El Gobierno de Costa Rica anunció su decisión de acatar, en su totalidad, el pronunciamiento de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, que ordena reconocer a las personas homosexuales todos los Derechos existentes en la legislación, incluido el derecho al matrimonio, sin discriminación alguna. De los países latinoamericanos y de los 34 de la OEA seríamos el sexto país en reconocer este derecho.

El reconocimiento de matrimonio para todas las personas, sin discriminación alguna, de la forma que deseen casarse, hombre mujer, hombre hombre, mujer mujer, en nada afecta la forma religiosa en que la Iglesia Católica realiza sus matrimonios, o el sacramento del matrimonio, hombre mujer, porque la Iglesia Católica no está obligada a casar a un hombre con un hombre o a una mujer con una mujer.

El Estado no obligará a la Iglesia a realizar este tipo de matrimonios. El matrimonio de homosexuales que realice el Estado respetará el matrimonio que realice la Iglesia Católica. Por ello también la Iglesia católica debe respetar la forma como personas se casen en la vía civil, y con reconocimiento del Estado.

Son dos formas de realizar la unión matrimonial de personas, una por la Iglesia y otra por los mecanismos del Estado y por medio de quienes el Estado autorice civilmente para realizar matrimonios.

Desde el punto de vista de la Iglesia solo existe una forma de matrimonio, y en este sentido la Iglesia católica es la que discrimina por exclusión a las parejas homosexuales, aún cuando son creyentes, de la posibilidad de casarse, o de realizarse en la figura del matrimonio.

Hay que recordar que el único matrimonio válido en la sociedad costarricense, desde 1888, ante el Estado, es el matrimonio civil que se inscribe en el Registro Civil, en su sección de matrimonios, y que los sacerdotes están autorizados, considerándolos Auxiliares del Registro Civil, para llevar a cabo esta ceremonia civil, con el ritual de la Iglesia Católica.

Los pastores de otras iglesias protestantes, y de las nuevas congregaciones religiosas no católicas, no están autorizados para realizar este tipo de matrimonios civiles. Sus miembros para casarse con reconocimiento del Estado, deben hacerlo civilmente. Si una pareja, hombre mujer, de otro culto religioso quiere casarse, debe hacerlo primero ante un Notario o autoridad civil competente, y luego realizar su ceremonia religiosa.

En el caso de los religiosos solo los sacerdotes de la Iglesia Católica están autorizados para realizar matrimonios que se inscriben en el Registro Civil. Los matrimonios eclesiásticos, de acuerdo a los ritos o rituales, y de acuerdo a las condiciones que se exigen para ello, las iglesias los hacen al margen del matrimonio civil que el Estado reconoce.

Para algunas personas, es válido decirlo, si no se casan por la Iglesia pueden sentirse no casadas.

Así, el reconocimiento de matrimonio civil para todo tipo de parejas es llevar la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley a una situación de plena igualdad en este campo. Es reconocer a todos los costarricenses como hijos iguales de la Patria y de la Matria costarricense, lo que hasta hoy no se reconoce con las parejas homosexuales. Es reconocer que no habrá costarricenses desiguales en esta materia del matrimonio. Es un avance de la Democracia nacional, es un fortalecimiento de los Derechos y Libertades de los costarricenses, y de los Derechos Humanos en el país. Este reconocimiento es colocar al país al frente de muchos en esta materia, así como cuando en 1882 se abolió la pena de muerte, cuando una inmensa mayoría de países la tenían establecidas, y bastantes aún la conservan y la aplican.

En la sociedad costarricense actual hay matrimonios heterosexuales, hombres y mujeres, realizados por ceremonias religiosas o civiles. Esto es lo dominante y exclusivo institucionalmente porque no hay otra forma de reconocimientos legales de parejas en matrimonio, como las homosexuales.

Hay parejas que viven en «unión libre», sin casarse, sin realizar el acto matrimonial, por diversas razones. Y, dentro de estas «uniones libres» hay parejas homosexuales, porque esta ha sido la única condición de su existencia, porque legalmente se les ha privado e impedido vivir en la figura del jurídica matrimonio.

