Debemos convertirnos en el cambio que queremos ver.

(Mahatma Gandhi)

Nada nuevo. La «maldición de los recursos naturales» se cumple inexorablemente cada día y en cada lugar donde existen. Son los recursos que dan vida al planeta, sistemas de generación energética y que mayormente se encuentran en grandes cantidades en lugares considerados hasta hoy, periféricos.

Los grandes eventos de la historia no habrían pasado por ahí y hasta comienzos de la Primera Revolución Industrial mantenían sus recursos en silencio, en un estado latente.

En 1760 empezó a cambiar la música. Desde el carbón y sus máquinas a vapor hasta el litio y sus teléfonos celulares, las cuatro revoluciones industriales se han podido llevar a cabo en buena parte usando recursos naturales: el agua, el gas, el petróleo, combustibles fósiles... hasta algunas fuentes naturales virtualmente inagotables. Dicen.

El continente africano, el más a la mano, «a tiro de escopeta», ha sido históricamente avasallado por países europeos y sus companys. Y América Latina, despojada de sus metales preciosos, desde el oro hasta el litio, hoy, acurrucada bajo el ala asfixiante de los Estados Unidos no se ha quedado atrás. Continentes ricos en recursos naturales y empobrecidos en su humanidad.

Los pueblos originarios que han quedado al margen de las ventajas de las revoluciones industriales van desapareciendo, se van agotando junto a los recursos naturales: a mayor extracción, mayor daño ecológico y mayor pobreza. O más bien, los beneficios producidos por la mayor extracción de recursos naturales, se van volando, sin quedarse y sin intermediarios locales.

Ashleigh Brilliant, escritor e ilustrador nacido en la cuna de la Primera Revolución Industrial, actualmente reside en Estados Unidos, base de la Cuarta Revolución Industrial, ha dedicado su vida a sugerir acertados aforismos: «dinero, no moralidad, este es el principio de las naciones civilizadas».

En Colombia, un chamán nos cuenta que el destino de su pueblo constantemente pasado a llevar será el exilio, la única sobrevivencia posible.

En este siglo XXI el mundo se pregunta por el destino de la selva amazónica, porque los efectos de la tala de sus árboles se comienzan a sentir hasta en Australia.

En Chile, el pueblo atacameño, históricamente ha sobrevivido a varias invasiones, pero ahora, la falta de agua usurpada por la industria extractiva del litio, lo tiene al límite de su sobrevivencia.

Los pueblos originarios han sido y son hasta ahora, pasados a llevar, aniquilados por una mirada que ha visto en el progreso a cualquier costo un modo de estar en el mundo.

Sin embargo, lo que era sólo periferia de vida aunque rica de recursos naturales, hoy está adquiriendo una desesperada «centralidad». Lo pide el planeta y su ecología: el clima, la calidad del aire, los cultivos, el agua, las mareas. Cuando se habla de la «cuestión ambiental», nada queda afuera. Hasta los polos y sus hielos «eternos» están en juego.

Aunque sigue quedando pendiente el destino de los pueblos originarios, que no han dejado de sufrir la maldición de habitar en zonas con recursos naturales.

Poco o nada se ha sabido de aquellas «periferias». Las cosas importantes han sucedido en el «centro», donde se han jugado los destinos del planeta.

Hoy, los destinos del planeta pasan por escuchar y hacer visibles también las periferias: han adquirido una propia centralidad desde que la calidad del ambiente ha tomado relevancia para la vida.

Hoy sabemos que un terremoto con o sin tsunami en Tailandia, un golpe de estado en tal o cual país, un iceberg que se deshace en Islandia con osos polares que mueren de hambre, un gran incendio acá o allá o un orangután que falleció de viejo en un zoológico de una importante ciudad europea o acribillado en una reserva del Borneo afecta la vida de todos. Y a la bolsa internacional. Definitely.

¿El famoso vuelo de la mariposa que genera un huracán en la otra parte del planeta?

