Estoy volviendo a Italia. Todo tiene un inicio y un fin cuando se viaja y así es en la vida en general. Acabo de dejar el coche que había arrendado, un híbrido con el cual hice unos 800 kilómetros consumiendo unos 30 litros de gasolina. Fue un consumo sorprendentemente bajo, que me ha dejado pensando. Los coches híbridos son una buena solución al problema del transporte y, en parte, al problema de la contaminación. Los motores están mejorando en todo sentido, los coches contaminan siempre menos y los problemas mayores surgen cuando el parque de vehículos es viejo y ya superado. La tecnología en este sentido funciona. Esto me lleva a pensar en que siglos atrás se pensaba que Londres estaría sumergido en excrementos de caballos, considerando el rápido aumento de los coches tirados por ellos. Este vaticinio funesto sobre la ciudad no se realizó, pero el problema, unos decenios después, fue la contaminación por el carbón y por los coches con motor a explosión. La calidad del aire en Londres ha mejorado muchos en estos últimos años, como también lo ha hecho Holanda, donde el viento seguramente ayuda.

Estoy en el aeropuerto de Schiphol, en Ámsterdam, sentado cómodamente en una mesa, haciendo mis cosas, como si estuviera en la oficina. En este sentido, el mundo ha cambiado tanto, ya que todas las informaciones que necesitamos están al alcance de la mano y con un ordenador y conectados a la red podemos comunicar sin dificultades. El servicio de internet aquí es gratis y esto es una ventaja. Poder esperar utilizando el tiempo en el mejor de los modos. Con el ordenador puedo leer libros, revistas, escuchar música, ver algún film. No lo hago, pero la posibilidad existe, además de responder a los mails y estar disponible. El nombre de este aeropuerto está compuesto de “Ship” que significa barco y “hol” que indica hoyo o abismo. Es decir, cementerio de barcos. Pero ahora el lugar es frecuentado por aviones y espero que no haya cambiado su significado.

El color celeste de la KLM domina el aeropuerto, ya que casi dos tercios de todos los vuelos son de la línea aérea holandesa, que se ha especializado en vuelos intercontinentales y trae pasajeros de toda Europa para llevarlos a cientos de destinaciones en todo el mundo. La KLM es parte de la Air France y esta colabora con la Delta, Alitalia, Korean Airline, Xiamen Airlines y otras líneas, como Mexicana, formando una alianza que se llama “Sky Team”. Años atrás, usaba a menudo la “Star Alliance”, donde está la Lufthansa y la United. Esto representa otro cambio positivo para los viajeros.

La cantidad de pasajeros ha aumentado enormemente estos últimos decenios, llegando a uno 6,4 miles de millones el 2015, un número de personas que se aproxima rápidamente al total de la población mundial. Pero los pasajeros son siempre los mismos y menos del 10% de la población mundial cubre más del 95% del total.

Por otro lado, la globalización ha diversificado la tipología de personas que uno encuentra en los grandes aeropuertos internacionales y cada vez más se escucha hablar español con acento latinoamericano. Hace unos minutos, pasaron por mi lado un grupo de centroamericanos, que no pude reconocer con mayor precisión. Y así es: el mundo en este momento es más pequeño, más estrecho y a la vez más desigual.

Sigo haciendo mis cosas, observando a las personas que pasan por mi lado, pensando en tantas otras, mientras el tiempo vuela sin haberse embarcado. Escucho los llamados, que se hacen en varias lenguas, y todos los sonidos típicos de la terminal, donde domina el ruido que hacen las bandas transportadoras que en este aeropuerto son de gomas.

Dentro de poco me levantaré a mirar los libros en una de las librerías, donde ya he comprado varias veces. No es un dato muy conocido, pero los holandeses se han especializado en logística y distribución y esto incluye no solo las flores y los quesos, sino que, entre otras muchas cosas, también los libros.

