Han llamado la atención las recientes Primarias Amplias Simultáneas y Obligatorias (PASO), que han dado un categórico triunfo al peronismo-kirchnerista de Alberto Fernández y Cristina Kirchner, un resultado que no ha dejado indiferente a nadie, sean partidarios o contrarios. De mantenerse y proyectarse dicha tendencia, que es lo más probable, serán los próximos presidente y vicepresidenta de Argentina, a la primera vuelta electoral el 27 de octubre. Una vez más, al igual que los expresidentes Frondizi, Alfonsín y De la Rúa, una Administración no peronista como la de Mauricio Macri, no logra proyectarse en un siguiente mandato, por el regreso del peronismo en alguna de sus variadas corrientes, dentro del amplio espectro político que abarca.

Ni siquiera el peronista tradicional, Miguel Ángel Pichetto, acompañando a Macri como candidato a vicepresidente, pudo hacer la diferencia. Definitivamente, el más que septuagenario movimiento creado por Juan Domingo Perón, continúa vigente y con fuerzas renovadas.

Como el propio Perón lo definió, este «sentimiento», es más que una corriente político-partidista, que para muchos, resulta bastante inexplicable en su duración y vigencia, a pesar de no representar para nada, los momentos más prósperos y virtuosos del país, casi siempre acompañado de escándalos, oficiales y personales, de sus máximos líderes; connotados casos de favoritismos y dirigismos que invaden toda la institucionalidad, con los tres poderes incluidos y claramente alineados con el poder al mando; dominio sin contrapeso de la fuerza laboral y sindical, su punto de base y sustento esencial; así como una búsqueda de penetración, o al menos contención, de quienes han representado sus oponentes tradicionales: el latifundismo, la iglesia, y las fuerzas armadas.

De esta manera, el peronismo ha sido y sigue siendo, un actor trascendente en Argentina, imposible de soslayar, siempre activo y al acecho de lograr el gobierno nacional, así como en las provincias, donde ha permitido longevos caudillismos que no sueltan el poder (los Kirchner incluidos), o en la Capital Federal y su peronista con-urbano, decisivo en cualquier elección. Un fenómeno particular, propio de la Argentina, y por lo tanto, irrepetible en otros países.

Pueden existir múltiples razones, sociales, ideológicas, sindicales o hasta de clases, que podrían explicarlo. Daría para largos y doctos análisis, que no es el caso intentar aquí, ni tendría la competencia requerida. Sólo puedo constatar que, a diferencia de tantos otros latinoamericanos, en Argentina casi no hay una presencia significativa de la izquierda política consabida en sus distintas versiones, como es usual encontrarla prácticamente en todo el continente. En Argentina ha sido reemplazada por el propio peronismo y sus distintas versiones. Abarcan desde una tercera vía, ideada por Perón y empalmada con el no-alineamiento, hasta corrientes neoliberales de un Menem, o más hacia la izquierda progresista (como les gusta definirse), de los Kirchner, marido y mujer; o la llamada «cámpora» (más extremista) del hijo de ambos, Máximo.

No obstante esta variedad de posiciones, todas han compartido un destino común. Ninguna ha logrado materializar y conducir exitosamente el enorme potencial argentino, casi siempre desaprovechado, dilapidado, y capturado por un peronismo que, al priorizar claramente el bienestar de sus adeptos, ha postergado el desarrollo general del país, puesto al servicio, y en ocasiones flagrantemente, en el bolsillo de sus cabecillas. Un tipo de corrupción, o como ellos lo definen, «una manera de agilizar» cualquier trámite, si se desea que resulte. No es de hoy ni lo han inventado los bolsos con dólares ni los cuadernos «gloria» repartiendo dinero y sobornos. Es una vieja y arraigada práctica, lamentablemente todavía presente, tanto en ocasiones importantes, como sobre todo si se trata de obras públicas con participación del Estado, su gran proveedor.

Mauricio Macri intentó recomponer las cuentas estatales; cobrar por los servicios que permanecían casi gratuitos; saldar las deudas internacionales por años impagas; y en general, devolver la confiabilidad y credibilidad comprometidas en la era Kirchner. Lo hizo gradualmente, para sus críticos, o de manera insuficiente, para otros. Solicitó y obtuvo una excepcional ayuda de los organismos internacionales de crédito, como el FMI, tan odiado y vilipendiado por el peronismo por su contrapartida, los ajustes macro-económicos que exigen y condicionan los amplios préstamos. En verdad poco importa ahora, ya que pese a los esfuerzos, poco resultó, y la población aumentó su desilusión y descontento, culpando automáticamente a Macri y sin pensar en si tales ajustes eran o no indispensables para sacar al país de su era de retroceso, o si había que reencauzar un país semi-quebrado y con ningún prestigio. Por ello el electorado que lo eligió, apenas hace casi cuatro años, ahora lo abandonó y vuelve al peronismo-kirchnerista con la propia Cristina, aunque aparezca en una segunda fila autoatribuida. Cuesta imaginar a Alberto Fernández, por más presidente que resulte elegido, subordinado a una Cristina a la que todo le debe, y a la que todos otorgan el verdadero poder.

Han triunfado claramente en estas PASO, la real encuesta dentro de tantas poco confiables, y que los más optimistas tampoco previeron. Aunque no sean infalibles, ya que Scioli también las ganó y el triunfo final fue de Macri el 2015, su actual deterioro electoral pareciera definitivo, y la conocida como «brecha» que ha dividido el país, ya no sea tan evidente y con tan corto plazo para repuntar. La desilusión y la búsqueda de soluciones rápidas, ha volcado a la ciudadanía nuevamente a la fórmula peronista-kirchnerista, perdonándole su turbio pasado y buscando una pronta bonanza, sin importar su precio.

El panorama regional, por cierto que se verá alterado, gracias al impulso que la Argentina que viene proporcionará a los populismos que parecían en retirada, por su historial poco democrático y conocidos fracasos. El propio casi-garantizado futuro presidente, ya lo ha advertido, expresando que su administración volverá a alinearse con una mayor prescindencia, abandonará el Grupo de Lima contra Maduro, y seguramente, insistirá en reivindicar figuras como Lula, Dilma, Ortega, Díaz-Canel, o Morales, para coincidir con un México de López Obrador, atrincherado en un no intervencionismo complaciente, para no apoyar abiertamente a los populistas regionales. Una postura que ya advertida, ha producido inmediatos roces y descalificaciones mutuas con el Brasil de Bolsonaro. Lamentable, el Mercosur seguirá trancado, ineficiente, y sin un acuerdo real con la Unión Europea, pese al acuerdo proyectado.

Tampoco será indiferente para Chile, un vecino ineludible y poco coincidente con la fórmula ganadora trasandina, demostrado tantas veces en el pasado, y sobre todo ahora que Chile impulsa decididas acciones diplomáticas contrarias. La ciudadanía argentina ha preferido a quienes los seducen más que los convencen. No ha habido una reflexión meditada y racional. La Argentina de hoy, a pesar de todo y contra todo, ha privilegiado retroceder en el tiempo, dando marcha atrás.