El Restaurante 1931 de Shanghái da la bienvenida al visitante entre el anonimato y discreto murmullo de sus comensales. Ubicado en el corazón de la Concesión Francesa, este espacio se erige como un lugar predilecto, una verdadera declaración de principios.

Cada detalle de su estética ha sido cuidadosamente restaurado: el brillo pulido de sus maderas oscuras, la cálida luz dorada de sus lámparas geométricas y los tejidos de seda que adornan cada rincón. La atmósfera, donde las cámaras fotográficas quedan fuera para preservar su encanto íntimo, evoca a la perfección la Shanghái de "Deseo, Peligro" ( Lust, Caution ) de Ang Lee, donde el encanto de la trama se entreteje con la tensa realidad de la inminente invasión japonesa.

En la actualidad, este local es un santuario que respira la exclusividad de antaño, un fragmento viviente de la Concesión Francesa que se extiende más allá de sus ventanas. Afuera, las calles arboladas y elegantes aún susurran historias que el tiempo se niega a borrar. No son solo edificios; son la piel de una era dorada, el crisol donde la funcionalidad occidental y la estética oriental se fusionaron en un estilo de vida nuevo. Shanghái, la "París del Oriente", fue un epicentro de modernidad y esplendor, sí, pero también un fascinante y a menudo sombrío escenario de la condición humana.

Ahora, al cumplirse un siglo de la icónica Exposición de París de 1925, la urbe se alza como el gran testamento vivo de una corriente que no solo la modeló, sino que sigue vibrando en cada faceta de su vida urbana: desde la grandiosidad de sus hoteles y edificios emblemáticos, hasta el encanto de sus cines de época, la modernidad de sus piscinas y el ritmo del jazz que animaba sus salones.

La arquitectura Art Déco shanghainesa

Desde las mesas de 1931, la mirada recorre las formas de una urbe que adoptó este estilo con tal pasión que se convirtió en su mayor escaparate fuera de Nueva York o París. Pasear hoy por la Concesión Francesa o el Bund es rendirse a esta explosión de diseño y construcción: desde sus rascacielos geométricos hasta sus elegantes bloques de apartamentos, cada línea y volumen son un testigo de modernidad y fantasía.

La diversidad arquitectónica de la metrópolis da testimonio de su carácter cosmopolita, con mansiones coloniales españolas, la pureza de la Bauhaus, la solidez del Tudor inglés, el encanto victoriano y la fluidez del Art Nouveau francés, además de su inconfundible Déco chino. Este mosaico visual se completa con ventanas de ojo de buey, puertas francesas, gabletes, balcones y patios. Las fachadas compuestas por hileras verticales de ventanas y las puertas y vallas de hierro forjado al más puro estilo Mondrian resultan fascinantes.

Entre los arquitectos que trabajaron en Shanghái destacan figuras como László Hudec y Paul Veysseyre; que más que arquitectos fueron los escultores del horizonte de Shanghái. Hudec, arquitecto húngaro-eslovaco, quien llegó a la ciudad tras su fuga de un campo de prisioneros siberiano, diseñó más de cien edificios que son hoy pilares de la identidad urbana de la ciudad. Su Park Hotel fue el primer rascacielos de Shanghái. Veysseyre, por su parte, infundió elegancia parisina en el diseño urbano de la Concesión.

Pero la creatividad no se limitó a las mentes extranjeras. Robert Fan, uno de los primeros arquitectos chinos de su generación, formado en la prestigiosa Universidad de Pensilvania, fue un auténtico pionero. Shanghái no solo importó estilos; los absorbió y reinventó con una audacia sin precedentes, dando origen a una nueva tendencia. Fue aquí donde surgió una fusión única, el « Déco Chino », que entrelazaba motivos geométricos occidentales con antiguos símbolos chinos —nubes estilizadas, bambú sereno, los enigmáticos trigramas Bagua—.