Pero todavía en este mundo global, redondo y entero, se crean filtros que dificultan o hacen invisibles su comprensión. Para Ashleigh Brilliant es cuestión de velocidades: «Algunos cambios son tan lentos que no lo notas, otros son tan rápidos que no te notan».

Queda pendiente saber lo que está sucediendo con aquellos grupos de personas que han logrado vivir y sobrevivir a pesar de este estado de cosas. En general son pueblos y habitantes originarios con sus culturas de sobrevivencia, de comunicación, de intercambio, que viviendo en estrecha relación con sus contextos, aportan diversas miradas acerca de un modo de estar en el mundo. Una enorme riqueza que, junto a la flora y la fauna de estos lugares son un aporte a la riqueza cultural y a la ecología del planeta.

Socaire, una comunidad que afronta problemas actuales

Desde este punto de vista, lo que está sucediendo en el desierto de Atacama no es distinto a lo que sucede en la Amazonia. Un problema planetario que se manifiesta a nivel local, pero que compromete la estabilidad y la vida biológica del entero planeta, como es la descriteriada tala de árboles en la Amazonia.

El mundo atacameño no ha estado ausente de este proceso. Desde su origen, tres mil años antes del Presente (a.P) ha sobrevivido porque ha sabido adaptarse a cambios que, desde afuera, les han sido impuestos, a veces con violencia: la invasión inka en el s. XIII, los españoles en el s. XVI, las nacientes repúblicas americanas en el s. XIX.

Hoy el mundo los pone delante a nuevos problemas que deberán afrontar para sobrevivir. No son los únicos, se sabe . Son problemas que se manifiestan en muchos lugares del planeta también:

  • El cambio climático
  • La escasez de agua
  • La presión de la minería a gran escala
  • El boom del turismo irresponsable

En esto, ya no están solos, porque las viejas «periferias» han ocupado un propio centro. Lo que sucede en ellas afecta y condiciona la vida en el centro. Cuando se ausculta el planeta en términos ambientales, el mundo se ha hecho uno solo y la «escucha» global se ha hecho imprescindible.

El cambio climático es uno de los problemas que han debido afrontar con los instrumentos que les proporciona su propia cultura y su profundo conocimiento del territorio: el desierto lo «sienten» más árido.

Las estaciones del año se han desplazado y sus cultivos y animales van lentamente desapareciendo. Sufren. El cambio climático lo padecen sin poder contar con grandes paliativos.

Por otro lado, las empresas chilenas y extranjeras que explotan el litio en el Salar de Atacama, extraen desde sus entrañas 1.820 litros de agua salada y 320 litros de agua dulce al segundo.

Bajo el salar, un enorme depósito subterráneo natural de agua salada contiene sales de litio disueltas. Para extraerlas, las empresas mineras bombean esta salmuera a la superficie, donde se evapora con el sol, de modo que el carbonato de litio queda listo para ser recogido.

El agua se hace escasa: debido a un sistema de vasos comunicantes, si su nivel baja en el valle (en el Salar), también baja arriba, en las montañas, donde residen los habitantes de Socaire y donde existen las vertientes que bañan los valles.

Pregunta sin respuesta: ¿Cuál es la reserva natural de toda la hoya hidrográfica?

Pero también la presión de la minería que pide concesiones territoriales para producción económica en terrenos que la comunidad de Socaire ha considerado históricamente «sagrados» y que ancestralmente le han pertenecido. Para contrarrestar esto, la comunidad de Socaire está ubicando diversos proyectos «esparcidos» en todo el territorio. Una estrategia para recuperar lo propio.

No es todo: en los últimos años, Chile ha promovido con éxito en ámbito internacional el «turismo aventura», aprovechando la escasa densidad habitativa del territorio y las características propias de su geografía, produciéndose un boom turístico en la desértica Atacama: ¡una Ibiza del desierto! Solo que aquel modelo de turismo, datos de organismos internacionales a la mano, deja menos de un 10% del negocio en manos de los habitantes del lugar. El resto lo absorben el sistema de trasporte, los tour operators, los intermediarios varios. La comunidad, impotente, nota el degrado en el paisaje sagrado: turistas botando basuras en cualquier parte o haciendo kitesurfing en los lagos salados, espantando a los flamencos. Como hacer climbing en una iglesia gótica mientras se está celebrando misa. Lugares sagrados. Ambos.

