A pesar de estar bastante avanzado el primer mes del 2020, aprovechamos que es nuestro primer artículo del año para desearles a todos nuestros lectores y a los colegas que escriben en esta revista en su versión en castellano, y muy especialmente a nuestro querido Iván González, un Feliz Año. Y en el marco de los buenos deseos, aspiramos a que esta columna siga siendo un espacio para comprender todo lo que significa la venezolanidad. Y para ello seguiremos tratando la crisis que se inició desde 1999 con la llegada al poder del chavismo; pero también todo lo relativo a la economía, la sociedad, la cultura y cómo es el vivir en esta tierra. Es por ello que en esta primera entrega después de las Fiestas, intentaremos dar respuesta a los desafíos que se le presentan a los venezolanos en los próximos 12 meses.

La celebración del Año Nuevo me dio la impresión de estar menos politizada que el año pasado, a pesar de que en diciembre del 2018 la situación económica y política parecía peor que la actual. A finales de año, en la capital de Venezuela (Caracas), se ha visto mayor gente en la calle y en los comercios. Las razones que se han dado es la dolarización informal de la economía. Se habla que más del 60% de la misma se lleva a cabo en dicha moneda, aunque solo un 20% aproximadamente tiene acceso a la misma. Otra razón es la migración interna de la provincia a la capital debido a que este año la crisis de los servicios públicos se ha agudizado y en Caracas la consecuencias de ella es menos dura; pero también la salida de la gente a la calle para «rebuscarse», es decir, para hacer cualquier actividad que les permita tener algún ingreso extra tan necesario para sobrevivir. Y a pesar de todo esto, la mayor debacle económica y humanitaria de nuestra historia desde 1936 se empeora al examinar el PIB que según he leído en noticieros internacionales cayó en más del 25% (manteniendo el decrecimiento desde que llegó Nicolás Maduro al poder). Por no hablar del crecimiento del hambre (la FAO ha advertido que un 20% de la población sufre de desnutrición), las muertes por inseguridad y enfermedades, y la mayor corriente migratoria interna de toda la historia de América Latina generada por la huida de los venezolanos ante esta catástrofe.

Al empezar el 2020 la popularidad de la dictadura de Nicolás Maduro está por los suelos (no supera el 15%). En el país y mucho menos en la Comunidad Internacional, ya nadie duda de la condición claramente no democrática del régimen chavista, y más aún cuando las fuerzas represivas del gobierno impidieron la instalación del Parlamento este 5 de enero pasado. El hecho fue claramente un golpe de Estado contra el único poder que cuenta con legitimidad democrática. El objetivo fue facilitar que los diputados oficialistas con poco menos de 20 diputados de oposición que fueron «comprados» (lo que se ha conocido como la «operación alacrán»), llevaran a cabo la elección ilícita e inconstitucional de una nueva junta directiva.

Buena parte del Cuerpo Diplomático acreditado en el país (junto con todos los países, incluyendo México y Argentina, que de algún modo apoyan a Maduro) rechazaron esta barbaridad acudiendo a otro lugar donde la mayoría de los diputados se reunió y con el quorum que establece el reglamento reeligieron a Juan Guaidó como Presidente del mismo. La verdad es que el Parlamento jamás ha podido ejercer el poder como casi toda autoridad electa que no es apoyada por el Gobierno; debido a que desde su elección, los diputados salientes, que eran todos chavistas, eligieron un Tribunal Supremo de Justicia (violando otra vez la Constitución y las leyes) controlado por Maduro. Dicho tribunal declaró el nuevo Congreso en «desacato», una figura jurídica inexistente en lo relativo a los poderes.

Los hechos descritos muestran lo que puede venir de parte del chavismo en este año: más violencia contra las instituciones, las leyes y por tanto las personas. Ya las formas no importan, de modo que es muy posible que los diputados chavistas - usurpando el poder legislativo con el apoyo del resto de los poderes que están en manos de Maduro - elijan a un organismo electoral que hará elecciones de un nuevo Parlamento. Por estas razones de ilegalidad e ilegitimidad no asistirá casi nadie a votar como ocurrió en la última elección presidencial. Y una vez más como ocurrió con Maduro en dicha «elección», la inmensa mayoría de los países occidentales no la reconocerán. La realización de nuevos comicios presidenciales, pero limpios y justos, será la bandera tanto de la oposición como de Occidente. El Gobierno de Maduro seguirá el proceso de aislamiento y de deterioro socioeconómico. La pregunta es ¿cuánto puede aguantar la población? ¿cuánto tiempo falta para una inevitable reacción?

El Estado de Venezuela se convierte en un paria de las relaciones internacionales con el apoyo de Gobiernos autoritarios como Rusia, China, Turquía; por solo nombrar los más fuertes y con capacidad de darle algunos recursos que le permitan subsistir. Muy probablemente el mal ejemplo de Cuba, que ha podido subsistir ante un fuerte embargo, la incapacidad de las democracias occidentales para evitar las válvulas de escapes de los Estados fallidos, y los susodichos apoyos, han envalentonado a la oligarquía chavista para no negociar. A lo que se suma la incapacidad de la oposición democrática para llevar a cabo una sistemática y masiva protesta, que sea capaz de generar alguna ruptura a lo interno de esa oligarquía. La idea es seguir ganando tiempo, pero ya se vislumbra la táctica de crear una falsa oposición y seguir confundiendo a la opinión pública nacional y mundial. Muy seguramente le darán a los «diputados comprados» las siglas de los partidos democráticos.

Desde esta perspectiva es difícil predecir algún cambio, aunque la historia está llena de milagros y sorpresas. El hecho cierto es la incapacidad del régimen chavista de recuperar su ya lejana popularidad. Como profesor universitario conozco bien a los jóvenes de mi país y no dejo de conversar con ellos sobre lo que padecemos. Incluso les hago encuestas sobre la realidad política y de un año para acá noto una fuerte tendencia (casi unánime) al repudio del chavismo con el cual se relaciona el socialismo estatista. Poco a poco se va reconsolidando una cultura democrática y naciendo una confianza en el libre mercado, y si a esto sumamos una fuerte comunidad de emigrantes, se posee el potencial para impulsar el cambio y la recuperación del país. Considero que la clave está en que el liderazgo de Juan Guaidó esté en una constante consulta con el pueblo y las democracias del mundo. La estrategia y la voluntad debe nacer de ambos.