Hace algunos meses, en YouTube, el canal Academia Play publicó un video en el que explicaba el fascismo1. Conocí este canal en plena pandemia; se trata de un espacio donde en minutos se abordan temas políticos o históricos de manera sencilla, con video scribing o video de pizarra blanca, citando algunas fuentes clave: para el de fascismo citaron a Stanley G. Payne, historiador estadounidense que dijo cómo el abuso actual de la palabra “fascista” ha hecho que pierda sentido2 y todo pueda ser etiquetado como tal. En esa misma entrevista, Payne consideró que Trump “es un populista muy nacionalista, más de derechas que de izquierdas”; nunca incluyó el término fascista.

Sin embargo, The New York Times publicó un video donde tres académicos de la Universidad de Yale ven señales alarmantes3, cercanas al fascismo o fascistas, que se están manifestando en Estados Unidos desde la victoria de Donald Trump. La profesora de historia Marci Shore4 ―que ha dedicado dos décadas al estudio del autoritarismo en Europa central y oriental― declaró: “La lección de 1933 dice que es mejor irse rápido que tarde”, haciendo una clara referencia a la Alemania de esa época. Aunque algunos de sus colegas académicos han dicho que Estados Unidos tiene controles y contrapesos para evitar que Trump actúe de cualquier manera, los primeros meses de su segundo mandato han demostrado una clara pugna entre el ejecutivo y la Corte Suprema, por el tema de la expulsión de migrantes, o la Reserva Federal, por su manejo de la economía. Shore dice: “Somos como personas en el Titanic diciendo que nuestro barco no puede hundirse”, que el Estado está diseñado para no fallar, pero “(...) lo que sabes, como historiadora, es que no existe tal cosa como un barco que no pueda hundirse”.

Además de esos conflictos, Trump quiere ingresar en cualquier espacio donde haya una opinión en su contra, como las universidades. Primero fue Columbia: el Gobierno amenazó con retirar el apoyo de 400 millones de dólares a dicha institución y detuvo la financiación de varios proyectos de investigación vinculados a la salud. La razón expuesta para dichas acciones fue el presunto antisemitismo que existía en la universidad. Aunque Columbia cedió al pliego de demandas de la administración Trump ―lo que implicó el rechazo de exalumnos y académicos―, el 23 de mayo la Oficina de Derechos Civiles del Departamento de Salud y Servicios Humanos dijo que Columbia “ha fallado en la protección de los estudiantes judíos”, por lo que podrían llegar más intervenciones.

Harvard, la otra señalada, rechazó la intención del Gobierno de revisar los contenidos y controlar decisiones internas ―solo para aclarar, tanto Harvard como Columbia son instituciones privadas. A final de este mes, se le prohibió a la universidad tener estudiantes extranjeros, de nuevo recurriendo al antisemitismo ―curiosamente la medida también aplica para cualquier estudiante judío no estadounidense―, lo que afectaría a toda persona que curse ahora o vaya a matricularse. En el momento en que se escribe este artículo, una jueza detuvo el veto de Trump5.

En el siglo XX, las universidades gringas acogieron a científicos e intelectuales que huyeron de Europa mientras el fascismo se expandía ―y surgían normas que impedían impartir clases a ciertas personas por su religión u origen― o el comunismo decidía los contenidos correctos. En el siglo XXI, luchan por mantener su independencia del Gobierno.

En abril, se habló que la Big Ten Conference, que reúne 18 universidades de Estados Unidos para competencias deportivas, podría organizarse para defender a cualquiera de las instituciones vinculadas ante ataques como los que se veían sobre Harvard y Columbia; se habló entonces de apoyo económico y legal. Algunos académicos la consideraron una medida necesaria luego de que la administración Trump mencionara que varios establecimientos educativos eran merecedores de sanciones por antisemitismo.

La Oficina de Detención y Deportación de los Estados Unidos (conocida como ICE por sus siglas en inglés) ha detenido a estudiantes por su filiación política y sin demostrar algún delito específico. El caso más sonado es el de Mahmoud Khalil6, quien hizo parte de las protestas propalestinas de Columbia y tiene la condición de residente permanente. Khalil es palestino nacido en Siria, en el campo de refugiados de allí, y se encuentra en un centro de detención para migrantes en Luisiana. El profesor de historia de Yale, Timothy Snyder, quien también participó en el video de The New York Times, señala que estas detenciones arbitrarias, sin fundamento legal y en ocasiones con oficiales que tienen la cara cubierta ―uno de los elementos que al gobierno de Trump le parece inadmisible en las protestas de Columbia―, buscan generar miedo.

Si bien el video de Academia Play termina recordándonos lo dicho por Payne, que el abuso de la palabra fascismo puede llevar a dejarla sin sentido, vale la pena revisar algunos elementos que explican allí para poner en perspectiva lo que ocurre en Estados Unidos, donde el nacionalismo extremo, el señalamiento a grupos específicos, el culto al líder, entre otros aspectos parecen alinearse de manera evidente y preocupante.

Notas

1 Video de Academia Play sobre el fascismo.
2 Acceso al artículo Stanley G. Payne: “El fascismo, actualmente, es un significante vacío”.
3 Video del The New York Times con académicos de la Universidad de Yale sobre señales fascistas en Estados Unidos tras la victoria de Trump.
4 Perfil académico de Marci Shore.
5 Acceso al artículo Jueza suspende veto de estudiantes extranjeros en Harvard.
6 Acceso al artículo sobre Mahmoud Khalil.