Y sin embargo, tras las avenidas principales, encontramos un submundo, un laberinto de callejones y callejuelas sinuosas que alberga pequeños negocios y casas históricas que muestran la vida cotidiana. El aroma de los woks y el murmullo de las conversaciones se cuelan por puertas de madera desgastadas. Los sonidos de los gorriones y las risas de las mujeres lavando verduras descubre poco a poco otro Shanghái. En estas callejuelas, aparecen tesoros como la Casa de Té de Antigüedades Gu Yuan. Un santuario donde el tiempo parece detenerse, con mesas de teca antigua, biombos de sándalo tallados y el lamento atonal del “erhu” en el aire. Es aquí donde la historia de su propietario resalta con particular fuerza: un hombre que, décadas antes, como miembro de la Guardia Roja durante el fervor destructivo de la cultura, principalmente burguesa, de la Revolución Cultural, desafió valientemente las órdenes para salvar preciosas antigüedades que hoy llenan su local.

En estos pasajes ocultos, junto a los bulliciosos mercados de grillos, se siente el verdadero pulso de una urbe que se negaba a olvidar sus raíces. Estas son las venas ocultas de la metrópolis, donde la historia y la vida cotidiana se entrelazaron.

Mujeres, ocio y el telón Art Déco de la ciudad

Si la arquitectura delineaba el esqueleto de este estilo urbano, entonces las mujeres de Shanghái eran su alma. Su elegancia era una valerosa declaración de la nueva libertad que se reflejaba incluso en su vestimenta. El Qipao (o Cheongsam), una prenda icónica, se transformó en una silueta esbelta, ceñida, con aberturas que insinuaban la incipiente independencia femenina. Tejido en seda lujosos, con patrones geométricos o florales estilizados, el Qipao no era solo vestimenta; era el emblema de la mujer shanghainesa: sofisticada, decidida, sin miedo a ser cosmopolita.

Esta sofisticación encontraba su escenario perfecto en los vibrantes espacios de ocio, donde cines y teatros transportaban al espectador a un viaje exótico. Figuras como Marlene Dietrich , con su enigmática sofisticación, y la actriz chino-estadounidense Anna May Wong (icono de estilo tras "El Expreso de Shanghái"), definieron el encanto de la época. Cines como el Cathay, inaugurado en 1931 y diseñado por CH Gonda, todavía en funcionamiento, lucían sus líneas limpias y formas geométricas; en sus vestíbulos, las mujeres desfilaban con sus mejores qipaos, mientras los rostros de las "chicas calendario" (Yuefenpai) adornaban anuncios, capturando la esencia de este ideal cinematográfico y social que esta corriente integraba en la vida urbana.

Otro lugar de ocio concurrido fueron las piscinas, que destacaban como oasis urbanos, especialmente para las mujeres de la alta sociedad. La del Cercle Sportif Français, inaugurada en 1927 y diseñada por Paul Veysseyre, es un ejemplo perfecto de arquitectura Déco; su interior, incluida la zona de baño, estaba dominado por líneas depuradas y formas estilizadas. Esta piscina fue pionera en admitir a mujeres, chinas y extranjeras, convirtiéndose en un centro neurálgico donde se reunían para nadar, tomar el sol y, sobre todo, socializar. Fotos históricas muestran la sofisticación de estas reuniones, con trajes de baño de moda y sombrillas chic. Otro ejemplo fascinante de estos espacios sociales es la Casa de Baños Lishui, construida en 1936. Una muestra rara y bien conservada.

Más allá de cines y piscinas, el cénit del esplendor y la opulencia de la noche shanghainesa se encontraba en el Paramount Ballroom. Inaugurada en 1933 y concebida por un grupo de influyentes banqueros chinos, esta majestuosa sala de baile fue el epicentro donde la élite se entregaba al embriagador ritmo del jazz y el foxtrot. La Paramount no fue solo un edificio; fue el símbolo de la exuberancia y la modernidad de la urbe, un espacio donde la arquitectura Déco china redefinió el ocio en la vibrante vida nocturna de la metrópolis. Diseñada por el arquitecto SJ Young, la Paramount era un prodigio de su tiempo, con suelos flotantes para facilitar el baile, una iluminación de neón que anunciaba su presencia a kilómetros y un sistema que proyectaba los números de matrícula de los coches de los clientes en una torre cilíndrica de fibra de vidrio para alertar a sus chóferes que ya podían recoger a los clientes. Incluso figuras de la talla de Charles Chaplin se dejaron seducir por su encanto, visitándola durante su viaje a Shanghai en 1936, un testimonio de su inigualable atractivo internacional.

