Un café doble largo de café, con poca leche y sin azúcar, ésta es la frase que durante años he repetido cada una de las mañanas que desayunaba en el Café Comercial. Me sentaba dentro, en una de las mesitas bajas, cerca de la barra, entre las dos puertas que dan acceso al café para observar el ir y venir de turistas, vecinos y madrileños que como yo, tenían allí su parada de cada día. Aunque hiciese buen tiempo, sólo en contadas ocasiones me senté en la terraza, prefería estar dentro con sus paredes de espejos, sus columnas de mármol y ese punto rancio de un local con 128 años años de historia, que te transportaba a otra época con aroma del café recién hecho.

Recuerdo aquella iniciativa que tuvieron de los “cafés pendientes”, consistía en dejar pagado un café de más, para cuando llegase alguien que no pudiera pagarlo se tomase ese café que tú ya previamente habías pagado. Lo hice varias veces, a parte de solidario me resultaba simpático. Un día pregunté al camarero si esta iniciativa realmente estaba funcionando, si la gente lo sabía y entraban a pedirlo y me dijo que sí. Pasados 20 minutos se acercó a mi mesa y señalando a la barra me dijo: mira tu café pendiente.

Miré y vi al fondo a un señor de unos 70 años que tomaba reposado mi café, su café. Me dieron ganas de acercarme, de darle los buenos días y entablar una conversación con él así salida de la nada, supongo que el Comercial invitaba a buscar las historias que se esconden detrás de cada café o quizá no era más que deformación profesional de una periodista siempre curiosa, pero reprimí mi impulso primario de curiosidad y me marché dejando al hombre a solas con sus pensamientos, comprobando que esos cafés pendientes estaban funcionando.

Un buen día al volver de mis vacaciones de verano, como tantas otras veces, me bajé en la boca de metro de Bilbao en la salida a Manuela Malasaña y al salir y sin previo aviso vi que el Comercial había cerrado. Este cierre inesperado nos pilló a todos por sorpresa pero sobre todo a los 14 trabajadores del local, algunos con una antigüedad de 25 años. Al llegar como cada mañana a su puesto de trabajo lo más que encontraron fue un cartel que decía: “ Después de tantos años de actividad del Café Comercial nos dirigimos a vosotros para comunicaros el cierre”. Nos dirigimos a vosotros, y en ese "vosotros" se incluían los camareros, los turistas, los de siempre y los que pasaban de vez en cuando y me incluía yo. De esto hace dos veranos, era 27 de julio de 2015.

Pensé entonces, qué efímeras pueden llegar a ser las cosas, cómo algo que durante tanto tiempo ha formado parte de tu vida, sin más desaparece un buen día, echa el cierre y se lleva de un plumazo recuerdos unidos a un lugar.

Comprobé en los días posteriores que esa especie de sentimiento de pérdida era compartido por mucha gente, gente de todas partes, que cubrieron las inmensas cristaleras del local con improvisadas notitas a modo de homenaje. Leí algunas, no todas porque había muchas, unos se lamentaban por el cierre, otros protestaban diciendo cómo se consentía que se cerrase un local así y si nadie iba a hacer nada, otros recordaban que se conocieron allí, amigos, parejas de novios, gente anónima que cada vez que venían a Madrid pasaban por el café a tomar chocolate con churros, en esas notitas daban lo que podrían ser sus condolencias.

En aquellos días se especulaba con qué se abriría ahí. Su antecesor había dejado alto el listón y no cualquier cosa valdría. Recuerdo que incluso amenazaron con poner otra gran tienda de ropa de las muchas que hay en Madrid, no era posible, una tienda de camisetas fabricadas en China en los cimientos del Comercial, qué falta de escrúpulos, un gimnasio low-cost tal vez, un centro de belleza, se oía de todo por el barrio. Pero también eso pasó, poco a poco los papelitos fueron desapareciendo, la verja seguía bajada y yo tuve que buscar otro sitio donde desayunar.

Hasta que hace unos meses observé movimiento dentro, pregunté al señor del quiosco que hay justo enfrente y sonriendo me dijo: lo reabren, va a ser otra vez el café.

No pude resistir la tentación y por un lateral me colé en las obras, había obreros por todas partes, personal del equipo de decoración, y alguien me pregunto quién era yo, hablamos un buen rato y me dijeron que el Grupo el Escondite se había hecho cargo del local, que funcionará como bar-restaurante. No son nuevos en esto, entre sus locales se encuentran El Escondite, Lady Madonna o Barbara Ann, locales con éxito, en el cada vez más exigente nivel de restauración de la capital madrileña.

Después de un año y ocho meses cerrado, en principio la reapertura del Café Comercial llegará con la primavera, está prevista para el martes 21 de marzo. Siempre y cuando se resuelva a tiempo el problema que están teniendo con las licencias y que podría hacer que se retrase un poco. Desde el Ayuntamiento informan de que el local no tiene licencia para abrir, ya que no será sólo un café sino que incluirá restaurante y por su parte los nuevos gestores, a través de un comunicado, mantienen que abrirán el local con la licencia original de café.

Fundado el 21 de marzo de 1887, sus paredes guardan cientos de historias alrededor de una taza de café. Fue lugar de tertulias literarias durante el periodo de posguerra y sitio de encuentro de poetas y novelistas, pintores y periodistas, Gloria Fuertes, Blas de Otero, José Hierro, los periodistas del diario Arriba y actualmente Luis García Montero, José Elgarresta, Arturo Pérez Reverte... son algunos de los nombres que ocuparon sus mesas. En él se inspiró Camilo José Cela para dar vida a sus personajes de La Colmena describiendo el antiguo ambiente del Café. En uno de sus rincones solía verse habitualmente al que fue alcalde de Madrid, Enrique Tierno Galván y otro rincón se conoce como el “rincón de los Antonios” en homenaje a Antonio Machado.

Ahora aquel Café centenario y pionero, y digo pionero porque fue el primero en admitir camareras y el primero en servir platos combinados, llega con un aire nuevo, pero respetando todos sus elementos protegidos. La fachada, con sus dos entradas, que se mantienen actualmente, una por la misma Glorieta de Bilbao y otra por la calle Fuencarral, las escaleras, la barra de mármol, las lámparas, sus grandes vidrieras desde las que observar desde dentro el ir y venir y el ajetreo de la ciudad. Sus dos plantas, hoy sede del Club de Ajedrez. Sobre esa segunda planta más desconocida, hace años uno de los camareros me contó que el teléfono que hay al principio de la escalera, no sé si seguirá estando, un teléfono negro de esos de pared antiguo, se usaba porque las mujeres no podían subir a la parte de arriba donde se encontraban sus maridos, y cuando querían marcharse a casa les llamaban desde ese teléfono sin acceder al segundo piso.

Un café lleno de historia y de historias, de personas anónimas y conocidas, un lugar en el que en un tiempo se servía chocolate con churros y que a partir de ahora será un referente donde ir a comer o cenar, uno de esos sitios que ya forman parte de la historia de esta ciudad. Y aunque dicen que segundas oportunidades nunca fueron buenas...siempre hay excepciones que confirman la regla.

Y ahora os tengo que dejar que acaba de llegar el camarero: “Un café doble por favor, con poca leche y sin azúcar”