El mundo cambia al ritmo de las transformaciones tecnológicas. La rapacidad financiera le abrió las puertas a procedimientos algorítmicos que no involucran el raciocinio ni la emocionalidad humana y permiten evitar sesgos comunes entre los inversionistas como el exceso de confianza o la aversión a la ambigüedad y al riesgo.

Los tan mentados algoritmos son ya la herramienta más utilizada en la especulación financiera con un aditamento reciente: el big data y el uso de inteligencia artificial.

Pero hoy, se sigue estudiando a Adam Smith, el escocés que escribió el primer estudio completo y sistemático sobre el proceso de creación y acumulación de la riqueza, y a quien se le asignó el título de padre de la economía moderna. Y a David Ricardo, que realizó una crítica a la obra, desarrollando más la teoría del valor trabajo y conceptos tales como el capital y la reproducción.

En el siglo XIX, Karl Marx y Friedrich Engels lanzaron un sistema filosófico, político y económico que rechazaba el capitalismo y defendía la construcción de una sociedad sin clases y sin Estado; que aportó un método de análisis conocido como materialismo histórico e influye en movimientos sociales y en sistemas económicos y políticos, como el socialismo y el marxismo..

Y llegando a épocas más recientes, al liberalismo de los años 1970-80 del laissez-faire, se sumaron Milton y Rose Friedman que popularizaron «la mano invisible» y el papel accesorio del Estado, basados en la doctrina smithiana del libre comercio, que dieron paso al neoliberalismo, que limita la intervención del Estado en asuntos jurídicos y económicos.

John Maynard Keynes, en su Teoría general del empleo, el interés y el dinero (1936) como respuesta hipotética a la Gran Depresión de 1929, se centra en el análisis de las causas y consecuencias de las variaciones de la demanda agregada y sus relaciones con el nivel de empleo e ingresos, con el fin de dotar a las instituciones nacionales o internacionales de poder para controlar la economía en las épocas de recesión y/o crisis, mediante el gasto presupuestario del Estado (política fiscal).

Amartya Sen hizo una lectura renovada de Smith que retoma la teoría de los sentimientos morales, y cuestiona la estrecha interpretación friedmaniana que atribuye al egoísmo la armonía del mundo.

En nuestra región (Latinoamérica y el Caribe) surgió en las décadas de 1960-70 la teoría de la dependencia como respuesta de científicos sociales a la situación de estancamiento socio-económico regional en el siglo XX, a la teoría de la industrialización de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) y a la teoría del desarrollo.

Utilizó la dualidad metrópoli-satélite para exponer que la economía mundial posee un diseño desigual y perjudicial para los países no desarrollados, a los que se les ha asignado un rol de subordinación de producción de materias primas con bajo valor agregado, en tanto que las decisiones fundamentales y los mayores beneficios se realizan en los países centrales, a los que se ha asignado la producción industrial de alto valor agregado.

Desde la crisis financiera que comenzó en el 2007 y que se convirtió en una recesión fortísima en la economía real de muchos países, diversos estudiosos analizaron la situación de los llamados ciclos comerciales o industriales –en los que se alterna la expansión y la recesión—desde las perspectivas keynesiana, neoclásica y marxista, sumando a ello las dificultades de Grecia y otros países europeos con su deuda externa y, entre otros hechos, las propuestas de regulación financiera.

Frente a la teoría económica estándar que presenta una visión idealizada de mercados estables y en equilibrio, de producción destinada a satisfacer el consumo y de desarrollo económico sostenido y generador de riqueza, se expone la realidad de un sistema económico turbulento y conflictivo, en una crisis in crescendo, en el que la norma son los mercados en desequilibrio y la producción destinada a generar ganancia monetaria, no satisfacción de las necesidades sociales, en momentos que se impone la economía trasnacional especulativa.

La realidad

Hoy, desde los sectores liberales se insiste en ignorar la real proporción que alcanza la economía especulativa frente a la real: los cálculos sitúan el volumen mundial de las transacciones financieras en más de cien veces lo producido en bienes y servicios (no financieros), la causa más relevante de desocupación y miseria a nivel global.

Los flujos especulativos generan la migración de excedentes desde la economía productora de bienes y servicios hacia la financiera en forma de especulación o de tributo por usura, lo que produce un recorte a las posibilidades de reinversión productiva y redobla la presión ya existente sobre el trabajo como factor primordial de la producción.