Optan por un concepto más amigable: «viajero o visitante» más que «turista», con quien sea posible dialogar y confrontarse y no sólo ser pasivos frente al otro. Un «turismo responsable», adjetivando un concepto que ya ocupa un lugar importante en la economía global.

La comunidad de socaireños quiere un proyecto social y territorial a largo plazo partiendo de sus propios recursos naturales y culturales.

Una continuidad con lo que han ido construyendo en el tiempo con materiales propios del desierto: tierra y piedra. Con el agua proveniente de las vertientes que surgen en la base de los volcanes cercanos y que conducen a través de canales para regar sus cultivos aterrazados, un sistema que se ha mantenido desde siempre: su agricultura y ganadería.

Para afrontar el cambio cuentan con una visión pragmática del mundo.

En el desértico norte de Chile, Socaire, una aldea de 800 habitantes a 3.600 metros sobre el nivel del mar, en la orilla oriental del Salar de Atacama, se predispone a afrontar estos nuevos desafíos.

La potente minería del litio impone condiciones que la Comunidad, perpleja, no está dispuesta a aceptar del todo. Hay preocupación por el impacto que la extracción del agua salada está teniendo en el ecosistema, pero también, y lo más apremiante para ellos es que las empresas mineras también están accediendo agresivamente a los suministros de agua dulce.

Grace Livingstone, profesora del Centro de Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Cambridge, en agosto 2019 realizó entrevistas a habitantes de los poblados entorno al Salar y a algún burócrata del Gobierno de Chile.

Para Sara Plaza, del poblado de Peine «solía haber hermosas lagunas allá abajo, con cientos de flamencos. Ahora está todo seco y los pájaros se han ido. Era tan verde, ahora es un terreno duro y agrietado. Ya no podemos mantener llamas».

Jorge Cruz, de Camar, hace notar que si las compañías mineras continúan usando agua dulce al ritmo actual, su pueblo no sobrevivirá. «Las aves se han ido, ya no podemos tener animales. Cada vez es más difícil cultivar. Si empeora... tendremos que emigrar. El Gobierno no tiene un modelo hidrológico de todo el acuífero».

Un congresista oficialista declara que «como país minero, Chile ha tenido que equilibrar las necesidades de agua de los ciudadanos con las demandas de la industria. Que el gobierno siempre garantizará que las comunidades tengan agua y que la clave es una buena regulación de la industria minera».

No obstante, cree que el potencial del litio es demasiado valioso como para ignorarlo. El precio que Socaire y los demás poblados deben pagar no se le ha dado el valor que debería tener.

Espontáneamente un amigo sociólogo me pregunta: ¿y si los habitantes del Salar participaran o se ocuparan de la extracciòn del litio? ¿usando sistemas menos agresivos ambientalmente?

El presidente de la sociedad minera chilena, Sonami, tranquilizador asegura que la cantidad de agua dulce utilizada por las compañías de litio es insignificante. Pero está de acuerdo en que todos los niveles de agua deben ser mejor monitoreados por las autoridades. Esto, en un país en que el agua de los lagos y ríos ¡son propiedad privada!

Jorge Cruz ya no puede criar animales debido a la falta de agua dulce.

Y Sara Plaza tiene miedo: «Nos dejarán aquí sin agua, sin animales, sin agricultura, sin nada».

El desierto pertenece a quien lo habita, no a quien solo explota sus recursos naturales.

Los atacameños saben que construir un camino conlleva ventajas y desventajas. Una «vía al progreso», sirve para desplazarse y alcanzar otros lugares, cierto, aunque con él llegan las aspirinas, las lanas industriales muticolores, las planchas de zinc, los licores envasados... y los turistas.

