Aunque nos hemos acostumbrado a eslóganes políticos como América Primero o similares, esto no sólo es motivo de orgullo para sus ciudadanos y electores, sino que además tiene detrás un componente de diferenciación con respecto a los «extranjeros», sean estos de donde sean.

Aspecto que no preocupa a los políticos en campaña, ya que sus mensajes van dirigidos hacia aquellos que tienen la ciudadanía y por tanto pueden ejercer el voto, desatendiendo a los residentes temporales o visitantes de otros países que no van a influir con su voto sobre los resultados electorales.

Si bien esta es una realidad aceptada y extendida, algunos partidos van un poco más allá y se radicalizan estableciendo esos «límites» de forma más restrictiva, ya sea hacia un país, raza o religión, algo de lo que podemos pensar que estamos exentos, pero que desde las neurociencias se evidencia que no es así, o al menos eso es lo que afirma una investigación realizada conjuntamente desde la Universidad de Nueva York, el Instituto Tecnológico de Massachusetts y la Universidad de Yale cuyos resultados han sido publicados en el 2018 en la revista científica Journal of Cognitive Neuroscience.

Donde se llevaron a cabo dos estudios, en el primer estudio participaron catorce adultos de los cuales siete eran mujeres, mientras que en el segundo estudio participaron trece adultos de los cuales seis eran mujeres, todos ellos, tanto los hombres como las mujeres eran de raza blanca.

En el primer estudio se presentaron rostros de personas blancas y de color sin ningún tipo de emoción, y todas desconocidas para los participantes; en el segundo estudio se presentaron rostros de personajes conocidos, figuras destacadas del deporte, la música o el cine tanto de personas de color como blancos.

A todos los participantes se les realizó una medida de la actividad neuronal mediante resonancia magnética funcional. Igualmente se evaluó la respuesta de sobresalto ante el estímulo presentado a través de la evaluación del parpadeo empleando para ello la electromiografía. Además, se les hizo pasar por un procedimiento de evaluación de las actitudes implícitas mediante el Implicit Association Test (IAT).

Los resultados muestran una sobreactivación de la amígdala ante la presencia de imágenes de rostros de personas del «color contrario» al del participante, no mostrándose esta sobre activación cuando las imágenes de rostros contemplados se correspondían con la raza del participante. Esto no quiere decir que ante una cara «conocida» o de la misma raza, no vaya a reaccionar, sino que la reacción «emocional» provocada es superior cuando la imagen de la persona es de una raza diferente al del participante.

A pesar de que en el reconocimiento del rostro participen otras regiones cerebrales, únicamente resultó significativa la activación de la amígdala en función de la raza de los estímulos presentados. Igualmente se obtuvieron correlaciones positivas entre las evaluaciones de la resonancia magnética funcional, el IAT y la electromiografía, por tanto, el uso de cualquiera de los tres sería válido para la detección del racismo.

Como novedad en los resultados, es que la familiaridad de los personajes, relacionados con aspectos positivos, ya que eran «famosos» en su ámbito, muestra una reducción del racismo en la evaluación, es decir, las experiencias positivas con una raza, hace que estas se vean menos «diferentes» que si no se tienen dichas experiencias.

Es decir, a medida que se nos hace «familiar» una persona por verlo de forma repetida en la televisión o a través de otros medios, se reduce el nivel del racismo hacia esa raza, al asociarse con componentes de experiencias positivas.

Pero en ocasiones los medios de comunicación sirven para exponer cómo determinados individuos de una determinada raza cometen actos antisociales generando emociones negativas al respecto, lo que lejos de afectar sólo a ese individuo puede generalizarse dicho sentimiento hacia todo un colectivo de su raza tal y como ha sucedido con el COVI-19, donde entre alguna población se ha despertado un sentimiento en contra de los «chinos».

Situación que no afecta únicamente a los nacidos en China, si no a cualquiera que tenga rasgos orientales, ya haya nacido en Filipinas, Corea, Japón…, dándose un fenómeno de sobregeneralización hacia los «asiáticos», pero... ¿por qué todos los chinos nos parecen iguales?

Esto es lo que ha tratado de responderse con una investigación realizada desde la Facultad de Psicología y Ciencia Cognitiva, Universidad Normal del Este de China y la Facultad de Educación, Universidad de Zhejiang (China), el Departamento de Psicología, Universidad Estatal de Humboldt (EE.UU.) y el Instituto de Neurociencias y Psicología, Universidad de Glasgow (Reino Unido) cuyos resultados han sido publicados en el 2019 en la revista científica Plos One bajo el título A data-driven study of Chinese participants' social judgments of Chinese faces.

La investigación se realizó en tres etapas.

  1. Estímulos, se seleccionaron cincuenta hombres y cincuenta mujeres todos chinos, de los cuales se les realizó seis fotografías del rostro.

  2. Diez hombres y veintidós mujeres evaluaron la emoción de los rostros para quedar únicamente con aquellos que fuesen neutros.

  3. Diez hombres y diez mujeres debían de identificar hasta 14 rasgos del rostro en una escala tipo Likert del 1 al 7, siendo el 1 baja presencia del rasgo y el 7 alta presencia del rasgo.

Los resultados muestran que hay dos rasgos que explican el 85% de la variancia, el primero el de accesibilidad/valencia, mientras que el segundo era la cordialidad.

En investigaciones anteriores se ha comprobado como el primer caso, el rasgo de accesibilidad/valencia también es usado por la población occidental, y daría cuenta a una cara afable e «inofensiva».

Con respecto al segundo rasgo, el de cordialidad, no es un elemento que se emplee para distinguir los rostros por parte de los occidentales, siendo un rasgo distintivo en el procesamiento de los rostros.

Por todo lo anterior se puede concluir que existe un componente cultural en el procesamiento del rostro que permite a unos fijarse más en unos rasgos que en otros a la hora de diferenciarlos, lo que provoca una incapacidad para distinguir entre individuos de una misma raza que sea alejada de la que convivimos, de ahí que el racismo se haya sobregeneralizado hacia todos los asiáticos, al ser incapaces de distinguir quién sí es de China y quién no.