Y generan miseria porque unos pocos gigantes fondos de inversión junto a sus empresas asociadas acumulan siderales ganancias mientras un enorme contingente humano no encuentra sustento para sobrevivir. Sin un redireccionamiento del capital a la esfera productiva y su redistribución social, no se logrará solucionar este delito de lesa humanidad.

La elite global que está detrás de este fenómeno político niega el cambio climático y lo hace en beneficio exclusivo de su máximo lucro. No hay suficiente espacio para los nueve mil millones de humanos que se espera en el próximo futuro, y de allí a diario se suman masacres y genocidios, en el fervor de un renacido fanatismo religioso, la xenofobia y el racismo. Algunos proyectan un mundo para mil millones de personas, o sea, seis mil quinientos millones menos que la población mundial actual. ¿Un mundo sólo para el 1% de la población billonaria, dejando fuera al 99% restante?

Hoy las herramientas de la guerra cultural son el big data y la inteligencia artificial. La nueva generación de comunicación móvil 5G significa una profunda transformación tecnológica con importantes consecuencias empresariales, sociales y geopolíticas, teniendo en cuenta que los investigadores y empresas chinas tomaron la delantera, despertando la paranoia de los estrategas y Gobierno estadounidenses, que evalúan las consecuencias financieras, geopolíticas e incluso militares de la misma.

El inminente internet de las cosas (IOT por sus siglas en ingles) propone un mundo en el que todos los objetos estén conectados a la «red de redes» e interconectados. Esto requiere de altas velocidades, de convergencia en los accesos y de baja latencia. Es la quinta generación de tecnologías de comunicación móvil, la que amenaza con cambiar el mundo en los próximos meses o años.

La nueva tecnología constituye la infraestructura necesaria para el funcionamiento de la nueva sociedad en red, incluyendo la nueva economía, que se basa en la co­nexión de grandes bases de datos (big ­data), del despliegue de las aplicaciones de inteligencia artificial (y de las máquinas capaces de aprender) y, sobre todo, de la llamada internet de las cosas: en el ámbito doméstico, el dinero móvil, el automóvil sin conductor, la cirugía a ­distancia, la enseñanza virtual o las guerras de drones.

No se trata de ciencia ficción, sino de una tecnología que ya está operativa. Si en el 2014 había unos 1.600 millones de objetos-máquinas conectados, para 2020 se espera que sean unos 20.000, a través de una red con las características del 5G.

Algo sigue siendo claro: la tecnología por sí misma es inocua y por lo tanto dependerá de quién la domine. Esta tecnología será 40 veces más rápida que la del 4G actual con un significativo aumento del volumen de datos comunicados. Hay pánico en Washington y muchos nerviosismo en las megaempresas trasnacionales que hasta ahora se habían apoderado de los sistemas de comunicación e información, y vendían sus datos a quien los pagara, fueran Gobiernos o no.

Nos surgen interrogantes sobre estas realidades: ¿cuántas de las profesiones que conocemos hoy en día seguirán existiendo en el futuro? ¿Qué actividades humanas pueden verse completamente automatizadas por máquinas o sistemas de machine learning, haciendo que el 30% de los empleos actuales sean automatizados en apenas tres lustros? ¿Qué labores nos quedarán a los humanos? ¿A cuántos humanos?

Algunos de los nuevos modelos empresariales propiciados por nuevas tecnologías, socavarán los logros conseguidos en el mercado laboral, por ejemplo los relativos a formalidad laboral y seguridad en el empleo, protección social y normas del trabajo. Hoy el 61% (dos mil millones de trabajadores) sobreviven en la economía informal y , más de uno de cada cinco jóvenes (menores de 25 años) no trabaja, ni estudia, ni recibe formación, por lo que sus perspectivas de trabajo se ven comprometidas.

Después de la sorpresa tecnológica, llega la evaluación de riesgos, entre ellos el de la ciberseguridad, con las interferencias, espionajes y vigilancias de todo tipo; los peligros po­tenciales para la salud aún poco evaluados, ya que la red se desarrolla sobre una densidad de miniantenas (se calcula que una por manzana en los centros urbanos) que, mediante su cobertura coordinada del espectro, obtienen una comunicación ubicua de cualquier punto de la red a cualquier otro en el mundo.

