Domingo 23 de febrero a las 9.00 de la mañana. Estoy en el aeropuerto de Bolonia en un tiempo de epidemia y miedo. Los periódicos hablan de 76 casos de contagio y dos muertos. Algunas ciudades están cerradas. No se puede salir ni entrar de ellas y la gente es invitada a permanecer en sus casas. La situación se ha precipitado en las últimas 48 horas y el contagio se propaga rápidamente. Los índices de mortalidad son bajos, menos del 2% sobre el total de personas contagiadas y un cálculo frío nos mostraría que esta infección no es peor que cualquier gripe o influenza, que en una sola temporada afecta a millones de personas, causando cientos de muertes entre ancianos y personas debilitadas.

Veo gente con máscaras que en realidad no ayudan, las salas de espera están casi vacías y las autoridades han cancelado muchos encuentros sociales, escolares, deportivos y laborales en las ciudades más afectadas. Por el momento los focos de infección están bien delimitados al sur de la Lombardía, en Padua y Venecia y por el momento con pocos casos conocidos fuera de estas zonas. El norte de Italia es seguramente vulnerable por sus altos niveles de internacionalización, densidad de población, movilidad y sociabilidad. La gente frecuenta los bares, come en restaurantes, se junta habitualmente con muchas otras personas y los contactos son físicos. Italia es hoy el país europeo con más contagiados y todo ha sucedido en pocos días y horas.

Vuelvo en una semana y seguramente entonces la situación será completamente distinta. Políticamente el gobierno está acosado por una oposición agresiva. Las autoridades tienen que mostrar que tiene la situación bajo control. En realidad lo que se puede hacer en estos casos está limitado a un desesperado intento de reducir los contactos y posibles contagios, procurando una rápida y eficaz capacidad de intervención operativa a nivel sanitario con disponibilidad de médicos, hospitales y tratamiento. Hay que aislar a los contagiados, tratarlos médicamente y reconstruir sus relaciones y contactos para poner en cuarentena a posibles contagiados.

La teatralidad del país, en muchos casos, bordea el ridículo. Las autoridades tienen que aparecer públicamente, hacer declaraciones que se repiten constantemente y que no van más allá del sentido común, como el consejo de lavarse las manos y evitar lugares públicos. Ayer pasé delante de una farmacia que anunciaba que no tenía mascaras disponibles. Los números de teléfonos que han sido activados para informar a la colectividad han sido bombardeados de llamadas inútiles y, en una región del noreste, el gobernador, para mostrarse atento al peligro y capaz de reaccionar, ha cerrado las escuelas y el transporte público, posponiendo todos los eventos de agregación y esto en un área donde aún no se ha verificado ningún caso de contagio. Pero todos sabemos que los políticos tienen una gran necesidad de atraer la atención de todas maneras e independientemente de la validez de lo que tengan que decir o afirmen estén haciendo, sin preocuparse que la aparente cura puede ser más nociva que el riesgo y mientras observo las personas en el aeropuerto, pienso que la peste de todos los días puede ser más dañina que esta peste que viene del oriente.

Pienso en las estadísticas y la cantidad de muertos por problemas respiratorios todos los días y siento que seguramente existe un riesgo, pero que este ha sido exagerado superando toda posible expectativa. Por el momento los muertos son dos, uno por día. Ambos ancianos y débiles, con una mortalidad diaria de unas mil personas. Una cantidad insignificante en comparación con los muertos por accidentes del tráfico y por contaminación ambiental. Es decir, a causa de dos grandes y olvidadas epidemias.

Miércoles 26. Los muertos han aumentado, llegando a 12 víctimas y se cuentan 400 contagiados. Uno de ellos en la provincia donde vivo. Algunas regiones en Italia han cerrado las escuelas, reducido el transporte público para evitar el contagio. El virus puede infectar a personas que no muestran síntomas y que, sin embargo, son capaces de contagiar a otros, lo que hace más difícil limitar la propagación de la enfermedad. La gente en muchos lugares ha comprado alimentos y agua en botellas para sobrevivir durante semanas, dejando vacíos los supermercados. El precio de las máscaras y desinfectantes aumentan rápidamente y no son fáciles de encontrar. Las repercusiones económicas y de políticas sanitaras se harán sentir por meses y una de los sectores más afectados será el de los viajes y turismo en general.

Uno de los motivos que hace especial el coronavirus es que es desconocido, no tenemos defensas inmunitarias para contrarrestarlo y además ataca directamente los pulmones creando problemas respiratorios. Algunos países han comenzado a restringir la movilidad de los italianos, ya que el número de casos en el país es relativamente alto. Por otro lado, como me advirtió un amigo especializado en virología, el pecado en Italia ha sido someter a un test obligatorio a muchas personas. Esto fue decidido políticamente para mostrarse proactivos en contra del riesgo, junto a otras precauciones que no han dado resultados. En muchos otros países se prefiere, por el momento, considerar esta nueva epidemia como una simple influenza sin preocuparse mayormente del número de afectados y sobre todo no darlo a conocer, pero como en muchas otras situaciones esto será público en pocas semanas.

Esta situación se prolongará por meses y el dilema de muchos Gobiernos es tranquilizar a la población y dar la seguridad que se hace todo el posible para limitar los daños. Un equilibrio difícil para los que no se engañan a sí mismos contando mentiras.