El proceso de colonización europea en América se caracterizó por la invasión territorial de los colonos europeos, su autoproclamación como superiores, aunado a la inferiorización de los pueblos indígenas y africanos - considerados por estos como atrasados, incivilizados, salvajes y primitivos-; este hecho sirvió como justificación para la realización de la violencia, la expoliación de sus recursos y la apropiación de los cuerpos sexuados de las mujeres racializadas. Pero estos hechos, aunque parecen cosas del pasado, continúan más vigente que nunca en las sociedades contemporáneas.

En la actualidad nos encontramos ante un proceso de neocolonización, en el cual los europeos continúan presentándose como «salvadores» de los pueblos subalternizados, quienes son capaces de proporcionarles progreso, desarrollo, oportunidades y «humanidad», pero esta vez mediante la llamada cooperación internacional. No obstante, llama la atención que esta cooperación internacional se dirige a aquellos continentes y países empobrecidos y desestabilizados como consecuencia de la expoliación colonial europea, de su mantenimiento en condiciones de precariedad, y por la conflictividad producida por estos a través de las denominadas guerras proxy. Es decir, la cooperación internacional y la ayuda humanitaria se presentan como la alternativa para los pueblos subalternizados, sin embargo, es proporcionada por aquellos que generaron y mantienen su subalternización, racialización, precarización y conflicto.

Pero en una sociedad patriarcal, donde las vidas y los cuerpos de las mujeres han sido históricamente devaluados, esto les coloca en una permanente condición de riesgo, el cual se profundiza cuando las mujeres se encuentran sometidas a las vicisitudes de un conflicto político y bélico, los embates de catástrofes naturales, así como a estados de emergencia social. De este modo, los organismos internacionales de cooperación y ayuda humanitaria, también imponen su dominación a través de la neocolonización de los cuerpos sexuados de las niñas y mujeres refugiadas, desplazadas y empobrecidas de los continentes y países devastados por la lógica colonial.

Con frecuencia personal militar, funcionarios, trabajadores y voluntarios de estos organismos de cooperación hacen uso de su poder colonial y patriarcal para violentar a niñas y mujeres, aprovechándose de su condición de vulnerabilidad para someterlas a través de la violencia sexual, la prostitución y la trata. Cuando las niñas y mujeres intentan recibir la ayuda humanitaria (alimentos, agua, medicinas, productos de aseo personal y otros artículos básicos) son chantajeadas o forzadas a prestar servicios sexuales. También se tiene conocimiento de que muchas de ellas han sido víctimas de violaciones colectivas, obligadas o contratadas para prostituirse, e inclusive vendidas o trasladadas para convertirlas en mercancía del mercado de la trata. Estas prácticas generalizadas han sido denunciadas durante décadas por las propias víctimas, así como, por los movimientos de mujeres, sin embargo, estas denuncias han sido reiteradamente invisibilizadas, desatendidas, ignoradas y desestimadas.

Esta problemática ha comenzado a ser visibilizada en los medios de comunicación y a ser discutida en los distintos espacios de sociabilización a partir del escándalo de Oxfam, desatado por las revelaciones en la prensa británica de las prácticas de explotación sexual a mujeres en Haití, durante la operación humanitaria que la ONG desplegó tras el terremoto de 2010. Se descubrió que al menos siete miembros del personal de Oxfam, incluido el entonces director en el país caribeño Roland van Hauwermeiren, contrataron prostitutas (algunas menores de edad) para realizar orgías en las dependencias pagadas por la organización; sin embargo, el hecho fue ocultado por la organización y los involucrados no fueron sancionados ni puestos a disposición de la justicia. Tras estas denuncias, el director ejecutivo de Oxfam Gran Bretaña, Mark Goldring, ha asegurado que están investigando 26 nuevos casos de mala conducta sexual; pero estos hechos también dieron paso a que se destaparan episodios de naturaleza similar que involucran a otros organismo internacionales de cooperación.

Un reciente artículo publicado por la BBC denuncio que en Siria las mujeres están siendo explotadas sexualmente por hombres encargados en entregar la asistencia humanitaria de la ONU y de otras organizaciones internacionales de ayuda. Danielle Spencer, una asesora humanitaria de una ONG señaló que la situación en la región era tan endémica que las niñas y mujeres no podían recibir la asistencia sin ser estigmatizadas; afirma que se presumía automáticamente que si ibas a uno de estos centros de distribución, habías participado en algún acto sexual a cambio de la asistencia. En junio de 2015, el Comité Internacional de Rescate (CIR) realizó un sondeo a 190 mujeres y niñas en Daraa y Quneitra y concluyó que un 40% de ellas habían sufrido violencia sexual cuando estaban recibiendo ayuda humanitaria. A estos se suman los casos de acoso, violencia y explotación sexual denunciados durante 2017, año en el cual Oxfam registró 87 casos, Save the Children 31 casos, la Cruz Roja Británica 5 casos y Christian Aid ha sistematizado 2 casos.

Ahora, ante la ola de denuncias, la retirada de financiamiento, la pérdida de credibilidad y la sobrexposición mediática, las agencias internacionales afirman que no estaban al tanto de la situación y que mantienen una política de cero tolerancia en lo que respecta este tipo de abusos; no obstante, la realidad es que en estas organizaciones predomina un escenario de aceptación, naturalización, indiferencia e inacción ante estos casos pues, desde el pensamiento patriarcal neocolonial, los cuerpos de las mujeres no importan.