El economista (¿o humorista?) colombiano Luis Alberto Moreno, presidente del Banco Interamericano de Desarrollo, primo del Fondo Monetario Internacional, afirmó que en Latinoamérica un instrumento para disminuir la pobreza es la difusión de teléfonos inteligentes, gracias a los cuales muchas personas han podido acceder a servicios financieros digitales en una región en la que cerca del 40 % de la población carece de una cuenta bancaria.

Si Latinoamérica quiere participar en la economía del futuro debe fijarse objetivos claros, entre los cuales señaló que las universidades tienen que convertirse en verdaderas plataformas de transferencia tecnológica. Mientras en el conjunto de los países desarrollados el gasto en investigación, desarrollo e innovación representa un 2,4 % de su PIB), en Latinoamérica es únicamente el 0,7 %, y de ese porcentaje sólo una mínima parte corresponde al sector privado.

La expansión de la llamada «inteligencia artificial» en un sinfín de áreas significará transformaciones significativas en la economía, el trabajo, la convivencia social y muchos otros ámbitos y, quizá, deje perimidas muchas teorías económicas. La IA implica básicamente la capacidad informática de absorber una enorme cantidad de datos para procesarlos –mediante algoritmos– con el fin de tomar decisiones en función de una meta específica, con una rapidez y en volúmenes que superan ampliamente la capacidad humana.

Ya se lo utiliza para optimizar las inversiones particulares en la bolsa de valores, y también para ordenar mejor el tráfico vehicular al identificar, en tiempo real, las rutas más descongestionadas.

Desde el pensamiento hegemónico se busca vender la IA como respuesta a la mayoría de problemas; pero como toda tecnología, la forma cómo se desarrolla responde a intereses concretos; y actualmente casi las únicas entidades con capacidad de realizar la inversión y manejar las cantidades de datos requeridas para optimizar los sistemas, no son Estados sino grandes empresas transnacionales, principalmente estadounidenses aunque también chinas y, en menor medida, de algunos otros países.

La hegemonía que han logrado estas empresas se debe, por un lado, a la posición clave que ocupan al controlar las plataformas que conectan los diferentes actores, hecho que se presta a la conformación de monopolios. Y esto a su vez les permite acumular más datos, insumo principal de esta nueva economía digital. Entonces, y sobre todo cuando se trata de transferir servicios públicos o funciones críticas a sistemas de IA manejados por estas empresas, surge una contradicción entre la meta de máxima ganancia de la empresa y las exigencias del interés público.

Sin dudas, hay una transferencia de riqueza hacia las empresas que concentran poder en el sector IA (a veces conocido como GAFA –Google, Apple, Facebook, Amazon); enriquecimiento basado en la acumulación y procesamiento de datos.

Uno de los problemas más agudos sería el impacto sobre el empleo debido a la robotización o la automatización de la producción de bienes o servicios. Muchos empleos quedaran perimidos o desaparecerán, y los nuevos serán insuficientes para absorber a todas las personas desplazadas: Por ello, en países desarrollados, incluso entre el sector empresarial, se analiza establecer un ingreso básico universal para la población que queda sin empleo remunerado, que sería subvencionado mediante políticas de transferencia de ingreso de las empresas ultra-rentables del sector de la IA.

Pero la mayoría del dinero que produzca la inteligencia artificial irá a Estados Unidos y China, mientras un mundo con poblaciones en crecimiento ¿podría sobrevivir con la escasez de empleos?.

En América Latina, hasta ahora, hay poco debate sobre estos temas. Sin embargo, los impactos serán importantes y a relativamente corto plazo. A medida que avance la robotización y automatización, ciertas líneas de producción que fueron desplazadas a países del Sur para beneficiarse de la mano de obra barata, regresarían al Norte, lo que ya está ocurriendo.

Asimismo, la contratación en el Sur de sistemas de Inteligencia Artificial de proveedores del Norte, por ejemplo, para mejorar los servicios públicos, significará nuevas formas de extracción de riqueza y datos y por ende nuevas formas de dependencia, y mayores brechas entre Norte y Sur.

La alternativa es clara: seguir discutiendo a Smith, Keynes, Marx, la Teoría de la Dependencia, o apoderarse de las herramientas para poder participar en esta lucha cultural, económica, política, social en la que está en entredicho nuestro futuro, elaborando nuevas propuestas. Amén.