Edimburgo, la capital de Escocia, es uno de esos lugares que cuenta tras de sí con una historia negra allende los mares extendida. Desde el tráfico de cadáveres hasta las apariciones de ultratumba, pasando por la brujería, el canibalismo y la superstición, el enigmático halo que rodea Edimburgo se consolida a partir de tradiciones, leyendas y mitos relatados a lo largo de los siglos; y en cierta medida esta historia negra es también foco de atracción para el turismo de esta mágica ciudad.

Mackenzie, el poltergeist de Greyfriars

George Mackenzie fue el abogado de Carlos II que, en el siglo XVII, se encargó de perseguir y aniquilar a los “covenantes”, patriotas escoceses que iniciaron una revuelta en contra del monarca por su intento de introducir el anglicanismo en Escocia (lo que supuso una cristalización del aumento de la influencia que estaba ejerciendo Inglaterra dentro del territorio escocés). Los covenantes firmaron el Pacto Nacional, el documento que sellaba su compromiso de resistencia, en la iglesia del cementerio de Greyfriars, por lo que Mackenzie eligió este camposanto para encerrar en improvisadas celdas a los integrantes del movimiento rebelde, a los que torturó y ejecutó –muchas veces de forma aleatoria-.

George Mackenzie, que se ganó el apodo de “Bloody Mackenzie” por sus sanguinarios métodos –que llegaron a formar escuela para posteriores dictaduras-, decidió para su muerte construir el mausoleo donde ser enterrado en el lugar que le hizo saltar a la fama: el cementerio de Greyfriars. Allí descansó en paz hasta que en el invierno de 1996 un sinhogar buscó cobijo en su panteón y, tras una caída con posterior pérdida de conciencia sobre su tumba, acabó en comisaría con claros síntomas de violencia para denunciar que había sido atacado por el fantasma de Mackenzie. Los agentes que se encargaron de atenderlo tomaron al mendigo por alcohólico y no hicieron caso de la historia narrada, pero lo cierto es que desde entonces en Edimburgo existe la creencia de que el espíritu de Mackenzie despertó de su letargo de ultratumba y son más de 300 las denuncias policiales que atestiguan un ataque del fantasma.

Maggie Dickson, la “medio ahorcada”

Edimburgo tiene fama de leyendas y sucesos paranormales, y la historia de Maggie Dickson es un ejemplo que, aunque no traspasa la línea de lo macabro, es del todo extraordinario. Maggie fue, en el siglo XVIII, el vivo ejemplo de una desgraciada. Repudiada por un marido que no la amaba, decidió buscar un futuro mejor fuera de Edimburgo (en aquella época ser una esposa abandonada estaba muy mal visto). Se mudó a un pequeño pueblo llamado Kelso, donde con un poco de suerte encontró trabajo en una posada y con un poco de mal tino se enamoró del hijo del posadero, con quien tuvo un romance secreto y un embarazo también secreto. Corría el año 1724 y, aunque el niño acabó naciendo muerto, Maggie fue descubierta y delatada por haber escondido su periodo de gestación, delito que estaba castigado con la horca.

Así pues, el 2 de septiembre de 1724 Maggie fue ejecutada en Grassmarket, y tras el paso por el cadalso y haber sido dado el certificado de defunción, de camino al cementerio, unos gritos comenzaron a oírse desde el ataúd. Maggie ha había salido indemne del ahorcamiento y, como defendió un estudiante de Derecho, ya había cumplido el castigo por el que fue sentenciada, por lo que volverla a ahorcar sería penar dos veces un mismo delito y, por lo tanto, una falta de justicia. Maggie acabó volviéndose a instalar en Edimburgo, se casó con el estudiante que la salvó la vida, se compró una casa en Grassmarket con vistas a la horca y fue muy conocida el resto de sus días con el sobrenombre de Half Hangit, la “Medio Ahorcada”.

James Douglas, el caníbal idiota

James Douglas, hijo mayor del marqués de Queensberry, eclipsó en 1707 la decisión de su padre de apoyar el Acta de Unión (tratado que refrendaba la anexión de Escocia a Inglaterra) y los posteriores disturbios que esta rúbrica desencadenó. Tremendamente peligroso a causa de una enfermedad mental, James permanecía encerrado en la residencia de la familia, situada en la Royal Mail en un edificio que hoy forma parte del Parlamento escocés. A causa de la revuelta que originó la suscripción del Acta de Unión, el marqués de Queensberry salió con todo su séquito para así evitar un linchamiento, dejando la casa vacía a excepción de su hijo demente, de unos diez años de edad, y un joven criado.

Cuando el marqués volvió al hogar, cuál fue su sorpresa al descubrir que James no sólo se había escapado, sino que había descuartizado al sirviente, lo había asado y lo estaba devorando aduciendo que tenía hambre y nadie le había preparado la cena.

Cabe destacar que esta no fue la primera vez que un escándalo de canibalismo sacudió el país, ya que, aun sin haber acuerdo sobre su veracidad, fue extendida la leyenda de Sawney Beane, del que se dice que junto a su clan asesinó y devoró a unas 1000 personas durante el siglo XVI.