Socaire ha sido un refugio cultural kunza y afrontar el cambio es una expresión de vitalidad del pensamiento atacameño. Nunca ha permanecido como un actor pasivo frente al cambio. Los antropólogos coinciden.

Un camino o el turismo, es lo mismo, el mecanismo funciona como una bisagra: Socaire se ha mantenido vivo a pesar de las sucesivas estratificaciones culturales, traspasos, pérdidas y anexiones. Ha sabido sortear el colonialismo y la modernidad, ha funcionado como refugio de su propia cultura. Ha buscado la integración incorporando elementos de la cultura dominante.

La construcción de un camino indica la existencia de un modo de pensar o de vivir atacameño, que es el de quien construye, y que al igual que en el pasado, «sigue siendo un nuevo aspecto de la tradición atacameña de adaptación a un ambiente inhóspito». Es el desafío de habitar en el desierto.

Para recibir flujos de visitantes, la comunidad de Socaire se está preparando. Su territorio, «sagrado», no están dispuestos a dejarlo en manos ajenas. Quien lo visita deberá mirarlo bajo la lente de su propia cultura. Sobre todo, porque el turismo convencional es una bestia que habría que mantener a distancia: la mayor parte de las ganancias bajan al valle. Poco queda allá arriba, en las montañas. Motivo por el cual, el «turismo sustentable», responsable, es una de las prioridades de las Naciones Unidas.

El presente proyecto, elaborado en conjunto con los habitantes de Socaire quiere dar cuenta de esta situación.

El turista como «viajero o visitante», guiado por un habitante del lugar capaz de narrarlo y develar sus secretos. No todos, por supuesto.

El viaje al universo atacameño es eso, capaz de hacer personas, y siendo sus propios habitantes quienes lo enseñen, abandonar las guías turísticas a todo color y en seis idiomas, porque la sacralidad de su territorio el pueblo atacameño la ha vivido y practicado durante siglos. Y si hay algo que contarle al planeta acerca de las montañas, de los volcanes, del agua que surge y que corre encanalada, de la vida en el desierto, ellos deben ser los encargados de hacerlo.

La vida en el desierto, la búsqueda del vacío, lugar donde se vive el límite de la condición humana. En el desierto todo comienza, metáfora de lo posible, de lo que hay que hacer para ejercitar la vida. Ahí tienden hacia la claridad las cosas oscuras. La belleza de la vida se hace quitando, más que agregando: el silencio es parte de ello y el canto y bailes de las fiestas religiosas también lo confirman. El silencio como guarida contra el asedio de palabras ostiles.

En este vasto paisaje, están presente no sólo la naturaleza, también la obra del hombre sin cemento. Junto al calor y al viento en la cara, existe la obra que se encuentra en las montañas, en los senderos, en los aterrazamientos, en sus plantas y árboles, en sus animales: muros de piedra, canales de regadío, el aroma de los cultivos y de sus animales. El desierto ofrece la posibilidad de re-humanizar la velocidad, restituir el sentido a las palabras, a las metáforas, al canto... para no perder el sentido de lo humano.

Un proyecto común

Junto con la Comunidad Atacameña de Socaire, como arquitectos1 estamos afrontando este proyecto convencidos que sólo con la participación de los habitantes del lugar será posible llevar adelante una iniciativa que tenga en consideración el propio territorio, sus habitantes y todos los seres vivos que en él habitan.

Juntos, concientes que en más del 80% de lo construido en el planeta no han participado arquitectos. Más del 90% vive y trabaja en las áreas más ricas y urbanizadas del mundo.

Trabajamos convencidos de que en cada lugar, el habitante y el arquitecto juntos, pueden identificar acciones para afrontar y resolver problemas que tienen que ver con cada territorio, con la vida en los lugares.

Socaire, como cada nuevo proyecto, se convierte en una propuesta inclusiva, en la que todos los actores tienen un rol importante. Sin propuestas preestablecidas, el lenguaje se inventa o adapta cada vez.

Nota

1 Los arquitectos del proyecto son: Lorenzo Berg, Renato Vivaldi y Stephan Püschel (Fundación Aldea).