En Cali nadie hace arte con el último update. La historia visual de esta ciudad se ha escrito en versión beta con materiales reciclados, imágenes defectuosas y sonidos estallados. Nuestra estética es hechiza por necesidad y por decisión.
Lo hechizo —eso que nombra un acto de magia, pero que en Cali se volvió sinónimo de lo ficti, de la versión imperfecta, de la aspiración fallida— funciona como categoría ontológica. Aquí no hay original. Hay simulaciones incompletas por exceso de interferencias, de obstáculos, de ruido. A las periferias de internet pirateado no les llegan los referentes completos: les llegan los juegos. Juegos hackeados, con glitches, parches y NPCs que se repiten en una tautología de imágenes que se alimentan entre sí.
En Hechizo, Johan Samboni piensa una metáfora visual de lo marginal en donde la superficie y la resolución no son problemas técnicos, son elementos de reflexión política. La baja resolución es una metáfora de la visión desde el oriente caleño: no se pinta desde la fidelidad al referente, se pinta desde la experiencia de vivir entre copias y simulaciones. Este ensayo material hecho con objetos que contrastan escalas, texturas alisadas, y paisajes en vinilo, funciona como un archivo donde las piezas son el software con el que se renderiza un territorio. Todo apunta a una idea incómoda: lo que consumimos como realidad es, en gran medida, decoración.
Pensemos que cada píxel funciona como una unidad mínima de representación que, por su propia naturaleza, indica escasez: un intento por reconstruir la imagen con la menor cantidad posible de información. Y esto es lo que define cómo se han representado históricamente ciertos cuerpos y ciertas geografías: con pocos datos, sin contexto, y a distancia. En Hechizo, los materiales de autoconstrucción urbana —tejas, cemento, latas, pintura reusada— operan como píxeles físicos; son los fragmentos con los que se ensambla una escenografía del deseo. Quizás no haya posibilidad de completitud. Pero hay remiendo, hay invención.
En este universo de superficies mutantes y carne ficcionada, todo es escenografía. Pero allí, en esa superficie, es donde se juega la política de la representación, así que pintarla es trazar algo parecido a una cartografía del poder. Johan sabe que las imágenes de lo marginal no nacen necesariamente del margen, sino de un centro que lo necesita como decorado.
(Texto de Ana Cárdenas)