El viaje de regreso de Berlín a Múnich fue tenso y agotador. El viejo de 73 años se sentía, más que cansado, deprimido. Por esa razón adelantó el retorno, no esperó a que terminara la confrontación con su incisivo y más joven rival. Con dos días de asistencia al evento al cual fue convocado por las altas autoridades del Gobierno, tuvo suficiente. Al principio, con su habitual energía, defendió sus ideas, apoyadas en su enorme conocimiento y experiencia, pero fueron rebatidas con inclemencia por varios de los asistentes, que hacían mayoría en el público. Lo que más le dolió fue cuando lo señalaron de no estar al día con los conocimientos científicos. Pero supo desde un principio que el escenario lo habían preparado muy bien en apoyo al prusiano investigador que era su contendor. Como bávaro, comprendió que no solamente había competencia investigativa, sino que el poder central prusiano de esa Alemania ya unida, deseaba imponerse en todo sentido, sobre las regiones autónomas. Aspiraba por lo pronto, a llegar y descansar brevemente para luego seguir en la pelea. Nunca había rehusado la polémica, más bien la buscaba con entusiasmo. No era hombre de echarse para atrás. Cuando llegó a casa, pensó que lo mejor era descansar y esperar el día siguiente, para decidir lo que haría.

Ya en su oficina de trabajo, sin que nadie lo supiera dirigió una carta al colaborador más cercano de su rival, solicitándole una muestra de sus cultivos de vibrión colérico, para realizar algunos experimentos. Obtenidos estos, convocó en los siguientes días a sus colaboradores y alumnos a una reunión en la sala principal de reuniones de la institución en que trabajaba. Allí, ante la expectativa de todos que desconocían el motivo de la reunión, el viejo investigador, con su porte majestuoso y autoritario, les expresó con palabras pausadas y solemnes, que estaba dispuesto a beberse el frasquito que tenía en sus manos, que contenía bacilos puros del mismo que «decían causaba el cólera». Se los he pedido, dijo haciendo énfasis en sus palabras, al laboratorio del propio Dr. Robert Koch y su principal ayudante, el Dr. Gafkfy muy gentilmente me los envió.

De inmediato surgió un murmullo entre la asistencia pidiéndole a gritos que no lo hiciera. Algunos se ofrecieron de voluntarios para ingerir el mortal líquido, siempre y cuando el «maestro» no lo hiciera, pero este se mantuvo inalterable. A continuación bebió una tasa de agua con bicarbonato de sodio, para neutralizar el jugo gástrico, a fin de que nadie argumentara que esa secreción del estómago mataba a los bacilos del cólera y entonces sí, acto seguido bebió los varios miles de millones de dichos bacilos contenidos en el frasquito que le habían enviado. La historia retiene esa fecha. Era el 7 de octubre de 1892.

En los días siguientes, salvo algunos leves trastornos estomacales, el veterano investigador se sentía perfectamente bien. Entonces, se sentó en su escritorio y escribió a su famoso rival lo siguiente.

El Dr. Pettenkofer saluda al señor profesor doctor Koch y aprovecha la oportunidad de agradecer el envío de un frasquito conteniendo el llamado vibrión del cólera. El Dr. Pettenfofer ha ingerido dicho contenido y tiene el honor y la satisfacción de participar al Dr. Koch que sigue hallándose perfectamente bien de salud.

(Langbein K, Ehgartner B)

Luego miró al techo, unió sus manos atrás de su cuello y una sonrisa de oreja a oreja, atravesó su rostro. Su auto experimentum crucis, de alguna manera le había reinvindicado de su fallido viaje a Berlín.

