Jura quien les escribe que el espacio que este medio de comunicación le ofrece cada mes, pensaba utilizarlo para hablar de temas interesantes. Al menos optimistas. Pero no me nace. El pesimismo se ha apoderado de mí y mi consciencia ciudadana y democrática se encuentra en coma profundo. El hastío me inunda y abrir el periódico cada mañana se convierte en una labor más de esfuerzo que de placer. Les contaba en septiembre que la parálisis política que vivía España estaba a punto de forzar unas nuevas elecciones generales. Las cuartas en cuatro años.

Pues bien, la noticia se confirma y el próximo 10 de noviembre los españoles volveremos a las urnas. Dos presidentes, tres comicios generales, una moción de censura y más de un año de Gobiernos en funciones después. Uno se plantea si los fundamentos democráticos que rigen nuestra organización como sociedad se están tambaleando. Si están heridos de muerte o si sobrevivirán al invierno. Con los nuevos movimientos extremistas campando a sus anchas en Europa, una crisis económica -la enésima-, a las puertas, y un cansancio generalizado hacia la clase política, parece que se avecinan tiempos de abstención.

Pero, ¿quién tiene la culpa? ¿Los profesionales de la política, con su continua tomadura de pelo, o la ciudadanía que vivió sumida en sueño llamado Estado del Bienestar, y durante el cual cedió a la Política las llaves de la casa? Porque vinieron a regarnos las plantas, pero acabaron ocupando el lugar y echándonos a la calle. Nos han puesto las maletas en la puerta y ahora hacen y deshacen a su antojo. Bueno, las facturas las seguimos pagando nosotros... No lo vimos venir, o decidimos apartar la mirada cuando nos metían la mano en la cartera. Qué tiempos tan felices, en los que nos bañábamos en la ignorancia.

Y ahora es tarde. Creen que la Política es un juego. Creen que dejarse barba y aparentar moderación es cool. Creen que insultarse en el Congreso de los Diputados mientras la presidenta llora de vergüenza es aceptable. O que echarle la culpa sistemáticamente al otro sin asumir responsabilidad alguna dará réditos políticos. Creen, directamente, que somos tontos.

Y quizá lo seamos. Quizá servidora lo sea. Porque aunque el hastío por esta clase política nos suma en el pesimismo, la Democracia sigue siendo el único filtro con el que vemos la vida. No podría ser de otra forma. No cabe otra forma de vivir. Porque fuera de la Democracia, no hay nada.

Quizá la abstención consciente y responsable sea la alternativa de muchos cientos de miles de españoles el 10 de noviembre. Si no votamos, a lo mejor captan el mensaje. Quizá entiendan que hemos vuelto a la casa acompañados del notario y la Policía, para reclamar lo que es nuestro.

¿Qué haría usted? ¿Votaría siempre, pase lo que pase aun sabiendo que poco cambiarán las cosas, o se quedaría en casa con la esperanza de, un día no muy lejano, tener representantes democráticos que no den ganar de llorar?