Hay quienes se niegan a aceptar el matrimonio de parejas homosexuales, más por razones religiosas y por prejuicios sociales.

También hay quienes aceptan la existencia de homosexuales que cuando mucho han avanzado, es para reconocer que «salieran del clóset», pero no aceptan todavía que «salgan de la casa» a la sociedad. El «matrimonio» es casi el «símbolo» de esta «salida de la casa» materna o paterna, para ir al encuentro de la casa de la Patria.

En materia de matrimonio aceptan con mucho «su unión libre», fuera de toda fórmula matrimonial, o la fórmula hipócrita de la «sociedad de convivencia» que le quieren dar a formas legales no iguales al matrimonio, tan solo para reconocerles como «parejas» y con ello los derechos de convivencia similares a los derechos matrimoniales, como se reconocen en la legislación.

La «unión» libre de homosexuales es para muchos absolutamente legítima, y hasta he oído que muchos homosexuales ni siquiera quieren realizarse en el matrimonio, como figura jurídica, y ello también puede ser válido. Pero hay muchos homosexuales que sí desean realizarse dentro de esta figura.

Con la decisión del Gobierno de reconocer en todos sus extremos la Resolución de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, ante la Consulta realizada, pareciera que esta situación se va a superar, y se establecerá el reino de la igualdad jurídica en materia de matrimonio para todas las personas, o como reza el Artículo 52 constitucional, que como base de la familia, que dos personas quieren desarrollar, el «matrimonio…descansa en la igualdad de los cónyuges». Pues es la hora de desarrollar esta igualdad para los cónyuges, aquellas personas «que se deben amor y fidelidad», como dice el diccionario.

La decisión del Gobierno sin ninguna duda convocará a tocar campanas, a convocar las maldiciones del cielo, a asustar religiosamente, a impugnar por todos los medios posibles lo resuelto, quizá a nuevas marchas y manifestaciones. Pero, hay que recordar que en el resultado electoral del 1 de abril, ya hubo un gran pronunciamiento de confianza en el actual Gobierno y en el que le sucederá, ambos del mismo partido político. Hay que recordar que el nuevo Presidente de la República se pronunció, sin temor alguno, en este sentido de fortalecer y de reconocer los derechos de matrimonio de todos los costarricenses. Y esa voluntad política expresada en las urnas debe materializarse en la ejecución de la Resolución consultiva de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Así como se reconoció en su momento, 1888, el divorcio, que disolvía el sacramento del matrimonio, sin que impidiera su realización, así como se reconoció la coeducación, a principios del siglo XX, de educar niños y niñas a la vez en las aulas, contra la opinión de la Iglesia Católica, así como se reconoció el Derecho de Voto de las mujeres, así como se han ido estableciendo leyes que obligan al reconocimiento pleno de las mujeres, así debe reconocerse en este campo resuelto lo dispuesto por la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Hay que apoyar al Gobierno de la República, a las autoridades públicas y republicanas, en este sentido.

En el siglo XIX, a finales, Magaly y Jeanie, las hijas de Eliseo Reclus, el gran geógrafo y anarquista francés, tomaron la decisión de «unirse libremente» a los jóvenes Regnier y Cusinier, sin ceremonia religiosa ni civil del matrimonio, desafiando así las normas de la convivencia establecida, y lo hicieron con el apoyo de sus padres.

En 1882, cuando hicieron el acto social de esta unión libre su padre Eliseo Reclus, pronunció un discurso, del cual extraigo algunos párrafos, que bien valen para esta ocasión.

«Los hijos amantísimos que nos convocan para tomarnos como testigos de su unión se casan en la plenitud de su libertad, no piden a nuestra palabra la confirmación de la que han pronunciado en el fondo de su corazón. Su altiva voluntad basta, pero les agrada escuchar la voz de su padre, al entrar en la vida nueva que les espera. [...]. No es nombre de la autoridad paterna que yo me dirijo a vosotras, hijas mías, y a vosotros, jóvenes que me permitiréis que os dé el nombre de hijos. [...].Nuestro título de padres no nos hace vuestros superiores y no tenemos respecto de vosotros más que un profundo afecto. Además, en esta gran circunstancia de nuestra vida, os pedimos que seáis nuestros jueces.

