Para caminar es fundamental saber a dónde se quiere ir.

Si salimos a caminar sin dirección corremos el riesgo de perdernos y una vez perdidos lo más difícil es encontrarse.

Cada día, tras levantar, suelo hacerme la misma pregunta: ¿hoy a dónde vas? Trato de marcar una ruta, con una serie de acciones que me lleven a conseguir unos objetivos que solo al terminar la jornada sabré si los he cumplido o no.

Pero hay otros días que, en cambio, como a muchos les pasa, no tengo claro hacia dónde ir. Son días en los que me pierdo en mil y un pensamientos que, carentes normalmente de sentido, lo único que provocan es una pérdida de tiempo. Y el tiempo es lo único que no se recupera y menos en edades donde ya resta.

Saber hacia dónde vas es el primer paso, el esencial, para Ser.

Normalmente dedico tiempo a planificar, estudiar, plantear objetivos. También dedico tiempo a la reflexión, ¿cómo no? ¿Qué sería de mi vida sin la reflexión? ¿Qué sería de mi vida sin esa constante reflexión y puesta en duda de todo, que termina por convertir el camino en una contradicción? Pero la reflexión, en positivo, que lo es, siempre supone la crítica, la auto exigencia, la culpa, la perseverancia en el Ser.

Una de mis últimas reflexiones, estos días, de esas muchas, es que siempre hay que tratar de ir, desde que nos levantamos hasta acostarnos, hacia adelante.

Debemos fijar nuestros ojos un paso más allá, en lo que podemos hacer; no hacia atrás, en lo que no podemos cambiar.

La gran diferencia entre avanzar o retroceder está, esencialmente, en eso, en no mirar atrás.

Cada día es una decisión y cada decisión, sin duda, un error o un acierto. ¿Quién puede saber hasta no haber tomado una?

Es difícil caminar pensando que te has equivocado. La equivocación, si tira de nosotros, es un lastre que nos frena. Por eso siempre he dicho, y diré, que la peor decisión es no haber tomado ninguna.

En estas edades que algunos llevamos, las malas decisiones son cruciales en el final de nuestros días. Por eso también no caben precipitaciones, todo es lento. Y no pasa nada.

Vivir en el presente nos produce evitar esa ansiedad que surge, unas veces por miedo al futuro, otras por esa tristeza que nos puede provocar el recuerdo o la añoranza del pasado. Todo es una oportunidad.

Recibimos muchos golpes en la vida. Unos más fuertes que otros, pero no dejemos que nos derriben. Parar, analizar lo que representan.

Asumamos nuestros errores y equivocaciones, no renunciemos a aquello en lo que creemos y, al despertar, focalizarnos en la dirección adecuada y caminar.

Cada día es comenzar si tenemos claro a dónde ir. Comenzar es transformar. Cada día es una nueva oportunidad para crecer; una oportunidad para cambiar. Cada día significa Ser, significa evolucionar. Cada día podemos ser protagonistas de nuestra transformación si tenemos claro nuestro propósito, nuestra dirección.

Alguno podrá decir que las transformaciones siempre pueden ser buenas o malas, por supuesto. Yo apuesto por las buenas. Cuando alguien se transforma en algo peor es que estaba de prestado.

Las transformaciones siempre pueden ser de pensamiento, de aptitud o actitud, físicas o, simplemente, de conducta.

Nos transformamos desde dentro hacia fuera. Desde el Ser.

Somos capaces de conocer, de reflexionar sobre nuestras acciones. Somos capaces de juzgarnos, de encontrarnos con nosotros, de exigirnos. Somos capaces de Ser.

Por eso hoy simplemente quería decir, tras estas divagaciones, que despertemos cada día siendo conscientes del Ser, con gratitud por ser y por tener una oportunidad más. Que nos enfoquemos hacia dónde queremos ir y que no perdamos el tiempo en buscar razones ni justificaciones, simplemente caminemos hacia donde hemos marcado nuestra meta.