A título de anécdota, hago notar que en este aeropuerto descubrieron que dibujando una mosca dentro de los urinarios podían reducir notablemente la cantidad de orina que caía fuera del mismo y por este motivo práctico la técnica se ha difundido en todo el mundo. Faltaba un objetivo preciso para mejorar radicalmente la mira y la puntería de los hombres en el baño. Esta invención tan original ha reducido los costes de limpieza y las pérdidas de orina de un 80%. Pienso que uno podría decir “voy a ir a regar la mosca”, en vez de decir voy al baño.

Tuve que alzarme de la mesa y buscar otro lugar para poder cargar las baterías del ordenador, ya que no encontré un enchufe disponible y ahora estoy sentando en la salida B23. Mi vuelo parte a las 21.05 y no sé si fue una buena idea venir directamente al aeropuerto. Pero aquí estoy y ya no tengo otra alternativa que pensar, observar a la gente, dejar que corran las ideas y esperar.

Hace unos minutos pasó un señor italiano que se detuvo de frente a mí a esperar a otra persona y, al observarlo, me di cuenta de que era italiano. Él me miraba como miran en Italia, sin inhibiciones y persistentemente con una media sonrisa en los labios. Su postura física y su ropa lo identificaban como italiano. Después llegó el amigo que esperaba y hablaron italiano con acento “veneto”. Él se dio la vuelta ligeramente como para saludarme y entendí que él creyó que yo también era italiano. Le sonreí sin decir nada y los dos siguieron conversando hacia la salida de su vuelo.

Extraño, me dije, que uno pueda reconocer el origen de otra persona solamente por su actitud, modo de ser y sus vestidos. Pero es así y los italianos se comportan en un modo particular, que no sería propio de los alemanes o de los europeos del norte. Tampoco de los españoles o portugueses, ya que caminan en modo diferente y se mueven de otra manera, dejando entender que el mundo es de ellos. Después siguen todos los gestos, la postura física y sobre todo los zapatos. La gente pasa informaciones sobre ellos mismos casi sin darse cuenta, somos un libro abierto que invita a ser hojeado.

En estos momentos llaman a un pasajero que se llama Vázquez y me lo imagino sin verlo, con algunos kilos de más, relativamente bajo y con el abrigo abierto. Es decir, lo veo como estereotipo de español. Seguramente no será así. Pero la imaginación sigue sus esquemas y muchas veces nos engaña. Los prestidigitadores juegan con estos mecanismos y saben dónde ponemos la atención para hacer sus trucos, como también lo hacen los de la publicidad y, en cierta medida, algunos políticos con una retórica vacía y altisonante, llena de clichés e imágenes y lugares comunes. Las personas son previsibles, me digo mientras observo el reloj que marca las 5. Después pienso que en Holanda usan menos a las mujeres desnudas o semidesnudas en la publicidad. Al menos en comparación con Italia. Y que la gente aquí ríe más que en Dinamarca, a pesar de tener tantas cosas en común.

Después miro hacia afuera para ver los aviones y tratar de reconocerlos. Cada vez descubro nuevas aerolíneas “low cost”, que no tienen la misma visibilidad en nuestro imaginario que las grandes compañías, que hasta hace poco dominaban el mercado. En la salida B24, la gente se prepara para el embarque. Los pasajeros son relativamente jóvenes, dominan los hombres y al parecer el vuelo está lleno.

Llaman a otro pasajero que viaja a Roma con un nombre italiano, pero hago un esfuerzo para no imaginármelo. Después mi atención se mueve hacia una joven que tiene los cabellos tirados hacia atrás en una cola. Lleva unos jeans apretados, botas bajas de color marrón, una camisa de franela donde domina el verde y un sweater gris. Ella no sabe que la miro, mientras lee sus mensajes usando el teléfono. A mi derecha pasan algunas personas corriendo y hacia mi viene una azafata vestida de celeste y la terminal se siente un poco más vacía, pero lentamente llegan otros pasajeros que se sientan a esperan y a mirar hacia el techo.

