Siete menos cuarto de la mañana, primera alarma. Mmm… Bueno, todavía te quedan unos cuantos minutos más, aprovéchalos. Siete de la mañana, segunda alarma. ¿Por qué siempre me ha costado tanto levantarme? ¡No! De cinco minutos más nada que eso siempre acaba mal. Si es que te gusta mucho trasnochar. Pero si además hace un día precioso, no hay una nube en el cielo y llueve a cántaros. No se hable más, ¡hoy va ser un gran día!

Y es que una ciudad de grandes dimensiones es lo que ofrece, un millar de posibilidades a tu alcance; lo que ocurre, de lunes a viernes, es que todas ellas están embutidas en rutinarios vagones de metro. Cuantísima diversidad en tan poco espacio. Están aquellos de gabardina fina y periódico en mano, otros que prefieren relajarse con música mientras mueven su cabeza al ritmo de las palomas cuando picotean, los que aman madrugar pero duermen en el trayecto y, cómo no, aquellas de perfume a limpio que se maquillan entre vaivenes.

Qué manía con encasillar a la gente, ¿no? "¿Cómo te ven a ti los demás entonces?", pienso yo. Bueno, ahora simplemente asfixiada por el agobio, una más, pero en cuanto llegue a mi destino y las marcas de la sábanas hayan desaparecido, será todo de diferente color. No mientas, todo el mundo cumple un estereotipo. ¿Y dónde estoy yo?

Por fin, London Bridge, tras casi una hora de camino ya solo falta esquivar folletos y revistas gratuitas a la puerta de la estación, con su complementaria marea de maletines y trajes de primera calidad combinados con zapatillas de deporte a golpe de empujón.

Una vez en la oficina, el panorama cambia. "¡Buenos días!", insuflan algunos con acento británico. "¡Buenos drías!", "¿drijas?", "¿digas?"... ¿Cómo? ¿Buenos qué?... Siempre me ha hecho mucha gracia cuando alguien intenta ser amable chapurreando tu idioma. En más de una ocasión he pensado: ¿Qué sería de ellos si tuvieran que comunicarse desde el minuto uno en un idioma que no dominan?

Soy la única foránea del lugar y, pese a una amabilidad en demasía, así lo siento en innumerables ocasiones. No comparto muchos gustos ni así tampoco la mayoría de las bromas, no sé de quién se habla a la hora del chisme pues no tenemos una sabiduría popular común, no entiendo la manera de proceder en muchas ocasiones cotidianas. Pero, por encima de todo ello y en conexión directa, tengo una forma de expresarme completamente diferente. “Eres muy expresiva, en ocasiones no te hace falta ni hablar”, me han llegado a decir. Razón no les falta. Personalidad aparte, yo creo que es cosa de los que procedemos del sur. Alguna que otra vez me he disculpado por el volumen de mis carcajadas o el tono al hablar.

Provengo de la tierra que muchos de ellos eligen como destino vacacional, lugar catalogado como el mejor para vivir por uno de los más prestigiosos periódicos de la isla bañada por el Mar del Norte. Conozco bien el buen hacer de la dieta mediterránea, la siesta y las noches al fresco. "Pero entonces, ¿qué haces viviendo aquí?", me han preguntado en más de una ocasión. Buena pregunta. "Méritos profesionales", respondo yo.

Y el espíritu aventurero, ¿dónde lo dejamos? No todo es blanco o negro. Hay que adaptarse y mezclarse. Ya casi no como jamón y buen queso, una lástima. Pero he aprendido maneras diferentes de cocinar en las que no se cocina, he descubierto marcas y variedades exquisitas de pasteles y chocolates que se ingieren a todas horas y están por todas partes y, por encima de todo, me he convertido en una persona más educada aun si cabe, ahora digo “perdón” por todo.

Me he integrado como la que más. Ya no tomo tostadas con aceite ni pastel de chocolate, ahora es de zanahoria; no me comunico a gritos, mando un correcto email y espero paciente la respuesta; cumplo de forma rigurosa los horarios, no llego tarde y tampoco alargo mi jornada laboral. Aunque, si soy sincera, me resulta imposible comer a la una.

Hoy el día ha venido cargado de sorpresas. La más sobresaliente: ¡Mi jefe se va a vivir a Colombia! Profesor de inglés será su próximo cometido profesional. “Si no habla una palabra de español”, pienso yo. “¿Tendrás pensado empezar a estudiar?”, apunto. De momento no ha empezado, pues tiene la convicción de que podrá comunicarse en inglés con su entorno más cercano. Yo de él no retrasaría mucho el sumergirse en el maravilloso mundo de la lengua de Cervantes.

Hay que ver, aquel que nace con el inglés como lengua materna es, mayormente en comparación, un afortunado. No hace falta explicar por qué. Tampoco hace falta recordar que los españoles estamos a la cola en el ranking de los idiomas. Será por ello que todos nos hemos vuelto muy “aventureros”.

Ya van tocando las cinco, ¡hora de irse! Y no, no somos funcionarios. Minutos después de la hora en punto no hay muchas almas deambulando por la oficina. Todo está recogido e impecable. Las tazas de té en el lavavajillas, los restos de pastel en la basura y varias piezas de fruta todavía junto al ordenador. El correo también ha desaparecido. Que eficacia y puntualidad.

¡Cuánto estoy aprendiendo! Cuando vuelva a España les diré a todos que no hace falta trabajar de sol a sol para ser productivo.