En este distinguido escenario urbano, la vida cotidiana entrelazaba la deslumbrante modernidad con la tradición oriental. Los tranvías eléctricos circulaban por las avenidas junto a la cruda realidad de los rickshaws, impulsados por la mano de obra más barata, cruzando entre los flamantes Rolls-Royce de los potentados. Esta disparidad de vehículos era un reflejo de la abismal brecha social que coexistía con todo el encanto y el esplendor arquitectónico. El horizonte del Bund, con el imponente edificio del Hongkong Bank, reflejaba la quintaesencia de la grandeza y el poder comercial de la urbe, un testimonio de la ambición constructiva de la época.

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Qipao o cheongsam, vestido tradicional inspirado en la túnica manchú. 1930, Shanghái, China.

Las sombras y los relatos del complejo Shanghái

Entre los personajes que hicieron de Shanghái su hogar y nos legaron historias inolvidables, destaca la periodista y escritora estadounidense Emily Hahn (1905-1997). Su vida en la Concesión Francesa fue una novela, repleta de romances y experiencias que conformaron sus crónicas para el New Yorker. Los años que pasó en Shanghái (1935-1941) fueron los más memorables de su vida, forjando vínculos con figuras influyentes como Sir Victor Sassoon y el poeta Shao Xunmei. Famosa por su excentricidad, su gibón mascota, el Sr. Mills, que la acompañaba incluso a cenas en pañales y esmoquin, fue un reflejo más de la extravagancia del período. Quien desee profundizar en la extraordinaria vida de Emily Hahn debería considerar la lectura de su libro de 1944, China to Me, que la sitúa como una figura feminista de gran relevancia.

Más allá de su brillo arquitectónico, la Concesión Francesa ocultaba una compleja red de intrigas: espionaje, mafias lideradas por figuras como Du Yuesheng (el "Padrino" de Shanghái), y un lucrativo comercio de opio. Esta realidad subterránea, donde fortunas se amasaban entre el lujo de la época y la oscuridad, revelaba la dualidad de una ciudad tamizada entre luces y sombras. En sus calles, el brillo de las fachadas contrastaba con la precariedad de la mayoría, evidenciando una profunda disparidad social entre la élite y la subsistencia cotidiana, una característica esencial del alma de la metrópolis.

En este crisol de historias, también encontramos la profunda huella del escritor británico JG Ballard. Si bien paso su infancia en la ciudad, su experiencia más dramática fue su internamiento en el campo de Lunghua con su familia por parte de las fuerzas japonesas y que fue la inspiración directa para su aclamada novela El Imperio del Sol. Su obra ofrece una perspectiva más cruda y personal de la urbe, un contraste sombrío al esplendor que a menudo se asocia con esta era. Como el propio Ballard reflexionó sobre sus experiencias:

"La vida civilizada, como saben, se basa en un enorme número de ilusiones en las que todos colaboramos voluntariamente. El problema es que, al cabo de un tiempo, olvidamos que son ilusiones y nos conmocionamos profundamente cuando la realidad se desmorona a nuestro alrededor".

En este compendio de historias, también se forjó un capítulo menos conocido pero profundamente humano: el de Shanghái como refugio para miles de judíos que huían de la persecución nazi en Europa durante la Segunda Guerra Mundial. La ciudad, con su estatus de puerto abierto y sin requisitos de visado, se convirtió en un continuo peregrinaje, ofreciendo una esperanza vital cuando el resto del mundo les cerraba las puertas.

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Dos refugiadas judías alemanas se encuentran tras el mostrador de la tienda "Elite Provision" (tienda de delicatessen) en Shanghái. A la izquierda, la propietaria, Gerda Harpuder; a la derecha, su prima Kate Benjamin.

Hoy día, mientras la modernidad vertiginosa de los rascacielos de Pudong domina el horizonte con su brillo futurista, la Concesión Francesa permanece como un tesoro vivo. Y aquí, en el Restaurante 1931, los edificios de la época, las historias que susurran sus fachadas y el eco de sus espacios nos recuerdan una era en la que Shanghái, con su inigualable encanto y sus profundas contradicciones, se ganó el título de Perla de Oriente.

Y al pisar sus calles, los vestigios de aquel 1931 siguen siendo palpables, susurrándonos los ecos de un pasado vibrante que tarde en el pulso de la metrópolis. Y así, en este constante ir y venir entre fachada y callejón, entre esplendor y sombra, la urbe sigue revelando su verdadera alma, una que siempre tiene una historia nueva que contar.