En las últimas décadas, el póster cinematográfico ha perdido el protagonismo que otrora supo tener. Antes de que existieran los tráilers virales, los teasers “filtrados” en redes sociales y las agresivas campañas en múltiples plataformas, el cartel en la entrada del cine o la calle era una pieza clave para anunciar una película y capturar la atención e interés del espectador. Hoy su relevancia ha decaído, y así también la riqueza visual que alguna vez estuvo asociada a su creación.
Si miramos los pósters actuales, podemos ver los resultados de un gran proceso de normalización: todos se parecen entre sí. La uniformidad es el resultado de ciertas fórmulas que los estudios repiten hasta el cansancio: colores que definen el género, los rostros de los actores dispuestos en composiciones que se han vuelto clichés y títulos que ocupan el espacio central sin correr riesgos estéticos. Si es una comedia romántica, los dos protagonistas espalda con espalda; si es una película de acción, el héroe visto desde atrás mirando sobre su hombro y usualmente mostrando su arma de preferencia en sus manos. Es entendible que haya similitudes entre los carteles de películas del mismo género, pero la repetición constante agota y resulta en casos ridículos como, para dar un ejemplo claro, los afiches de Winter's Bone (2010) y A Dark Place (2018).
Estos pósters podrán cumplir su función publicitaria, pero abandonan por completo la posibilidad de expresar una visión personal o aportar un elemento simbólico que trascienda su mera intención comercial. Y en ese afán de apelar a lo que supuestamente da éxito en ventas se termina generando una normalidad en la que nada se destaca. Consiguiendo así una mediocre comodidad.
No siempre fue así. Hubo un tiempo, en particular entre los años 50 y 80 en Polonia, en que el póster cinematográfico vivió un verdadero auge, convirtiéndose en una manifestación cultural que iba mucho más allá del marketing. Esta es la historia de la Escuela Polaca del Cartel.
La Escuela Polaca: originalidad y expresión
A partir de los años 50, artistas como Henryk Tomaszewski, Józef Mroszczak, Tadeusz Trepkowski y Jan Lenica comenzaron a revolucionar la estética del cartel. Lo hicieron desde la Academia de Bellas Artes de Varsovia, que funcionaba como una especie de taller informal para la experimentación. Muchos otros nombres se sumaron a esta corriente a lo largo de las décadas, como Andrzej Pagowski, quien heredó y renovó la tradición en los 80.
En Polonia, el cartelista no solo debía presentar a las estrellas de la película con una estética satisfactoria, sino que tenía la posibilidad, casi la obligación, de interpretar la obra. Para estos artistas, el cartel era un medio de expresión personal que podía ser representativo del contenido narrativo del film. Lo importante era provocar una emoción, una idea, una sensación que dialogara con la esencia de la historia. Por eso los pósters polacos trataban de evocar el clima de la película a través del lenguaje plástico.
El poder del símbolo y la metáfora visual
Los carteles que resultaron de este movimiento se destacaban por el uso de metáforas visuales, un lenguaje que prescindía del realismo fotográfico para explorar formas más libres y subjetivas. Los artistas recurrían a collages, tipografías no convencionales, símbolos y figuras distorsionadas. Esto resultaba en imágenes que, más que ofrecer una representación lineal, funcionaban como verdaderos disparadores para la imaginación del espectador.
Los carteles polacos para clásicos internacionales como Rocky (por Edward Lutczyn), Indiana Jones y los cazadores del arca perdida (por Jakub Erol) o Cabaret (por Wiktor Gorka) —todos muy diferentes a las versiones que circularon en el resto del mundo— planteaban una mirada personal, que iba más allá de la reproducción literal y planteaba una semejanza sentimental. Desde la simpleza, estos artistas podían sintetizar las sensibilidades de una historia; por ejemplo: dos guantes de boxeo que se juntan formando un corazón para Rocky.
Como decía el propio Jan Lenica: «El arte del póster es parecido al jazz: se trata de poder interpretar la obra de otra persona con un estilo propio».
Influencia, memoria y legado
La Escuela Polaca del Cartel tuvo un impacto profundo y duradero: hoy sus mejores exponentes son estudiados, y se realizan exhibiciones alrededor de todo el mundo para mostrar esas obras que un grupo de artistas con ambición lograron hacer. Internet también ha permitido que todo un grupo de aficionados, más allá de los estudiantes de diseño, puedan conocer y sumergirse en una forma diferente de ver el póster.
Hoy en día, gracias a la estandarización producto del marketing, la originalidad no es la norma. Pero cada tanto surge algún cartel que se atreve a hacer algo diferente, recordándonos que el póster puede ser una forma de expresión. Cada oasis surgido en ese desierto de empalagosa repetición acrítica, es una señal de que el espíritu de la Escuela Polaca sigue vivo.














