La llamada ‘guerra de sanciones’ que mantienen Occidente y Rusia desde 2014 -justificada por la intervención de Moscú en el conflicto ucraniano y la anexión de Crimea- se adentra en un nuevo camino que podría tener dos finales, uno esperado y el otro por esperar.

La alta representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Federica Mogherini, todavía no se ha pronunciado públicamente en los últimos meses sobre la posición que mantendría el bloque con respecto a Moscú. Todo apunta a que las sanciones serán renovadas automáticamente cuando expire junio.

Mientras los estados miembro siguen deshojando la margarita en plena división interna por el asunto, el primer ministro Dmitri Medvédev ya anunció la elaboración de un nuevo documento, que presentará al presidente Vladímir Putin, para la extensión de las contramedidas a Occidente hasta 2017. No es una medida definitiva y para muchos supone un ‘aviso a navegantes’ en la partida de ajedrez que ambos bloques vienen jugando desde hace dos años.

La política de presión que se ejercen ambas partes causa un importante número de víctimas colaterales. La parte rusa no es muy dada a ofrecer datos sobre cómo afectan estas ‘pinzas’ a su economía. En cambio, sí son públicos los números rojos que arrastra Europa en la balanza comercial, aunque de un tiempo a esta parte es más difícil concretar las cifras.

Los últimos datos registran una contracción del Producto Interior Bruto de la Unión en 0,3 por ciento en 2015, debido a las restricciones rusas. Aunque la política común hace remar a los miembros en la misma dirección, cada vez son más altas las voces disonantes que claman por un restablecimiento de la normalidad entre dos socios necesarios. Así los países del eje Báltico y Polonia siguen apostando por la ‘línea dura’, a los que se une Reino Unido con voz y mando en el G7. Otras naciones de la cuenca mediterránea piden suavidad y fin de una gestión títere en hilos de Washigton. Italia, Chipe, Francia (aunque de manera ténue), España y Grecia hacen fuerza en Bruselas pero sin mucho éxito.

De momento, Rusia no puede exportar armamento ni tecnología vinculada a la extracción de hidrocarburos; tiene prohibida la entrada y congelación de acivos para un importante número de cargos públicos y oligarcas relacionados con el Kremlin; y los bancos rusos no pueden financiarse a más de 90 días. Para Occidente las medidas se traducen, por ejemplo, en el veto a ciertos productos alimenticios tan españoles como: jamón, vino, aceite... Es decir, a pérdidas millonarias para los productores.

El sector ha visto cómo los funcionarios europeos permitían que se esfumara un mercado tan vital como el ruso, el país más grande del mundo. Una situación que ha generado un profundo malestar en el sector, marcado en las habituales protestas en el seno del espíritu europeo. España es el sexto país del bloque en cuanto a pérdidas totales por esta ‘guerra’, declarando una pérdida superior a los 400 millones de euros, solo en 2014. Situación que ha motivado a plantear en más de una ocasión y en solitario el punto final a las presiones.

Como en todas las disputas, siempre hay que hacer un movimiento a favor del entendimiento y así parece que está actuando la parte rusa. Para ello ha cursado una invitación al jefe de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, para el Foro Económico Internacional de San Petersburgo. Según informa el Kremlin, el representante europeo se reunirá con el presidente Vladímir Putin. Esta circunstancia ha despertado un profundo malestar en el seno del bloque comunitario, pero es de sobra conocido que Juncker ya ha dejado claro que en asuntos políticos es un ‘verso suelto’.

Son muchos los que ven en este paso un deshielo en las relaciones de dos socios históricos, condenados a entenderse para afrontar nuevos retos en el viejo continente y que son cruciales en lo que a áreas como la economía o el terrorismo se refieren. El giro en la geoestrategia de Europa hacia Estados Unidos o Rusia hacia China y Latinoamérica no obtuvo el resultado buscado y parece que es más positivo regresar al intercambio comercial natural entre dos vecinos. Aunque todo está en el aire y debe primar la cautela, el buen rumbo alcanzado en algunos aspectos de encuentro podría verse confirmado con la visita a Rusia también de la jefa de la diplomacia europea en las próximas semanas.

Habrá que tener muy en cuenta la marcha de los acuerdos de Minsk, porque de esas reuniones no solo saldrá la esperada paz para el conflicto ucraniano, sino el fin de la glaciación actual y una salida próspera a la coyuntura económica teledirigida para los dos bloques más fuertes con el permiso de la crisis.