Una reciente investigación demoscópica, realizada en Italia, evidencia un abismo cultural entre ciudades de más de 60.000 habitantes y localidades con menor densidad poblacional. En los grandes centros urbanos, la mayoría de los electores muestra preferencias que tienden hacia la izquierda y en los pueblos de pocos habitantes las preferencias se mueven en la dirección opuesta. Un fenómeno similar se evidenció en el Reino Unido con los resultados del plebiscito por la salida o no de la Unión Europea. En las grandes ciudades se votó por permanecer en la Unión y en las zonas rurales por salir. Estas tendencias también se manifiestan en muchos otros países, como por ejemplo Alemania, Dinamarca, Holanda, Francia, etc.

Aclaro que en estos casos se habla de fluctuaciones relevantes entre una realidad y otra, sin implicar que todos vayan en una dirección o la opuesta. La pregunta interesante es determinar las causas de esta diferencia cultural, que seguramente concierne a la vida cotidiana, los niveles de educación, actividades laborales y la costumbre y frecuencia, mayor o menor, de interacciones sociales, que incluyen diversidad. Este último elemento, junto a niveles educacionales más altos, implica una tolerancia mayor, basada en experiencias cotidiana que llevan a los actores a pensar de manera más amplia y flexible.

Una de las paradojas del plebiscito en el Reino Unido, fue descubrir que en algunas zonas «rurales», donde las subvenciones por parte de la Unión Europea han sido altas, los lectores tendían a votar por el brexit, argumentando que había que frenar la invasión de emigrantes. Y esto sucedió en lugares donde la presencia de emigrantes es mínima. En las grandes metrópolis, donde las subvenciones han sido minúsculas o inexistentes y la presencia de emigrantes es más alta, el voto fue positivo para la Unión Europea.

Un abismo con las mismas características lo determina la edad de las personas. Los ancianos son por definición más conservadores y los jóvenes, a su vez, tienden a posiciones más abiertas y favorables al cambio. Una línea de demarcación son los sentimientos negativos de caos e inestabilidad o su opuesto. Es decir, percibir positiva o negativamente posibilidades en el cambio. Seguramente detrás de las preferencias políticas encontramos un estilo cognitivo que puede ser más o menos, tolerante, flexible, abierto al cambio y a las novedades o la exigencia que todo siga igual por el solo hecho de ser conocido. Ciertos ambientes y condiciones de vida estimulan un estilo, otras su contrario.

Unos días atrás, hubo dos concentraciones en Bolonia, Italia. Ante un mitin de Salvini en la ciudad, se produjo como reacción una manifestación pacífica en contra de las políticas y la retórica del exministro del Interior y la derecha extrema. La media de edad en dicha manifestación, que además fue mucho más numerosa, era significativamente inferior de la media de edad de los que asistieron al mitin de Salvini.

No solo eso. La manifestación surgió espontáneamente, sin preparación y sin recursos. Convocada en menos de dos días y promovida en las redes sociales. El mitin fue organizado con semanas de anticipación, en un teatro, con propaganda y anuncios altisonantes en la prensa.

Y este es el mundo en que vivimos y movemos. Fragmentado, con culturas diferentes, contrapuestas, con visiones e intereses divergentes. Dos realidades que tienen poco en común y prácticamente disyuntas. No se tocan, viven en contextos paralelos y sus contactos son casi inexistentes. Unos van hacia el futuro, otros se aferran a un pasado que ya no existe. Unos viajan, estudian, aprenden; otros marchitan lentamente, dejándose llevar por sus miedos y haciéndose víctimas de un inexorable presente, que se desmorona ante sus ojos como un castillo de arena bajo las olas y el viento cargado de miles de presagios.