Al final de la banda transportadora, hay un micrófono que repite cada vez que pasa una persona “mind your step” y lo dice dos veces seguidas. Lo he escuchado tantas veces y en tantos lugares distintos, como en el “tube” de Londres, donde dicen “mind the gap”. En el televisor aparece una mujer que saluda con la mano, pienso que será una publicidad y pierdo interés en saber qué es. La curiosidad tiene su lado opuesto, la apatía o anticuriosidad. Dentro de poco iré a dar un paseo. La joven me dice que es de Alemania y que está yendo a estudiar a Alicante y que el vuelo está atrasado. Sin decir nada, pienso que nuestro destino está en manos de una tecnología que no controlamos. En reloj avanza y son ya las 5.30 pm.

No me había dado completamente cuenta, pero de esta salida, la B23, parte el vuelo a Alicante. El vuelo está atrasado de 20 minutos y, alrededor mío, hay ya unas 40 personas que esperan. Hablan en voz baja, todos tienen paciencia. Escucho algunas voces en español. Observo que la edad media de los que esperan es relativamente alta. Seguramente van muchos jubilados a pasear a Alicante o quizás algunos viven allá, donde hace sol y las cosas son más baratas.

Me recuerdo perfectamente de mis correrías por Alicante, de mis vacaciones y paseos por la ciudad. De mi viaje a la tierra natal de Miguel Hernández, Orihuela. Me acuerdo de su elegía, del niño yuntero y de otros poemas suyos y de repente me vienen ganas de España. De la costa, de los naranjales y los limoneros, de los tomates con sabor a tomates, pero es mejor que no piense en eso. Por el momento, espero solamente la salida de mi vuelo.

Delante de mí se sentó un joven, que huele fuertemente a tabaco. Es delgado, de unos 23 años de edad y seguramente español. Todos esperan noticias del vuelo. Muchos leen un libro, consultan algo en sus teléfonos o en un tablet o, lisa y llanamente, esperan, como hago yo.

Afuera es ya noche y a mi derecha corre vacía la banda transportadora, siempre con su ruido monótono y su luz verde, que se enciende y apaga, y la voz metálica que repite la misma frase: “mind your step”, cuando pasa una persona. El avión de la Iberia aún no ha llegado. Siento un poco de tensión entre los pasajeros y alguien trasmite un mensaje, anunciando el atraso en inglés, holandés y español, pero se escucha mal. Algunos se levantan a controlar el letrero con las informaciones sobre el vuelo. La mayoría espera, mientras llegan otros pasajeros. La sala está casi completamente llena y quedan pocos lugares libres. Quizás es mejor que me mueva. Pero espero que sean las 6,30 para desconectarme. Es la hora en que cierra la oficina.

La misma persona de antes repite el mensaje y en todos los idiomas hace un error absurdo, diciendo que el vuelo de las 18.40 está atrasado y que la hora de partida será a las 18.35. Las personas a mi alrededor se miran en desconcierto y yo les digo que partirá a las 18.35, pero de mañana. Ellos ríen, pero el avión aún no ha llegado. La cantidad de pasajeros en la sala es ya de unas 80 personas. Muchas de las personas que han llegado recientemente son jóvenes y entre ellas hay muchas mujeres. Vuelvo a pensar en Alicante y en una técnica de escritura de Hemingway, que afirmaba que para escribir había que alejarse del texto continuamente, dejando las frases a mitad para poder retomarlas con ideas y formas nuevas.

Al fondo de la misma fila donde estoy sentado, al lado de la ventana, hay una señora de unos 40 años, que mide más de un 1,80. Ella habla con una niña más joven y un poco más baja y esto me hace pensar en que los holandeses son uno de los puebles más altos de Europa y que la estatura media sigue aumentando. La observo con atención. Tiene los labios sutiles, los pómulos sobresalientes, un rosto más redondo que oval y unas manos fuertes con dedos largos. El opuesto de una señora española, que mide un poco más de 1,60, que probablemente será de la misma edad, pero se percibe más vieja. Son casi las 18.30 y es mejor que me mueva, ya que en la sala de espera no hay más espacio. La salida de mi vuelo es la B20 y tengo que ir a controlar que no haya atrasos y quizás regar un poco las moscas antes de embarcarme.