Si observamos de manera desapasionada la situación presente, podemos constatar que, en casi todos los ámbitos que se deben considerar al analizar el mundo actual, no se han alcanzado resultados que permitan superar los desacuerdos existentes, y por el contrario, las posturas de los países más influyentes continúan acrecentando sus divergencias.
Por cierto, todavía no se ha desatado una alarma a escala internacional. No obstante, las señales que se pueden advertir y que se acumulan, sobre todo respecto a las crisis y conflictos en curso, prácticamente todas, en mayor o menor medida, muestran un alto grado de profundización y deterioro progresivo. Las guerras que se encuentran en pleno desarrollo, lejos de disminuir, han aumentado en su intensidad y extendido las respectivas operaciones militares hacia otras zonas, donde se busca consolidar las posiciones obtenidas, o alcanzar otras nuevas. Se estima que hay más de unas veinte guerras en curso activas, aunque no siempre son seguidas en sus pormenores por los analistas ni los medios de comunicación, pues sólo se mencionan esporádicamente. A excepción de aquellas que involucran a las grandes potencias, de manera directa o indirecta, y que crecen paulatinamente.
Es el caso de la agresión de Rusia a Ucrania que persiste por casi tres años, sin que se materialice más allá de la ocupación de alrededor del 20% de su territorio. En el último tiempo, han obtenido logros destacables las fuerzas de Ucrania, en precisas operaciones en territorio ruso, traspasando las fronteras de forma sorpresiva, causando daños y obteniendo la destrucción una vez más, del puente a Crimea, así como la eliminación de un gran número de aviones en diferentes aeropuertos, mediante un certero ataque con drones sofisticados y de mucho menor costo que las aeronaves destruidas. Una acción que ha golpeado a Rusia en su pretendida invulnerabilidad.
Eso sí, en definitiva, no anula ni hace retroceder de forma significativa los avances rusos, ni obtiene contrarrestar la materialización de una contraofensiva más amplia, hacia otros lugares en que ha centrado sus conquistas territoriales, la zona este de Ucrania, dominada desde hace tiempo; comprendidas Crimea (desde el 2014), y las provincias de Luhansk y Donetsk (desde el 2022), más las regiones de Zaporiyia y Jersón. Vale decir, aquel sector ucraniano que le permite una conexión terrestre más expedita hacia el Mediterráneo, vía el estrecho del Bósforo en manos de Turquía. Por tanto, la guerra en vez de disminuir, ahora se intensifica.
Una situación que no permite visualizar una solución ni siquiera parcial del conflicto, pues los débiles avances en las iniciativas de paz, principalmente efectuadas en Estambul, algunos intercambios de prisioneros y otros acuerdos parciales, si las campañas bélicas recrudecen podrían verse definitivamente anuladas, y hacer que esta larga confrontación se mantenga todavía por mucho tiempo más. Un autócrata como Putin, desafiado en su orgullo militar, se sentirá obligado a redoblar los esfuerzos por alcanzar una definición contundente, a pesar de que su campaña bélica le ha costado sumas inmensas, obtenido la ayuda de Bielorrusia obediente, y de Corea del Norte, dentro de la megalomanía insensata de Kim Jong-Un, así como incontables pérdidas humanas en batalla.
La otra guerra vigente, la de Israel en Gaza, tampoco ha mermado en intensidad. Las operaciones israelíes prosiguen y se extienden, creando nuevas y más apremiantes necesidades de la población, agravando la situación humanitaria, sumadas a las dificultades por hacer llegar los alimentos y auxilios cada vez más requeridos. En tal sentido, los intentos de una negociación entre Israel y Hamas, teniendo en cuenta las propuestas norteamericanas, no han progresado, sólo avanzan restringidamente respecto a algunos intercambios de rehenes limitados, mientras que, sobre muchos otros, ni siquiera se conoce si siguen vivos o han fallecido. A juicio de Israel, su liberación total sigue siendo una de las condiciones inamovibles de cualquier alto al fuego o pausa en sus operaciones en Gaza. Hamas ha encontrado la fórmula de presionar a Israel, manteniendo rehenes. Un crimen internacional digno de la organización terrorista que siempre ha sido, pero que ha logrado confundir sus objetivos con aquellos legítimos del pueblo palestino. Un tradicional conflicto más que centenario, y que invariablemente recrudece sin ninguna solución.
