Occidente, en el presente, se encuentra bajo ataque; no se trata únicamente de un choque civilizatorio con las periferias globales, sino que se trata de un accionar complejo y proactivo, desarrollado por los hegemones antioccidentales que se erigieron después del retorno de la historia, con el fin de establecer un nuevo orden y un nuevo equilibrio de fuerzas a nivel global. Con el posible desenlace de zonas de influencia controladas por los hegemones, el mundo ya no es un lugar seguro para la visión democratizadora y liberal de los años 90. El poder de los años de la ilusión de la libertad fue el de un poder blando de persuasión liberal, basado en la razón y la lógica; este poder convencía a través de los beneficios de una cultura y civilización hegemónica indiscutible, que no tenía entonces ninguna alternativa real.

A pesar de que este poder blando norteamericano nació teóricamente como una expresión de la cultura, la educación y la influencia de la imagen de libertad, más el sueño americano, el poder estadounidense cambió drásticamente su esencia hacia el presente. Y no solo se trata del poder estadounidense, sino del poder internacional entre las potencias. Son tres etapas: los años 90 como los años de ilusión liberal y poder blando; los años 2000 como los años del retorno a la realidad con el poder inteligente; y los años 2010 como los años del inicio de las distopías y el despliegue del poder blando ofensivo.

Así, esta primera parte de una entrega de tres inicia el recorrido de cómo el poder blando se hizo ofensivo en el presente y qué implicancias tiene esto para el mundo de las Relaciones Internacionales y la política internacional, debido a que estamos viendo el desarrollo de otra etapa en que el orden internacional liberal se va desvaneciendo y el mundo va retornando a los conflictos de escala global con múltiples variables.

De esta manera, el poder blando teorizado por Joseph S. Nye no poseía una arquitectura sofisticada, precisa y detallada que explicara el poder blando en sentido negativo, defensivo u ofensivo. Esto constituyó un serio problema en su aplicación desde el lente realista, por lo que la división ficticia entre poder blando y poder duro afirmaba una dualidad poco beneficiosa en la comprensión de los canales del poder sobre la aplicación de políticas y ejercicio de presión frente a otros sujetos internacionales. Sin embargo, existe un poder blando ofensivo y un poder blando defensivo, los cuales pueden ser usados para aplicar o revertir campañas de propaganda y desinformación dentro de guerras secretas, y en vinculación de la inteligencia y la diplomacia.

Por lo que la existencia de un poder blando que actúa ofensivamente y que sus acciones son coordinadas con la inteligencia militar para reconfigurar la realidad de otros actores no es una teorización abstracta, sino una realidad basada en las operaciones de inteligencia que tanto el mundo occidental como el mundo no occidental han librado ya en tiempos de la Guerra Fría; con un elemento excepcional: la eficacia de las tecnologías actuales en la distorsión de la realidad y la manipulación de las percepciones.

Debido a esto, es que se debe diferenciar la persuasión, la coerción y la manipulación, porque cada una corresponde al poder blando, al poder duro y al poder blando ofensivo. Esto se diferencia completamente del poder inteligente, porque este es gestión estratégica del poder, es la gestión y sincronización de la persuasión y la coerción. Entonces, ¿dónde reside el poder blando ofensivo? Reside en la antesala de un escenario de conflicto directo, pudiendo continuar al mismo tiempo que se ejerce el poder duro y el poder blando de la diplomacia, gestionados por el poder inteligente de forma abierta.

Así, el poder blando ofensivo surge como un mecanismo del poder que posee características diferentes del poder duro, y el blando, pudiendo ser gestionado por el poder inteligente. Sin embargo, así como existe un poder blando ofensivo, también existe un poder blando defensivo, un poder blando negativo y un poder blando positivo, siendo las últimas dos características precisas del estado o situación del poder blando de un país o un sujeto internacional. Ya que el ataque efectivo desde el interior o desde el exterior a la reputación de un país puede provocar repulsión, por lo cual su poder blando disminuye, se hace negativo.

En el presente, la confrontación geopolítica entre Estados Unidos y Rusia ha retornado a las condiciones de tensión de la Guerra Fría, porque ambos emplean tecnologías y armas de influencia para desarrollar una guerra híbrida que se estrella contra la teoría del poder blando norteamericano de la década liberal. A diferencia de la década liberal, en el presente hay incertidumbre, lo que provoca el uso de la inteligencia para obtención de información y limitar la incertidumbre respecto a otras potencias, creándose así un nexo entre el poder duro y el blando.

