Antes de todo, es necesario hacer la siguiente pregunta: ¿qué significa escribir bien? Las respuestas más frecuentes son: expresar ideas con claridad en modo articulado y cautivador, usar imagines que den fuerza al mensaje, hacer de lo ordinario algo extraordinario, atrapar la atención del lector y hacerlo reflexionar sobre la realidad, el tema en cuestión y la vida en general, abriendo una nueva puerta o ventana para ver el mundo desde otro ángulo. Además de acarrear todas las formalidades que implica la escritura misma: ortografía, gramática, puntuación, técnica, estilo y legibilidad.

Un texto tiene que ser una unidad coherente, informativa e interesante. Una creación con una lógica propia, como una pequeña obra de arte. En realidad, escribir bien, definido de esta manera, es sobre todo una excepción y no la regla. Es una desviación significativa de la media y solo unos pocos, poquísimos, escriben realmente bien. Una realidad que desgraciadamente tenemos que aprender a reconocer y aceptar.

En esto de escribir hay que pensar también en las ideas que se exponen a través del texto y esto hace del arte de la escritura un metier aún más difícil y complejo. En muchos casos, no hacemos una distinción entre texto e idea y es porque el texto está bien escrito y estas dos vertientes convergen y se transforman en una. Si no fuese así, el lector se preguntaría ¿de qué se trata esto? Y si la reacción es esta, entonces hay problemas con el texto.

Escribir bien significa poder presentar un argumento con una estructura lógica, con ideas nuevas y sugestivas y en un modo seductor y casi transparente que haga la presentación invisible. Es decir, con un estilo y en una secuencia que permita el desarrollo de las ideas en un modo elegante, persuasivo y con una técnica imperceptible y, a la vez, perfecta. Hablando de esto, tenemos que reconocer que producir ideas interesantes es una exigencia importante en la escritura, ya que el texto es eso: ideas hechas realidad o realidad propuesta como ideas. El escritor es por definición una persona capaz de generar y sintetizar ideas, además de ser parte integral del diálogo cultural que llamamos arte y reflexión.

Escribir bien es también diseñar una experiencia, es decir, acompañar al lector en un viaje que tiene un inicio y un fin y está bordeado de eventos, de situaciones descritas y de desenlaces basados en las informaciones e instrumentos, que el escritor ha dejado en manos del lector mediante y a través del texto. Y, para hacerlo, el escritor tiene que tener un modelo del lector y ser consciente de cómo presenta la historia o el drama, usando una voz, una figura o un personaje que trasmite el texto en fragmentos, incrementando la espera y la tensión, junto a las informaciones ya a disposición del lector, que no contradicen sino refuerzan el desenvolvimiento de la historia.

Esto es fundamental en todo texto, en la literatura y en particular en las novelas. ¿Cómo se presenta el drama al lector y se agranda el interés que la lectura provoca? La llave es controlar las asociaciones mentales que hace el lector al leer para sorprenderlo, guiarlo y a veces despistarlo, como en un juego donde el lector trata de adivinar adónde lo lleva el texto con la capacidad de anticipar algunos eventos y con trampas bien pensadas, que lo atan a la narración como una gaviota al viento.

Hoy día, con las redes sociales, presenciamos un fenómeno desconocido en el pasado, que podemos denominar, usando un eufemismo, “la democratización de la escritura”. Y las consecuencias de este fenómeno son múltiples: por un lado, aumenta enormemente la cantidad de escritores y obviamente de textos disponibles, alterando, por otro lado, el concepto mismo de escritura, que en cierta medida deja de ser elitista y excluyente, distanciándose visiblemente de los estándares de buena escritura que conocíamos y, por eso, el termine “escritor” se hace ambiguo y obliga a una distinción, que no siempre se manifiesta explícitamente, pero que ahora está siempre presente, querámoslo o no: escritor en el sentido que escribe o escritor en el sentido que escribe bien. Y entre estas dos costas del mismo mar existe un abismo insuperable, que hace de una la negación de la otra y nos fuerza a diferenciar, como se hace entre uno que canta bajo la ducha y un cantante de ópera o entre uno que toca la guitarra y un solista profesional.

Detrás de estos dos polos opuestos, escribir y escribir bien, lo que realmente hace la diferencia es el talento, la fantasía, el juego y la práctica. En este escenario, escribir bien, para muchos, se transforma, no en un resultado directo de la mera escritura, sino en un objetivo distante, que nos proponemos alcanzar leyendo, escribiendo y reflexionando sobre el método. Algunos llegarán al otro lado, la mayoría, en vez, tendrá que aceptar el hecho de escribir sin ser una excepción.