¿Cuál es el peor escenario posible ante la pandemia del coronavirus? Que un porcentaje relativamente alto de la población se contagie. Este porcentaje puede fluctuar entre el 50 y el 80% de los habitantes de un país. Una parte importante de la población no presentaría síntomas graves: esas parte correspondería al 80%, un poco más, un poco menos. El 20% restante se dividiría en dos grupos. Unos que requieren hospitalización breve, otros que necesitarán terapia intensiva con ayuda respiratoria. El número absoluto de este último grupo dependerá de la estructura demográfica de la población, ya que los ancianos con una edad superior a los 70 años son los más vulnerables.

La mortalidad es de un 1 al 2% del total y de un 10 al 15% en el grupo más expuesto. En caso de una cantidad elevada de enfermos graves en un periodo limitado de tiempo, la mortalidad podría aumentar por ineficiencias de infraestructura, como por ejemplo falta de camas en los hospitales, falta de aparatos respiratorios y personal preparado. Este es un escenario real y los médicos afrontarían el dilema de elegir a quién curar y a quién descartar. En un país de unos 60 millones de personas, la mortalidad podría ser de unas 500.000 con un margen de error del 20%.

La probabilidad de esta situación es solamente reducible a través de políticas de contención o reducción de los contactos sociales, que es lo que sucede en Italia en estos momentos y que China ha implementado con resultados positivos, conteniendo el contagio a menos de 100.000 personas por el momento.

Hay políticos en algunos pocos países que han jugado con la idea de reducir la contención a un mínimo y dejar que el contagio siga su evolución natural. Es decir, estos políticos han considerado el riesgo de un porcentaje elevado de muertes, que, como actuación en una democracia, significaría el suicidio político, ya que podremos hacer comparaciones precisas sobre los resultados y demostrar con datos en mano qué estrategia ha funcionado mejor o peor.

Pero el problema interesante en estos casos es que el elegir a un político significa otorgarle poder sobre la vida y la muerte y, a veces, sucede que por falta de preparación o pragmatismo, estos no sepan cómo comportarse y así hacen aumentar los muertos. Algunos, más cínicos, afirman que la intención detrás de una falta de contención articulada y eficaz tiende a favorecer la actividad económica, porque no se cierran los centros de producción y servicios y además, esta estrategia, beneficia la finanza pública, haciendo desaparecer en un breve período de tiempo un porcentaje alto de jubilados, ancianos y enfermos graves que, cuestan significativamente más que una persona joven y sana, sobre todo en los países, donde la salud es administrada por entes públicos.

Esta pandemia nos está mostrando otro aspecto interesante: la eficacia de la salud pública en relación a la privada. Algunos factores, que podemos evidenciar son el costo de los tampones o test para determinar el contagio y la disponibilidad mayor o menos de camas en los repartos de terapia intensiva en los hospitales. La hipótesis es que la mortalidad será superior allí donde se paga por la asistencia pública en comparación con los países donde la salud es gratuita y garantizada por el Estado. Otro aspecto interesante es cómo son impuestas las limitaciones de movimiento. Usar la violencia o la información persuasiva. En algunos lugares la contención implicó una mortalidad ligeramente más alta considerada como un efecto secundario.

En realidad, todo esto nos lleva a pensar en la importancia del voto y saber darlo, ya que a veces la política es un tema de vida o muerte. No sólo en las decisiones que se toman, sino que también en el método.