El conocimiento de la sexualidad está basado principalmente en respuestas a cuestiones sobre reproducción. Sólo hace tres décadas que se empezó a tomar consciencia social sobre las distinciones tradicionales de género, que no se adaptaban a la realidad, sino que más bien responden a una hegemonía patriarcal ancestral que dejaba fuera de las principales estructuras sociales a las mujeres y, por supuesto, a homosexuales, bisexuales y a cualquiera que pudiera expresar una sexualidad alejada de los cánones de la religión. Pero me gustaría hablar de los aspectos biológicos de esa sexualidad, porque hay una tendencia actual que insta a ver cada aspecto del humano exclusivamente desde un punto de vista social, como si todo comportamiento respondiera a una cuestión educativa. Se ha estudiado largamente el hecho de que el aspecto biológico es tanto o más importante que la educación en esta cuestión sexual, que articula el pensamiento sobre la realidad del ser humano.

La homosexualidad es natural e innata, y una prueba simple de ello es que no es exclusiva de los seres humanos. Cuando entendemos eso, deberíamos acallar las voces de algunos grupos de presión social que se encargan de extender la idea de que la homosexualidad es una desviación provocada por el ambiente y la crianza del menor; que no es más que un aprendizaje y, por tanto, se puede modificar y/o revertir (curar). En cuanto quedó demostrado, por parte del equipo de la Doctora Melissa Hines, que había especies de animales como los carneros, en las que se encontraban ejemplares que fornicaban con especímenes del mismo sexo y, más allá de la mera aleatoriedad, en circunstancias donde podían elegir entre hembras o machos, preferían siempre la copulación con un macho. Ya entonces debería haberse extendido el conocimiento, hubiera sido de sentido común que ese tipo de investigaciones salieran a la luz y rompieran la barrera que a veces existe entre los descubrimientos en la investigación científica y la opinión pública.

Aunque, a veces, la presión histórica que han ejercido las religiones expansionistas ha hecho que ese tipo de conocimientos queden olvidados o sean eternamente cuestionados. Con este lavado de cerebro milenario se consigue que las convicciones de algunas personas sean tan fuertes y tan herméticas que un infinito número de pruebas en contra de lo que piensan, no altera lo más mínimo esa tendencia a no cambiar ni uno sólo de los pilares donde esas personas creen que su personalidad reside. Tanto para lo bueno como para lo malo, principalmente lo segundo, siempre habrá quien sea selectivo con la ciencia y sólo admita aquellos descubrimientos que cuadran con sus ideales previos.

Pero no se puede obviar este conocimiento, y no es hora de discutir sobre su veracidad; es hora de coger esa verdad probada y explorarla, abrir la mente y el cerebro y ver por qué somos como somos. Ya desde los años 80 se sabe que hay regiones en el cerebro como el hipotálamo, que es una región muy pequeña del cerebro compuesta a su vez por muchas regiones, que se encarga de las más variadas funciones relacionadas también con la sexualidad. Sobre todo, hay dos que se especificaron años más tarde y que están íntimamente relacionadas con la expresión de la sexualidad y la orientación. Hace décadas que se estudia esto y aún rechina en algunos oídos el hecho de que la masculinidad o la feminidad, así como la orientación sexual, puedan tener un componente biológico vertebrador.

Una de estas regiones es el Núcleo Intertejido del Hipotálamo Anterior, también conocida como N13. Muchas autopsias realizadas en estas últimas décadas dejaron de manifiesto que las barreras que separaban la heterosexualidad de la homosexualidad eran más difusas de lo que siempre se había creído. La cantidad de hormonas, entre ellas andrógenos como la testosterona, que son asimiladas por el feto durante su gestación afectan directamente al cuerpo y al cerebro, modificando físicamente algunas zonas. Lo curioso es que no depende siempre del sexo. Está claro que la mayoría de personas son heterosexuales, pero no es la realidad completa del ser humano o "lo natural". La región N13 no hace una distinción clara, y si es de un tamaño grande, a esa persona le gustaran las mujeres, independientemente de si es hombre o mujer. Así mismo, si es de pequeño tamaño, a esa persona le gustaran los hombres. La otra zona interesante es la llamada Núcleo Supraquiasmático, encargada también de la expresión de la sexualidad, así que el tamaño dado por oleadas de hormonas prenatales indicará a su vez una probabilidad mayor o menor de que esa persona presente los rasgos asociados a la “masculinidad” o la “feminidad” en la edad adulta (a falta de palabras mejores).

No es, digamos, intuitivo el pensar así. Por eso son controvertidos estos hechos y no consiguen el consenso de la comunidad científica, no digamos de la opinión pública. Por supuesto, no quiero obviar la importancia nuclear que tiene la educación y el papel de la familia y de los distintos factores socializadores que influyen a la hora de la expresión de la sexualidad, pero es peligroso pensar en el ser humano como si no fuera un animal más, afectado por su bagaje genético, como si la biología no se pudiera llevar por delante cualquier sistema de creencias o estructuras sociales. El caso es que el tamaño de ciertas partes del cerebro, derivado de los cambios hormonales que sufre el feto son los condicionantes principales de la orientación sexual y de la expresión de la sexualidad en la personalidad, por eso es tan compleja; Precisamente, porque esas zonas en el cerebro pueden ser de muy diferentes tamaños e interactuar entre ellas y con el entorno de maneras impredecibles, dentro de esa naturalidad biológica.

Los humanos, en cuestiones de sexualidad, somos muy distintos unos de otros. Cada persona es una mezcla peculiar y única de masculinidad y de feminidad, y ambas al mismo tiempo, así que los términos heterosexual, bisexual, homosexual no son más que formas de reducir el mundo a conceptos que no recogen todo el espectro de la sexualidad humana, cuando la realidad es que los límites entre unos conceptos y otros a veces son cerebralmente difusos. Quizás es una belleza natural que muchos niegan todavía, la belleza de la singularidad sexual personal, de la migración y la mutación de los conceptos tradicionales.

Tengo siempre presente que el mundo no es tan simple o tan complejo como la mente que lo analiza o que intenta entenderlo. Por eso hay que mantener convicciones firmes, pero nunca estáticas; para no permitir que la verdad nos pase por delante sin ser capaces de darle una oportunidad.