En Nicaragua, hablar de deporte históricamente ha significado hablar de béisbol y de boxeo. Las grandes figuras nacionales, los estadios llenos y los titulares deportivos se han reservado durante décadas para el diamante y el cuadrilátero.
La memoria colectiva sigue recordando con orgullo el juego perfecto lanzado por Dennis Martínez con los Montreal Expos contra los Dodgers de Los Ángeles en las Grandes Ligas en 1991, convirtiéndose en el primer latinoamericano en la historia de la Major League Baseball en lograr semejante hazaña. “El Presidente”, como era conocido, dejó una huella imborrable en la MLB, con más de 240 victorias a lo largo de su carrera y cuatro participaciones en el Juego de las Estrellas, consolidándose como uno de los mejores lanzadores latinoamericanos de todos los tiempos.
Por su parte, Alexis Argüello, “El flaco explosivo”, brilló sobre el cuadrilátero con una carrera legendaria en la que conquistó tres campeonatos mundiales en distintas categorías (pluma, superpluma y ligero), protagonizó combates memorables ante figuras de talla mundial y fue exaltado al Salón Internacional de la Fama del Boxeo. Su legado trasciende generaciones y lo consagra como ícono del boxeo internacional y orgullo eterno del país.
En los márgenes de esa hegemonía histórica, el fútbol —tradicionalmente relegado a un segundo plano— ha ido ganando terreno. Y hoy, con una selección nacional cada vez más competitiva, el país centroamericano de "los lagos y volcanes" se prepara para disputar uno de los mayores retos de su historia: las eliminatorias de la CONCACAF rumbo al Mundial 2026.
Este auge no ha sido inmediato ni sencillo. Durante años, el fútbol nicaragüense sobrevivió más por pasión que por estructura. Con escasa inversión, campos en mal estado y ligas irregulares, el desarrollo del deporte fue lento. Pero algo ha cambiado. Y no se trata de una moda pasajera: es una transformación silenciosa que ha empezado a dar frutos.
Una nueva generación, un nuevo camino
Impulsado por una nueva generación de jugadores formados tanto en el país como en el extranjero, Nicaragua ha mostrado en los últimos años un crecimiento sostenido. Nombres como Juan Barrera —referente y capitán histórico—, Byron Bonilla, Jaime Moreno o el joven Matías Moldskred Belli, con formación europea, han elevado el nivel de una selección que ya no es vista como un rival menor.
Los resultados también acompañan. En la Liga de Naciones de la Concacaf, Nicaragua ha logrado actuaciones consistentes que le han permitido competir de tú a tú con selecciones tradicionalmente más fuertes. El sueño de clasificarse por primera vez a una Copa del Mundo ya no suena utópico: está al alcance de una generación que ha aprendido a creer en sus posibilidades.
El fútbol como fenómeno social emergente
Más allá del terreno de juego, el fútbol también ha conquistado a la gente. Las canchas de barrios y comunidades están más activas que nunca, y cada vez son más los y las jóvenes que ven en el balón redondo una oportunidad. Las transmisiones de la Liga Primera, aunque aún con desafíos, se siguen con interés, y las academias han proliferado en ciudades como Managua, Estelí y Diriamba.
Incluso en el país del béisbol y el boxeo, el fútbol ha empezado a escribir su propia historia. Equipos como Real Estelí o Diriangén han representado con dignidad a Nicaragua en torneos internacionales, y los proyectos de profesionalización continúan expandiéndose, lentamente pero sin pausa.
Rumbo al 2026: una oportunidad histórica, un desafío titánico
La selección "Azul y Blanco", dirigida por el entrenador chileno Marco Antonio Figueroa, clasificó entre las 12 mejores de la Confederación del Norte, Centroamérica,y el Caribe de fútbol, y se instaló en el Grupo C en la ronda final de eliminatorias.
En esta fase, Nicaragua tendrá que medirse con rivales de gran peso histórico y competitivo en la región.
Uno de ellos es Costa Rica, un auténtico gigante centroamericano que ha disputado seis Copas del Mundo y que alcanzó su punto más alto en Brasil 2014, cuando sorprendió al planeta llegando hasta los cuartos de final tras eliminar a selecciones de gran tradición.
El duelo ante los ticos adquiere, además, un matiz especial debido a la histórica rivalidad territorial entre ambos países, mucho más marcada que la que existe con Honduras. Precisamente, los catrachos serán otro de los rivales en este grupo, una selección con tres participaciones mundialistas y una larga tradición futbolística en la zona.
Finalmente, Nicaragua también se enfrentará a Haití, una selección que, aunque nunca ha logrado clasificarse a una Copa del Mundo, suele ser un adversario de gran exigencia física y mental. En este caso, el choque tendrá una carga simbólica adicional, ya que tanto Haití como Nicaragua figuran entre los países más pobres del hemisferio occidental, lo que convierte sus logros deportivos en símbolos de lucha y esperanza para sus pueblos.
La tercera ronda se disputará entre septiembre y noviembre de 2025 y participarán 12 selecciones divididas en tres grupos de cuatro. Cada equipo jugará seis partidos (ida y vuelta) y los tres primeros de cada grupo avanzarán al Mundial 2026.
Con el Mundial 2026 expandido a 48 equipos y con más plazas para la región, Nicaragua tiene una oportunidad única. No será fácil, pero nunca antes el fútbol nacional había estado tan cerca de soñar con la gran cita del balompié mundial. Más allá de los resultados, lo que ya es evidente es que el fútbol ha dejado de ser el “hermano menor” del deporte en Nicaragua. Ahora compite con ambición, con talento y con una creciente base de aficionados que, poco a poco, empieza a cambiar el paisaje deportivo del país.
El béisbol sigue siendo el rey, y el boxeo parte del alma nacional, pero el fútbol ya no es un desconocido. Hoy, es un movimiento que crece, una ilusión colectiva, y tal vez, en un futuro no tan lejano, una bandera nicaragüense ondeando en una Copa del Mundo.