Esta inferencia plantea un cambio sobre la naturaleza del poder blando, razón por la que, previamente a su análisis, se deben hacer algunas consideraciones sobre el poder en general. Cuando se consideran los términos del poder, se encuentran las tres facetas del poder. Esto es la comprensión del poder unidimensional, como la capacidad del actor [A] para lograr influir en las decisiones de [B] para que actúe en contraposición a sus preferencias iniciales en favor de [A]; el poder bidimensional, como el establecimiento y control de la agenda política de acciones a ser desarrolladas en exclusión de temas no favorables a los intereses propios —no decisión— (Bachrach & Baratz, 1962); y el poder tridimensional, comprendido como la internalización de valores e ideas —ideología— que influyen en las creencias, deseos, preferencias y percepciones que dan forma al comportamiento de los individuos (Lukes, 2021).

Una vez que se tiene claro que el poder actúa generalmente desde tres posiciones, se crea una exclusión de otras formas de poder microestructurales y en rizoma, porque pertenecen a lo microestructural. El poder blando de las potencias es propio del poder macroestructural y, por ello, requiere un tratamiento distinto de las múltiples teorizaciones sobre el poder existentes en la sociología moderna.

En los años 90, los liberales comprendieron el poder internacional desde una idealización de las instituciones globales, de las normas internacionales y la cooperación interestatal. Existió una ilusión sobre la libertad dispuesta para todas las naciones que abrazaran el capitalismo y el modelo occidental; esta ilusión y la forma de persuasión racional que se empleó desde los argumentos en torno a lo económico y los principios liberales también constituyó una serie de aspectos superficiales y de forma, pero no esenciales al poder, que en última instancia reside en quien puede ejercer coerción y manipulación al mismo tiempo. Lo que es la aplicación ofensiva del poder blando y la cual se verá más adelante.

Por ello, el poder entendido estrictamente en términos teóricos comprende las tres facetas expuestas, que en el presente se vinculan y articulan con las tecnologías de la información en la modelación de preferencias, sentimientos y acciones sobre la realidad de los sujetos. Las tres facetas, al estar articuladas, no solo influyen en las decisiones del otro, sino que también controlan la agenda a través de cámaras de eco (Fridman, Kabernik & Granelli, 2022), creándose una realidad que logra internalizar preferencias no racionalizadas.

Por lo cual, el poder blando de los 90 debe ser recordado como una relación y habilidad para influenciar el comportamiento de otro. Para ello, se requirió de un campo de atracción, mediante el cual se desarrolla admiración por la cultura, la política exterior y los valores1, lográndose así la modelación de las preferencias, la atracción y la cooptación en lugar de la inducción y la coacción (Nye, 1991).

Cuando Joseph Nye había desarrollado el concepto del poder blando y su ampliación con el poder inteligente en los 2010 (Nye, 1990; 2004), la década del liberalismo norteamericano había terminado y había ingresado en la era del terror, lo cual puso a prueba un concepto históricamente aplicado por la diplomacia sin una complejización mayor en un entorno hostil. La diplomacia formal de los estados, de hecho, fue la que posibilitó un proceso continuo —no ad hoc— y representativo de valores culturales e intereses nacionales, que no son replicables por actores no estatales fragmentados y esporádicos.

Este aspecto de imposibilidad para emular el proceso diplomático de defensa de intereses nacionales, la forma en que se desarrolla la influencia en términos positivos o negativos y la legitimidad inherente a la relación interestatal, implicó que el poder blando sea un concepto descriptivo y no normativo. Por ello, no existe un poder blando absoluto, sino formas de aplicación del poder blando no necesariamente desde el Estado (Nye, 2004) como acción legítima y como condición o situación. Así, este concepto esencialmente no contradice al realismo, el mismo que no niega el rol de la diplomacia o la inteligencia en los campos de análisis sobre el conflicto y la guerra.

