En cualquier época de la historia, siempre ha sido peligroso ejercer la libertad de expresarse y vivir conforme a lo que uno es, siendo auténtico. Es una tarea sólo apta para valientes, puesto que te arriesgas a que te envidien, critiquen, descalifiquen… Es decir, el miedo atávico a no pertenecer al grupo. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, cada vez es más notoria la capacidad del ser humano para mimetizarse con el medio ambiente, aceptando sin rechistar las presiones del grupo para utilizar conceptos que enmascaran tabúes o intereses que no quieren sacar a la luz. La nueva hornada de políticos de la nueva transición – tan modernos como Karl Marx, que vivió una pretendida vida de obrero pagada por su comprometido y muy generoso socio Friedrich Engels - es el mejor ejemplo de ellos.

El filósofo norteamericano Richard Weawer ya destacó en su obra Las ideas tienen consecuencias el hecho de que parecía imposible afirmar nada de forma categórica, porque sería una suposición de valor que fomentaría la división y heriría sensibilidades. Pero la vida es, precisamente, diversidad, pluralidad. Puede horrorizarme ver la muerte de animales en directo, como en las corridas de toros, pero no haré nunca un juicio de valor moral sobre los que van a verlas. Simplemente no participaré de ese negocio. Eso sí, defenderé y argumentaré siempre lo que pienso “con la paz y la palabra”, que diría el gran Blas de Otero. Dejando claro mi punto de vista.

Revisando un interesante artículo sobre el tema escrito por Luis María Linde, Gobernador del Banco de España, en la revista Actualidad Económica, uno se da cuenta de que vivimos en la sociedad de las “recetas estéticas”: Cómo sortear una entrevista de trabajo en 10 preguntas (por supuesto, respondidas de forma estándar), cómo conseguir una relación sentimental estable en 10 pasos (también estereotipados), como ser exitoso, y así hasta el infinito. Esto, por supuesto, da lugar a situaciones hilarantes – por lo ridículas – como el ejemplo de un profesor de Sociología en la Universidad de Texas que sostiene que el gobierno estadounidense debe pagar una indemnización equivalente al 25% del PIB nacional a los ciudadanos afroamericanos para compensarles por el sufrimiento de sus antepasados esclavos. Una imposición de voluntad a una generación que no ha tenido, ni de lejos, que ver con el esclavismo.

No es que una persona equilibrada y con sentido común vaya contando toda su vida a extraños o se dedique a criticar a su anterior jefe en una entrevista por el puro placer de desquitarse. Pero quizá hay que tener en cuenta que, en la vida, lo que más cuenta es ser consecuente con nuestra hoja de ruta. Que en cualquier trabajo valorarán a alguien equilibrado, que contagia buena predisposición, alegría y compromiso con el proyecto frente a cualquier otro que sólo venda un buen envoltorio sin conocimiento ni contenido. Porque sí, hay valores universales que persisten independientemente de la época, condición económica o cualquier otra circunstancia. Lo importante es que en base a esos valores – generosidad, empatía, honestidad, afán de superación – construyamos un proyecto de vida con el que aportar algo interesante a la sociedad. Aceptar humildemente que podemos equivocarnos y que, desde luego, debemos mantener siempre la mente abierta a otras formas enriquecedoras de pensar y ver la vida, pero viendo que la verdad no tiene múltiples significados, sino sólo uno y que la realidad es terca y se impone. Incluso para aquellos que viven de tergiversarla.