Los primeros años

Max Joseph Pettenkofer nació el 3 de diciembre del año 1818, en Lichtenheim, población perteneciente hoy al municipio de Weichering y ubicada cerca de Neoburgo del Danubio (Neuburg an der Donau, en alemán), en Baviera, Alemania. Creció bajo la tutoría de su tío, que era farmacéutico en la capital bávara. Estudió en un colegio de Múnich, para luego seguir estudios de farmacia y medicina en la Universidad Ludwig Maximilian, graduándose de médico en 1845. Comenzó a trabajar con el famoso Justus von Liebig, considerado el padre de la química orgánica, etapa de su vida sumamente productiva ya que hizo numerosos y variados descubrimientos e inventos en muchas áreas de las ciencias naturales, que por si solos, ya le deparaban una justa y merecida fama. Su formación en farmacia, química médica, fisiología y en muchos dominios tecnológicos (Morabia), contribuyeron a esos numerosos aportes. Fue nombrado profesor de química en la escuela de medicina y el mismo Mendeléyev, el autor dela tabla de los elementos, citó varios de sus trabajos. Pero no estaba en estos campos, ni tampoco en el de la clínica atendiendo pacientes, por donde Pettenkofer seguiría abriendo trocha durante los siguientes años de su existencia.

Con toda la fuerza que su enorme naturaleza le había proporcionado, además de sus sólidos conocimiento en medicina, química, farmacia, economía médica, aparte de una amplia variedad de habilidades técnicas, como ya se mencionó, se dedicó a construir las bases científicas de la higiene, lo que ahora más comúnmente llamamos salud pública. Sus escritos relacionados con esta área, abordaron temas tan diversos como la alimentación, el agua, la disposición de excretas, el aire, el suelo, la vestimenta, el calor, la construcción de viviendas, la ventilación y la contaminación en general, entre otros más. Enfatizó entonces que el control de todos estos factores conllevaba la prevención de enfermedades, especialmente las de carácter epidémico, que para la época eran las más temidas. Se llegó a decir de él que era el apóstol del agua pura, el aire fresco y de la apropiada disposición de excretas. Sus exhortaciones fueron oídas por las autoridades locales, siendo muchas de ellas puestas en práctica, de manera tal que Múnich, una ciudad hasta entonces insalubre, se transformó en una urbe saludable. Max Pettenkofer empezó a ser considerado en Europa como uno de los expertos más capacitados en salud pública, hasta llegar años después, a ser el más reputado en esa área del conocimiento.

En 1865 fue nombrado profesor de higiene. Había logrado que dicho campo fuese considerado como un área de investigación científica y que las escuelas de medicina asumieran su enseñanza dentro del currículum. Pronto tres reputadas universidades alemanas contaban con departamentos de higiene y antes de terminar el siglo XIX, prácticamente todas ellas enseñaban la materia. De pronto Baviera se había convertido en la primera zona del mundo en que sus estudiantes de medicina recibían una formación en saneamiento y salud pública. Su buena relación con las autoridades reales de Baviera le permitió conseguir apoyo para la creación de su anhelado Instituto de Higiene de Múnich. Ahora tenía el ambiente propicio para seguir investigando y proporcionar enseñanza a un gran número de estudiantes alemanes y extranjeros que acudían por la fama de que ya gozaba la institución y su director. Los institutos de higiene que surgirían años después en otros países, tuvieron su modelo en el de Pettenkofer.

Años de triunfo y de polémica

Había logrado el reconocimiento en su país y en Europa, incluso en Norteamérica. Sentó las bases científicas de la higiene y estableció la primera verdadera especialidad interdisciplinaria de medicina (W.G. Locher). Al hacer hincapié en que la salud pública y el conocimiento que ella aportaba constituían los pilares de la prevención de enfermedades, Pettenkofer también fue uno de los más conspicuos pioneros de la medicina preventiva. Se le reconoció de igual manera, como un gran investigador, así como un elegante comunicador y propagandista de sus ideas. Escribió numerosos artículos para el gran público, en un lenguaje llano y sencillo. Tenía mucha habilidad para convencer a políticos y hombres de poder para que secundaran las obras que proponía. En Múnich era un hombre muy popular y querido. Formaba parte de la elite de científicos del siglo XIX.

