¿Conocemos en realidad a las personas con las que compartimos nuestras vidas? ¿Les revelamos todos nuestros secretos? ¿Son realmente secretos? ¿Y qué sucede cuando un detalle del pasado irrumpe en el apacible presente de nuestra existencia? Estas cuestiones se plantean con naturalidad y complejidad en la nueva cinta del británico Andrew Haigh 45 años.

Kate (Charlotte Rampling) y Geoff Mercer (Tom Courtneay) están a punto de celebrar los 45 años de su boda. Mientras preparan la fiesta, él recibe una carta que le informa sobre el hallazgo del cadáver de su primer amor en los glaciares de los Alpes suizos. Aunque la pareja había discutido el asunto con anterioridad, las nuevas revelaciones sobre el pasado de Geoff pondrán a prueba la confianza del matrimonio.

Sin duda, 45 años es una película de actores y pertenece, sobre todo, a Charlotte Rampling. Con su característica mirada azul, que evidencia el paso de los años pero no pierde un ápice de expresividad incluso en la oscuridad, la intérprete británica transmite la inquietud, dudas, desencanto y celos de su personaje ante el inesperado episodio que afronta su matrimonio, en apariencia consolidado. Sin histrionismos ni convulsiones, con silencios y sutilidad, Rampling crea un retrato maduro y repleto de matices de una mujer en el final de su vida. Y es justo entonces cuando comienza a preguntarse si toda su existencia ha sido una mentira, una excusa, o realmente se ha desarrollado como ella creía hasta la llegada de la inoportuna carta. Su escena final en la celebración es difícil de olvidar por la intensidad con la que expresa su silenciosa desesperación. Desde luego, la primera nominación al Oscar (quién lo diría) para la intérprete no puede hacerse esperar más.

Frente a las dudas de la esposa, el marido al que da vida Tom Courtenay cae en la nostalgia, la melancolía y el ensimismamiento ante una experiencia que creía superada y sin implicaciones para su matrimonio actual. Tan sutil y eficaz como Rampling, Courtenay cuenta con un personaje menos lucido que funciona más como detonante del conflicto que como auténtico centro de atención. No hay dudas de que Haigh está más interesado en explorar la psicología de Kate, pero Geoff sirve como un interesante y convincente contrapunto al punto de vista de la esposa. Si bien en un primer momento es él quien parece más hundido por el desarrollo de los acontecimientos, más adelante muestra mayor capacidad para sobreponerse y continuar con su vida, la real, mientras ella parece hundida para el resto de sus días, herida por la desconfianza. Dos psicologías, dos formas de enfrentarse a la vida y sus problemas.

En el apartado técnico, Haigh se decanta por un estilo sencillo y sin grandes artificios que, no obstante, contiene potentes recursos expresivos en imágenes que juegan con los espejos y los entornos captados a través de ventanas. También resulta significativa la escena en la que Kate revisa las diapositivas de la antigua pareja de su marido en la oscuridad de la noche, iluminada solo por la luz del proyector, que desaparece cada vez que cambia de imagen.

Y, sin embargo, la cinta, que también cuenta con un excelente guion, carece de la genialidad que la haría trascender y convertirse en una obra excelente. A ratos, resulta demasiado lenta y algo redundante. Aun así, se trata de un producto muy superior a la media proyectada en las salas comerciales.