El femicidio entendido como el asesinato de una mujer por el hecho de ser mujer, es decir, por sexismo o misoginia en el contexto de la desigualdad por razones de género, relaciones de poder, proximidad o dependencia, encuentra altos índices de ocurrencia en nuestras sociedades. Según el informe Global Study on Homicide. Gender-related killing of women and girls publicado por la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (2018), alrededor del mundo un total de 87.000 mujeres fueron asesinadas intencionalmente en 2017, más de la mitad de ellas, 50.000 (58%), fueron asesinadas por parejas íntimas o miembros de la familia; y las Américas tuvieron la segunda tasa más alta (1.2 por cada 100.000 mujeres) a nivel mundial.

En el caso de América Latina según las cifras oficiales disponibles de 16 países de la región, entre los años 2010 y 2018 han sido asesinadas por motivos de género un total 12.052 mujeres. Esto equivale a 1.506 mujeres al año, 125 al mes, por lo menos 4 al día y una cada 6 horas; es decir, la violencia contra la mujer en la región se ha convertido en lo que Eugenio Zaffaroni define como una «masacre por goteo». Cifras que aumentan exponencialmente cada año y entre los países más letales para las mujeres destacan México, Guatemala, El Salvador, Argentina y Perú.

Pese a ello, y en el contexto de una cultura femicida, con frecuencia estos crímenes son aceptados, naturalizados y justificados, por la población en general, los medios de comunicación y por el sistema penal. Los cuales además son promocionados, promovidos y normalizados en los distintos productos culturales entre los cuales es posible mencionar la literatura, el cine, la televisión, la publicidad, los videojuegos, la música, e incluso los memes. En el caso de los medios de comunicación la violencia por razones de género y el femicidio pocas veces son cuestionados o denunciados, por eso llama la atención la aparición de esta problemática como eje central e hilo conductor de la telenovela argentina Campanas en la noche, escrita por Lily Ann Martin y Jessica Valls.

Esta telenovela protagonizada por Federico Amador, Esteban Lamothe y Calu Rivero (quien fue víctima de acoso sexual por parte de Juan Darthés), expone, denuncia y problematiza las formas de violencia de género más comunes de las que son víctimas las mujeres en la actualidad, entre ellas: la violencia psicológica, física y sexual (Vito-Luciana), la violencia psicológica, estética y física (Vito-María Marta), la violencia física y sexual dirigida a mujeres en situación de prostitución (Vito-Yanina), así como la forma extrema de violencia contra la mujer: el femicidio; el cual es presentado en la figura del femicidio íntimo, referido a aquel cometido por la pareja o expareja de la víctima (Vito-Iracema y Alejandro-Micaela), y el femicidio de conocidos definido como aquellos perpetrados por amigos, colegas o figuras masculinas de autoridad (Felipe-Jimena).

En esta propuesta televisiva -sin abandonar el dramatismo, las intrigas y los clichés propios de su género-, se evidencia que este tipo de crímenes no son hechos casuales, inéditos, sin precedentes o antecedentes, no son actos irracionales, explosiones emotivas o pérdidas de control; por el contrario, la telenovela intenta alertar a sus espectadoras sobre la violencia de género, visibilizando sus primeras expresiones como celos, control, vigilancia, violencia verbal, y su progresiva escalada hacia la violencia psicológica, la intimidación, el aislamiento, la violencia física, la violencia sexual y su desenlace en el femicidio. Este último como resultado de un continuum de violencia previa desmedida, realizada para neutralizar desde sus primeros momentos los intentos de emancipación, independencia y autonomía de las mujeres.

Finalmente otro aspecto de gran importancia denunciado por la telenovela es la ausencia de sensibilización y el desinterés que prevalece en los órganos de competencia ante la violencia por razones de género y el femicidio; así como, la complicidad de los cuerpos de seguridad y los operadores de justicia ante los crímenes cometidos contra las mujeres manifiesta en la corrupción, el encubrimiento de los casos y los elevados índices de impunidad.