbólico. Una sombra de degradación ha caído sobre la realización exitosa de su vida.

Tras este episodio y la marcha a Chipre a realizar una misión muy importante es cuando va a quedar atrapado en la intriga de Yago. Las alusiones de Yago, sus frases inacabadas, sus duplicaciones del decir de Otelo, la traición de Desdémona que Yago le instila, parecen duplicar su propio pensamiento inconsciente, el desdoblamiento que sufre Otelo: es en él mismo donde habita la sospecha de ser traicionado. La habilidad de Yago estriba en hacerle creer que esta idea viene del Otro. A partir de ahí toda la actuación de Otelo queda marcada por la urgencia de llegar al convencimiento completo de la infidelidad de Desdémona, de ser él mismo ese objeto miserable, basura…. Lo mismo que busca probar que es ella. Otelo no puede soportar ya ser el esposo amado de la doncella veneciana más hermosa y deseada.

Los actos III y IV de la obra son ese avance imparable de Otelo hasta instalarse completamente en el callejón del eje imaginario con Desdémona, donde cada vez queda más lejos del Otro simbólico que pudiera dar otras respuestas.

Yago prepara la escena que le proporcione a Otelo las pruebas oculares que este le exige con insistencia. Lo ocular es el goce de la mirada con que Otelo espera que sean confirmadas sus sospechas y que, sumido en el imaginario del sentido, cree que eso será la verdad, y no las palabras de amor y los juramentos de fidelidad que le dice constantemente Desdémona.

El desenlace viene tras la visión del pañuelo en manos de Cassio. Esto tiene un efecto catastrófico. Aquel pañuelo que era un objeto con valor fálico, que le representaba a él y era signo de su amor, aparece en una escena fulgurante en poder de Cassio. De prenda de amor, el pañuelo cae de modo irreversible a signo del adulterio de su esposa, es lo real del goce que hace estallar el escenario en que había habitado el ser de Otelo, el marco fantasmático donde sus deseos se realizaban y donde su semblante triunfaba. Otelo, succionado todo su ser por la visión del pañuelo, pierde su vínculo con el Otro, y se hunde en el mundo inhabitable de lo real. Pierde su Ser y queda en el Uno, donde el goce del horror se ha instalado sin posibilidad de que un Otro, que ya no existe, le permita encontrar las palabras con las que poder explicarse lo que le ocurre. Desdémona queda reducida a ese objeto de piel blanca, marmóreo y suave como alabastro en el sepulcro. Un puro real para Otelo.

El espejo que era Desdémona se ha roto en mil pedazos, «veo esos dulces ojos verdes donde ya no puedo reconocerme», «no soy yo quien te mata…» le dirá poco antes de matarla. Es la única solución que puede dar al horror, «infierno», en que vive. Desdémona, ante el desenlace que ve llegar se pregunta qué pecado ha cometido.

Philippe De Georges, en su texto «Desdémone, qu’on dit-femme», dice: «Su falta, que es el amor, le ha hecho ir contra el «Nombre del Padre». Ella conduce a Otelo a la boda prohibida. «Pues esta Dama perfecta y pura, amante y delicada, que transgrede por amor la ley del padre, es también una mujer. Es secretamente demonio y no puede hacer otra cosa que enviarle al infierno». En su nombre lleva el significante demonio, Desdémona. E infierno, es un significante que también contiene, en el original, el nombre de Othello, señala De Georges. Esta idea queda sugerida en el texto de la obra cuando entra Emilia ve ya muerta a Desdémona y grita, «¿Quién pudo cometer este crimen?» y, en un recuso teatral, el cadáver de Desdémona responde: «Nadie, yo misma lo hice. Adiós».

Las últimas palabras de Otelo, justo antes del acto matarse, donde se reivindica de la labor de su vida, «sus servicios al Estado» y un origen noble, «un turco altivo», parecen sugerir un último afán de su ser, un deseo de salvar su nombre del deshonor, de evitar una segunda muerte.

Otelo representa en la literatura un paradigma de la locura y la muerte por celos, de una tragedia horrible, pero el personaje no tiene una significación de maldad. Es Yago quien esto representa. Otelo ha quedado para la posteridad más bien como un héroe víctima del infortunio.

Notas

1 Todas las citas de la obra están sacadas de Othello. Edición del Instituto Shakespeare. Traductor y editor Manuel Antonio Conejero. Ediciones Cátedra.
2 Philippe De Georges, “Desdémone, qu’on dit-femme”. Este texto viene en el boletín de las 49 Jornadas de la Escuela de la Causa Freudiana, Femmes en psicoanlisis.