»A vosotros, hijos míos, corresponde decir si hemos abusado jamás de nuestras fuerzas para manteneros en la sumisión, de nuestra voluntad para avasallar la vuestra, de nuestra influencia natural para imponeros nuestra moral. Haréis a los que os quieren esta justicia: que su ternura no ha sido de ningún modo tiránica. [...]. En el grupo de padres que os circundan, los hay quienes habrían preferido vuestro matrimonio acompañado de ceremonias religiosas, quizás una cierta opresión del corazón se habría confundido, en alguno, con la alegría que ocasiona vuestra unión, pero todos os han respetado, ninguno ha querido imponeros las propias ideas, por encima de las divergencias de vuestro derecho. [...]. La prueba no ha servido más que para aproximarnos los unos a los otros y para hacernos creer recíprocamente. Los padres y las madres han sentido redoblar su ternura, los hijos y las hijas han sentido aumentar su respeto y su afecto. Habiendo quedado libres, os habéis vuelto mayormente amantes.

»También en este día sois dueños vosotros mismos. Sois responsables de vuestros propios actos. No hay ninguna duda de que os seguiremos con toda la solicitud que surge de nuestra ternura, pero no seréis humillados por ella. Cuando el pajarito ensaya por primera vez las propias alas antes de desplegar el vuelo en el aire azul, ¿se puede quizás reprochar a la madre que lo contempla ansiosa desde el borde del nido? Pero ella se volverá bien pronto confiada. Vuestras alas son robustas y os llevarán por el espacio libre. [...]. Nosotros no os pediremos nada, hijos míos, pero vosotros nos daréis mucho. Los años comienzan a pesar sobre nuestras cabezas, a vosotros os compete devolvernos la juventud y la fuerza. Es verdad que en la gran familia humana vemos renovarse todo incesantemente, las primaveras suceden a las primaveras, las ideas a las ideas. Pero experimentaremos una más íntima dulzura observando la renovación de la vida que se hará en torno a nosotros y en el círculo discreto de la familia. [...]. Es en vosotros, jóvenes, en los que nos complace sobretodo vernos renacer, recomenzando la lucha por la vida y continuando con nuevas fuerzas las obras emprendidas. Nosotros estamos cansados, pero vosotros continuaréis nuestro trabajo, luego otros seguirán después de vosotros.

»Es así como en el porvenir vemos prolongarse de existencia en existencia nuestro duro y buen trabajo. Vosotros nos dais sentimiento de duración, en vosotros hijas mías e hijos míos, nos sentimos inmortales. Pero vosotros tenéis más que la inmortalidad, tenéis la intensidad de la vida presente. ¿Cómo la emplearéis? ¿Simplemente en amaros, en alentar la felicidad, en violar el destino para se convierta en vuestro cómplice y os haga sacar el buen número de la lotería de la existencia? No. Tenéis más altas ambiciones, estoy seguro. No os bastará ser felices, vuestras uniones no serán egoísmos de familia, sino la multiplicación de vuestras virtudes de trabajo y de bondad. [...]. ¡Sois buenos! Sed aún mejores, mas sinceros en la práctica de la justicia, más fuertes en la reivindicación del Derecho. [...]. Recordad que todos no son felices, que todos no tienen la alegría de tener padres amorosos, compañeros que les estimulen, mujeres y esposos que se consagran y hasta sacrifican por ellos.

»¡Pensad que en este momento mismo, hay quienes mueren sin amigos, y otros que van, con la desesperación en el corazón mirando desde lo alto de los puentes correr el agua negra del Sena! Vosotros sois afortunados. Hacéoslo perdonar trabajando por aquellos que no lo son. Prometeos consagrar vuestra vida a disminuir la suma de los dolores inmerecidos que pesan sobre el mundo. Para el bien, sois más fuertes de lo que pensáis, aun solos, podríais obrar ¡y estáis unidos!»