Y aunque el poder blando se perfeccionó bajo la racionalización liberal de los 90, no es una herramienta exclusiva del liberalismo, sino una forma de poder internacional, diplomacia esencialmente, que puede ser aplicada en vinculación con otras herramientas para lograr un determinado resultado. Esta intencionalidad, el preestablecimiento de un resultado esperado, es la que afirma un carácter político no espontáneo, imposibilitando la reducción del poder blando a un concepto difuso y relativo. Posicionándolo, a su vez, como una forma de poder, tanto internacional como arma de influencia.

Como condición o situación de una nación, el poder blando puede existir negativamente o ser irrelevante en su influencia. En el pasado, Rusia tuvo un poder blando negativo hasta el fin de la URSS; fue así porque se fue desvaneciendo a partir de la invasión a Checoslovaquia en 1968.

En tanto que Rusia perdía su poder blando, Estados Unidos logró potenciar el suyo a través de sus medios de comunicación, su modelo económico capitalista, sus valores liberales, los intercambios académicos, su diplomacia y su cultura enfocada en el progreso (Nye, 2004). Así, fue mediante ellos que se construyó el poder blando de manera más asertiva y perfeccionada, logrando que las personas desarrollaran un sentimiento de familiaridad respecto a Estados Unidos —aunque nunca estuvieran físicamente allí—, logrando la victoria del poder blando como un poder de amoldamiento de las percepciones, de los gustos y preferencias. Un poder blando positivo que es fundamentalmente un poder tridimensional porque interviene en las decisiones, las agendas y las preferencias de lo que otros creen que quieren2.

De esta manera, la diferencia esencial entre poder duro y poder blando es que el primero afecta el comportamiento de otros al transformar sus circunstancias materiales, mientras que el segundo afecta el comportamiento de otros al influenciar en sus preferencias subjetivas, midiéndose esto a través del grado de influencia, familiaridad y la reputación del país que ejerce su poder blando de manera efectiva.

A través de esta articulación, tanto las corporaciones multinacionales como los estados dejan de ser vistos como contrapuestos, sino como entes que buscan acumular poder e influencia en su proyección internacional. Por lo cual, la ilusión liberal de un mundo pacificado solo por entes privados se desvanece, ya que los estados siguen y seguirán manteniéndose como los decisores de los acontecimientos globales más importantes en relación a la seguridad y el conflicto. Esto es así, principalmente porque los actores privados y no estatales no poseen el arma nuclear, porque no pueden actuar por fuera de la influencia de los hegemones y porque no pueden reformar el sistema global hacia una alternativa hegemónica distinta.

De esta manera es que las fuentes del poder internacional, que son la fuente cultural, demográfica, diplomática, económica, geográfica, militar y tecnológica, superan a las idealizaciones ideológicas, porque las fuentes articulan los recursos materiales y las alianzas estratégicas que tienen efectos en la relación asimétrica de poder con sus periferias. Por ello, el poder implica esencialmente influencia y coerción, manipulación y fuerza. Siendo, en su versión blanda, una afectación a la subjetividad de los individuos que dejan de racionalizar las acciones en su propio beneficio. Este paso de la coerción y la fuerza a la influencia y la manipulación no tiene fronteras absolutas, sino difusas. No existe, dentro de los hegemones, políticas realistas o liberales con aplicación estricta del poder duro y del poder blando, porque la existencia de la diplomacia y la inteligencia crean un puente, un nexo entre ambas formas de poder internacional independientemente del modelo ideológico.

Aquí cabe remarcar que, mientras que el poder colectivo interno de los estados no tiene una jerarquía, por ser inmanente, de relaciones breves, de múltiples fuentes articuladas multidimensionalmente y sin un orden inherente3, en el campo internacional el poder está delimitado por el estado de anarquía internacional y la posibilidad de la aniquilación mutua asegurada desde el dilema de seguridad.

El poder blando de los años 90 debe ser comprendido como la búsqueda de persuasión e influencia desplegada formal e informalmente por la diplomacia de los estados liberales sobre las sociedades civiles que fueron impactadas culturalmente por la hegemonía y unipolarismo occidental. Ya que, en aquella década liberal, el poder blando planteó algo importante: la posibilidad de un poder de influencia basada en la racionalidad del beneficio cultural. En este punto, a diferencia de otras naciones, el poder de atracción norteamericano actuaba a la par que su poder militar se desplegaba en la Guerra de Kosovo en 1999. Aunque esto es poder inteligente y su uso fue aplicado continuamente en la siguiente década, la década de ilusiones liberales demostró que otras naciones no poseían ningún poder de atracción cultural al mismo nivel que el del hegemón y su poder implícitamente inteligente.