Una figura europea tan resaltante en el campo de la salud pública como Petenkoffer no podía mantenerse al margen de las dos magnas corrientes predominantes sobre los orígenes de las enfermedades y en especial, el de las epidemias, en particular el cólera que había azotado la región en varias oportunidades. Los contagionistas defendían la idea de que las enfermedades se transmitían por contacto directo, inoculaciones o por la vía áerea o el agua. Los anticontagionistas por el contrario sostenían que las enfermedades eran producidas por «venenos» (miasmas) que surgían bajo la acción de diversos factores ambientales, entre ellos los desechos orgánicos, la suciedad y las variaciones climáticas. Posteriormente esta corriente tuvo modificaciones como por ejemplo aceptar que en algunos casos había transmisión directa de persona a persona e incluso llegaron después a reconocer que algunos gérmenes, fermentos, células degradas, hongos, bacterias, venenos químicos podían jugar algún papel en la producción de la enfermedad (G.M. Oppenheimer y E. Susser). En Alemania, esta gran polémica enfrentó de manera decisiva a Robert Koch, de gran fama por haber descubierto el bacilo de la tuberculosis y el del cólera, defensor de la primera corriente y a Max Pettenkofer que apoyaba la segunda. Las ideas al respecto de Pettenkofer se expresaban a través de una ley según la cual ni el factor x (el germen del cólera) ni las características y calidad del suelo (factor y) podían por sí solas originar la enfermedad. Esta se producía solamente cuando se conjuntaban ambos factores (factor z). Este enfoque, visto históricamente ha sido valorado en la actualidad ya que enfatiza la interacción entre diferentes dominios o niveles de causalidad. En este sentido, se puede considerar como una contribución pionera al enfoque ecológico de la epidemiología (Oppenheimer y Susser).

La epidemia de cólera en 1892 en Hamburgo fue desastrosa y ocasionó más de 8.000 muertes, asentando un duro golpe a las ideas de Pettenkofer. Todavía no se había instalado el sistema de filtración de agua que había propuesto el científico bávaro y por supuesto, el agua estaba contaminada con bacilos coléricos. El gobierno central en Berlín mandó de inmediato a Koch, quien ordenó las medidas que él pregonaba, esto es, cuarentena, aislamiento, desinfección y hervido del agua para el consumo humano. No tardó en hacerse obligatorias estas medidas, a través de una ley de epidemias, mandatoria para todo el país. Pettenkofer protestó en varias instancias, pero sus argumentos no fueron escuchados. Ese fue el momento, que relatamos al inicio de este artículo, cuando en un acto desesperando, poniendo en riesgo su vida, quiso demostrar que los postulados de Koch no eran ciertos, puesto que el famoso bacilo no era causa necesaria ni suficiente para causar la enfermedad del cólera. El factor x había fracasado porque le faltaba su factor y (W.Lederman).

Los últimos años

En vida, recibió múltiples premios y condecoraciones en reconocimiento a su gran labor. Fue declarado «ciudadano de honor de la ciudad de Munich» otorgándosele una medalla de oro. En 1883, recibió un título nobiliario con carácter hereditario, recibiendo el honor de ser llamado «su excelencia». De allí en adelante, su apellido llevó adelante el von. El Instituto Británico de Salud Pública le concedió la medalla Harlen. Cuando se construyó la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres su nombre apareció grabado junto al de otros 23 pioneros en dichas materias.

En 1894 se retiró completamente del trabajo. Estaba contemplando el triunfo de su rival, ya que la teoría microbiana y por ende, los contagionistas, se imponían por doquier. Sus restantes años fueron de gran soledad ya que fue testigo de la desaparición de sus más íntimos familiares. Entró en depresión y un sábado, precisamente el 10 de febrero de 1901, a la edad de 83, decidió terminar su existencia disparándose un tiro en la cabeza.