A Efraín Forero le decían «el Zipa» porque venía del municipio de Zipaquirá, a más de 30 kilómetros del norte de Bogotá. Los zipas eran nobles muiscas, la cultura que ha habitado parte del altiplano cundiboyacense desde antes de la llegada de los españoles. Más allá de su origen, Efraín Forero es el zipa del ciclismo colombiano: demostró que el país se podía recorrer en bicicleta; sin él, otro zipaquireño jamás habría celebrado en los Campos Elíseos: Egan Bernal en el Tour de Francia de 2019.

Logró su título nobiliario por terquedad: tuvo que convencer en 1950 a Donald Raskin, secretario de la Asociación de Ciclismo, y a Mario Martínez, tesorero, que el Alto de Letras (a 3.677 msnm) podía conquistarse. Y al año siguiente, se convirtió en el primer campeón de la Vuelta a Colombia, ganando siete de diez etapas. Quiso repetir ese honor, pero se le cruzó Ramón Hoyos (cinco veces campeón). ¿No contribuyó el Zipa a establecer la leyenda de Hoyos? Lo suficiente para que Fernando Botero inmortalizara la apoteosis del pentacampeón.

¿Por qué el Zipa quiso convencer a los dirigentes de hacer una Vuelta a Colombia? En la oficina de Guillermo Pignalosa, presidente de la Liga de Ciclismo de Cundinamarca, vio unas revistas de ciclismo que hablaban del Giro de Italia y del Tour de Francia. El impacto fue suficiente para preguntar por una competencia nacional. Las carreteras colombianas estaban lejos de ser transitables. Sin embargo, la Vuelta logró conectar un país dividido por la violencia y la falta de infraestructura. Gracias a las etapas, la radio empezó a hablar de municipios en Caldas, Valle del Cauca, Antioquia, Boyacá, Santander, etc. He sabido de tesis académicas dedicadas al tema. ¿Y si el Zipa no hubiese visto esas revistas?

Efraín Forero obtuvo medallas de oro en los Juegos Bolivarianos y en los Centroamericanos y del Caribe. Estaba muy lejos de la bicicleta cuando el primer equipo colombiano fue a competir en el Tour de Francia en 1983 o a ganar el Tour de l'Avenir en 1980 con Alfonso Flórez; en Europa corrieron por ese entonces los mejores de la Vuelta a Colombia. Una expedición en la década del cincuenta habría llevado al Zipa: en Europa no lo vieron rodar. ¡Una lástima!

Por esos viajes a Europa, en Colombia aprendimos nombres como Tourmalet, Croix de Fer, Etna, Covadonga, Mortirolo, Zoncolan, Col de la Loze, entre otros. Sin el Zipa, Lucho Herrera no conquista España, Nairo Quintana no gana en Italia y Egan Bernal no se corona en Francia. ¡El mundo se habría perdido de Rigoberto Urán!

Si el Zipa Forero no hubiese querido ganar un reloj de pulso —pues le faltaba uno— en aquella competencia zipaquireña que corrió con su bicicleta de siempre, Colombia no tendría escarabajos por todo el mundo. Embajadores no oficiales encargados de llevar una imagen de victoria, sacrificio y esfuerzo.

Quizás exagero. Pero la historia del ciclismo colombiano es eso: una exageración. Es el relato de un país sudamericano con pedalistas capaces de desafiar a las potencias de este deporte. De una nación que se descubrió gracias a un zipaquireño indómito y ha construido parte de su identidad con la misma herramienta que mueve al campo: la bicicleta.

Gracias, Zipa por tanto. Descansa en paz.