Vale decir, nuevamente tenemos una situación que no presenta progresos dignos de obtener algún resultado. Todo lo cual, hace temer que el conflicto prosiga y lejos de aminorar, se intensifique, si involucra a nuevos actores. En los organismos internacionales, crecen las presiones sobre Israel en vista del agravamiento de la crisis humanitaria en Gaza. Por su parte, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas tampoco ha logrado algún acuerdo, y Estados Unidos ha vuelto a utilizar su derecho de veto a las iniciativas propuestas por los otros miembros, por considerarlas inaceptables.
En relación a Taiwán, las amenazas de China se han hecho cada vez más explícitas, dentro de las acusaciones cruzadas con Estados Unidos, y como un elemento adicional a la ya declarada e intensa guerra comercial entre ambos. Si, lamentablemente escalara la pugna hacia operaciones bélicas, aunque fueran limitadas, estaríamos en presencia de un cambio sustantivo en el precario equilibrio al sur de la República Popular China, pues la reacción norteamericana podría presentarse como inevitable, en defensa de Taiwán.
Cualquier desafío en este sentido, y en una zona sumamente estratégica para el comercio mundial, o para las cada vez más tensas relaciones de Filipinas con China deterioradas desde hace años, tendría la capacidad de abarcar a terceros países, con implicancias totalmente impredecibles. Un foco de tensión que hasta ahora, sólo ha sido evidenciada en una propaganda retórica de China, y esporádicas demostraciones hostiles de buques o aviones que circulan o traspasan zonas pertenecientes a Taiwán, sin confrontaciones de mayor envergadura. Desafíos no exentos de peligro y que podrían salirse de control, con la seguridad de una respuesta casi inmediata de la otra parte.
Irán tampoco está exento de involucrarse en acciones desafiantes, sea de manera directa contra Israel, al que atacó dos veces el año pasado sin mayores resultados, o en el apoyo decidido y aprovisionamiento de armas a los movimientos anti-israelíes, como Hamas, Hezbollha, o los Hutíes los que todavía están relativamente bajo control, en la medida en que no aumenten o pongan en peligro mayor, el tránsito marítimo por el Mar Rojo. El real problema y mucho más apremiante, es la continuación del programa nuclear iraní, sin control internacional y a pesar de las sanciones vigentes, que lo ha retrasado en varias oportunidades, pero no lo ha detenido. Es un tema que no sólo preocupa a Israel, sino que a todos los países occidentales, a los que el régimen de la República Islámica Teocrática, considera infieles y enemigos.
Esta es someramente la situación actual de los casos más representativos, o más preocupantes en los hechos, o en sus eventuales perspectivas, de no producirse una contención o el avance de iniciativas de entendimiento entre tantas partes involucradas. Igualmente, no es posible imaginar que el papel de las Naciones Unidas ni de sus órganos decisorios, como el Consejo de Seguridad, pudieren constituir un lugar de contribución efectiva a la paz, por sobre las acusaciones recíprocas y su virtual paralización, justamente por los enfrentamientos producidos por estas mismas crisis.
A los factores indicados se pueden añadir otros que también inciden en la realidad que enfrentamos, aunque no sean visibles o no tengan una relación precisa. Es el caso del aumento de los presupuestos en materia de defensa armamentística, los que se han incluso redoblado en los últimos meses. Casi ningún país de los grandes ha dejado de incrementarlos, en particular en elementos tecnológicos sofisticados, producto de los nuevos progresos logrados y el desarrollo en armas cada vez más efectivas. La OTAN ha obtenido que sus miembros aumenten sus presupuestos bélicos hasta un 5% del PIB. Todo lo cual tiende, por haberse expandido, a que no sean simplemente proyectadas para la defensa o para equilibrar lo existente. El riesgo está en que haya una propensión natural a que se sientan cada vez más capaces de utilizarlos, sea como amenaza o para infundir temor a eventuales adversarios. Más armas aumentan la tentación de ser aplicadas.