La poesía es un universo sin fin poblado de subterráneos personajes. Algunos salen a la luz, son los menos y no podemos decir que como poetas sean siempre los mejores. Los más quedan sumergidos en el olvido y nadie o pocos recuerdan sus nombres ni hablan de sus versos, porque nunca tuvieron gran público, sin embargo, fueron poetas con letras mayúsculas y algunos de ellos, superaron secretamente, en su mundo de sombra, la luz de muchos otros poetas de los cuales conocemos mucho más que el nombre. Uno de estos poetas del olvido fue sin duda Alberto Valdivia, chileno, hombre del sur y de la lluvia. En 1922 publicó Romanzas en gris, una obra breve de 17 poemas en estos momentos es imposible de encontrar.

Alberto Valdivia fue un poeta solitario, además de excelente músico y pintor. En su juventud conoció la generación de los, públicamente, grandes poetas chilenos y fue uno de ellos, en el sentido que los frecuentaba, como miembro del grupo. Según cuenta la historia, su libro no fue acogido como lo merecía y él, el poeta, se sintió herido por la indiferencia, dándose a las drogas hasta encontrar la muerte en soledad y prematuramente.

Sobre él, han escrito Jorge Teillier y Pablo Neruda. El primero narra que fue comparado a Juan Ramón Jiménez y el segundo, en su autobiografía, Confieso que he vivido, nos cuenta una historia sobre el día de los muertos, donde lo celebraron con una cena, teniéndolo como invitado de honor y que, además, lo llamaban el cadáver Valdivia, por su color cetrino, su delgadez y pasión por los cementerios. La cena terminó en un cementerio, al cual Alberto Valdivia, simbólicamente fue devuelto.

La extraña sensibilidad de muchos poetas, los transforma en seres ajenos a la realidad de todos los días. Extravagantes en su modo de ser, frágiles en sus sentimientos y difíciles en sus pensamientos. A menudo obsesivos y desesperados. Como si lucharan cada día contra sus propios demonios y vulnerabilidad. Desgraciadamente sabemos qué muchos terminan suicidas y al leerlos, podemos intuir el drama y la presencia perseverante de la muerte, junto al visible malestar, que para ellos es parte de la vida cotidiana, fuera de los límites de la normalidad.

Una de sus pocas poesías conocidas, quizás la más importante entre ellas, dice así:

Todo se irá

Todo se irá, la tarde el sol, la vida,
será el triunfo del mal, lo irreparable;
sólo tú quedarás, inseparable
hermana del ocaso de mi vida.

Se tornarán las rosas en un cálido
ungüento de otoñales hojas muertas;
rechinarán las escondidas puertas del alma y será todo mustio y pálido.

Y tú también te irás, hermana mía.
Condenado a vivir sin compañera,
he de perder hasta la pena un día,
para acechar, cual triste penitente,
a través de mi pálida vidriera.
el último milagro de la fuente.

Y al leerla y releerla, puedo afirmar que Alberto Valdivia, el desconocido y sufrido poeta del sur, fue, sin lugar a dudas, un grande. Desgraciadamente no puedo reconstruir ni su vida ni su obra. Sabemos que nació el 1894 y murió enfermo el 1938, después de haber vivido pobremente en hospedajes para vagabundos. Algunos de sus poemas aparecieron en la antología poética: Selva Lírica, 1922, lo que significa un formal reconocimiento, que no hizo más llevadera su trágica existencia con todas sus vicisitudes.