Las elecciones generales que acaba de vivir España han reafirmado lo que todo el mundo ya sabíamos: que el país vive la división política más acuciante desde que se restaurara la democracia en 1978. Han sido unas elecciones con un gran número de partidos políticos, y aunque aquello del bipartidismo ya murió, lo que sí que sigue muy vivo es la línea que separa la izquierda de la derecha española. Los dos grandes bloques que concurrían a estas elecciones están más alejados que nunca ideológicamente. Y más cerca que nunca en votos.

El Partido Socialista, PSOE, ha sido el claro vencedor de estos comicios, con 123 escaños, muy lejos del segundo en votos, el PP, que ha obtenido 66. Y más lejos aún de su gran oponente en la izquierda, Podemos, que ha obtenido unos escasos 42 escaños. Los populares de Pablo Casado, que habían escorado su política tanto a la derecha, que casi se mimetizan con los extremistas de Vox, se han visto casi sobrepasados por el otro gran partido del bloque, Ciudadanos (57 escaños). Esta radicalización del partido que ha gobernado España durante una década y que siempre había sido garantía de estabilidad, se ha llevado por delante la mitad de la representación que tenían en el Congreso de los Diputados, unos 4 millones de votos. Su peso político se ve engullido por un partido, Ciudadanos, que ya se considera la primera fuerza de la oposición.

El socialista Pedro Sánchez podría formar Gobierno con pactos estratégicos entre sus socios de izquierdas, pero ya ha expresado su intención de gobernar en minoría. No quiere, ni por asomo, un Gobierno donde Podemos tenga algún asiento relevante. No olvida el presidente Sánchez, parece ser, que los de Pablo Iglesias le negaron la presidencia en 2015, cuando Mariano Rajoy — que había ganado las elecciones — se negó a ir a la investidura por no tener suficientes apoyos. Entre los dos grandes partidos de la izquierda han sumado 165 escaños, quedándose a 11 de conseguir la mayoría absoluta. Pero no parece que vayan a entenderse, ni ahora ni en mucho tiempo.

El bloque de la derecha, conformado por PP, Ciudadanos y Vox, suma 147 escaños, poco más de lo que tiene el PSOE a solas. La amenaza que suponía Vox, al que algunas encuestas daban hasta 70 representantes, se ha quedado en solo 24, insuficientes para influir en la política o para entrar a formar parte de un hipotético Gobierno con los otros dos partidos.

Uno de los lemas más repetidos por parte de la izquierda en esta campaña electoral ha sido que los españoles no votaban entre un partido u otro, sino entre dos Españas distintas, dos modelos diferentes de país y de sociedad: el de la izquierda y el de la derecha. El del pasado, y el del futuro.

La España del futuro — de la izquierda — ha obtenido 11,2 millones de votos. La España del pasado — la de la derecha—, 11,1 millones. Otros 2,6 millones han ido a parar a partidos nacionalistas o regionalistas, que los hay de todos los gustos. La España fragmentada vive este mes de mayo otras elecciones, las municipales y autonómicas, que pueden cambiar el mapa políticos de los ayuntamientos. Y todo esto en medio de un parón económico, de una Unión Europea que presiona para reducir el déficit del país, y de la explosión del movimiento feminista que ha acaparado gran parte de la campaña electoral. Que la democracia nos pille confesados.