Así, debido a lo anterior es que, en términos macroestructurales, el poder, al ser aplicado desde lo militar y lo cultural, que es aplicación de coerción y persuasión, crea mecanismos complejos y más sofisticados que solo la existencia de un poder blando y uno duro. Por lo tanto, la existencia del poder blando de forma pura solo pudo corresponderse a un momento unipolar, de certidumbre y fuera de un clima hostil. La pretensión de un modelo hegemónico para todos bastó erróneamente para inferir que los valores occidentales estaban destinados a ser adoptados para construir un mundo pacificado. Esta inferencia, inocente e idealista a pesar de todas sus luces, estaba por cambiar, al entrar y retornar a la realidad de la guerra y la incertidumbre.

Notas

Esta primera entrega —de una serie de tres— constituye una breve introducción y análisis de la teoría del Poder Blando Ofensivo, concepto desarrollado en el marco de mi tesis doctoral en Relaciones Internacionales. A partir de la divulgación abierta de este concepto, mediante estas tres partes, es posible explorar y exponer más adelante el despliegue del poder blando en casos reales y dentro de circunstancias históricas, como la Guerra Fría y la confrontación de Estados Unidos con Rusia y China. No obstante, para desarrollar una exploración más histórica en el futuro, se ha decidido primero por la divulgación expositiva, teórica y concreta sobre la existencia y naturaleza del poder blando ofensivo.

Dedico estos artículos divulgativos a la memoria de Joseph Samuel Nye, Jr., fallecido en mayo de 2025; una figura prominente y fundamental para todos los académicos de las Relaciones Internacionales y para quienes abrazamos la diplomacia como área de formación y estudio, basada en la influencia y la persuasión, más que de coerción.

Al iniciar este análisis del poder blando ofensivo, es importante considerar tres afirmaciones que se responden a través de la lectura de los tres artículos:
a) La inteligencia y la diplomacia están articuladas a través de un mecanismo que establece un nexo entre el poder duro y el poder blando, configurando así la base para el despliegue del poder inteligente en las relaciones internacionales;
b) El fin del unipolarismo profundizó el estado de anarquía, la incertidumbre y el dilema de seguridad en el sistema internacional, provocando que las grandes potencias, como Rusia, maximicen tanto su poder duro como blando, explotando las fracturas internas y geopolíticas de Occidente para reconfigurar el equilibrio global en un entorno de competencia multipolar;
c) El debilitamiento interno de Occidente debido al relativismo y las nuevas tecnologías cibernéticas permitió a Rusia recuperar tácticas de influencia propias de la Guerra Fría, como el espionaje y las medidas activas, para lanzarse a la ofensiva en alianza con regímenes iliberales, con el fin de establecer un nuevo orden global multipolar.
De esta manera y mediante estas afirmaciones respaldadas por la teorización del poder blando ofensivo, es que se demuestra como el presente ha modificado la esencia del poder blando y como su aplicación tiene efectos directos sobre la sociedad internacional.

1 Aunque amenazados por los proyectos iliberales de los proyectos autoritarios, estos valores representativos de Occidente son: la democracia, los derechos humanos, la libertad individual, el estado de derecho, la economía capitalista, la ciencia occidental y la cooperación internacional.
2 Steven Lukes (2021) desarrolló la tercera faceta del poder en 1974; esta tercera faceta se refiere a la capacidad de moldear o influir en las percepciones, intereses y deseos de otros. Siendo sutil y profunda, además de haber surgido en tiempos de la Guerra Fría, es evidente que fue parte de la metodología usada por la Unión Soviética y también por los aparatos de inteligencia norteamericanos.
3 Existe la formulación de la cuarta faceta del poder en Peter Digeser (1992), quien afirma el poder constitutivo, que es la construcción de las identidades, los significados y la realidad. No obstante, el razonamiento de Digeser está inspirado en los trabajos de Michel Foucault, por lo que aplican y se dirigen más a las microestructuras de poder, que, si bien son afectadas por las macroestructuras internacionales, requieren un tratamiento posterior más afinado en relación con las consecuencias microestructurales causadas por la confrontación e influencia de las potencias sobre sociedades menores y periferias.