Fuentes del Gobierno admiten que en las actuales circunstancias de la red de salud mental será poco viable reducir el número de psicofármacos y en concreto de benzodiacepinas (ansiolíticos) a corto plazo... la prescripción de benzodiacepinas -los ansiolíticos- ha aumentado un 14%.

(El Periódico de Barcelona, 6/12/2024)1

Empiezo la primavera en mi Barcelona natal con pensamiento positivo. Me he levantado pronto, duchado solo tres minutos para ahorrar agua; me he preparado el desayuno ligero, un café con leche descafeinado y 2 tostadas. He recogido la mesa y meto los restos orgánicos en el cubo marrón, los plásticos en el amarillo y el papel en el azul; guardo el cristal en el cubo verde. Me he lavado los dientes, peinado y vestido decentemente.

Agarro las bolsas con la basura y salgo a la calle para tirar cada una en el contenedor de su mismo color. Al pisar la acera, esquivo una deposición de presunto perro o presunta perra; insisto en la "presuntez" de género hasta ver los resultados del análisis de ADN. Dicen que pisar la mierda trae buena suerte, la he visto a tiempo porque sus grandes dimensiones la delataron, hoy no gozo de buena suerte.

Lloro. Los contenedores para retirar la basura urbana están al otro lado de la calle. Tengo que cruzar por el paso de peatones, el semáforo está en rojo, me paro, espero el cambio. Cuando ya está verde dos ciclistas se abalanzan sobre mí uno por cada lado de la calzada, ¡gran susto me han dado!; solamente circulan en bicicleta el 3,3% de los habitantes2, pero el comportamiento escandaloso de los ciclistas está en boca de todos.

Me recupero, aprovecho el verde. Intento echar la basura en los contenedores y encuentro carteles pegados anunciando "cada bolsa en su color" y "de 20h. a 23h." Vuelvo atrás con las 3 bolsas en ambas manos. Intento cruzar la calle en verde cuando un coche de policía se atraviesa a toda velocidad sin sirenas ni señales de emergencia, detrás viene un vehículo de gama alta con el alcalde dentro y varios coches más con su guardia personal; para ellos no existen semáforos, no cumplen las reglas, ellos se sienten impunes. Me recupero del susto, cruzo. Retrocedo, vuelvo a subir a mi casa y dejo las basuras dentro.

Hoy tengo el día atareado. Voy a recoger a mi padre de 95 años, que camina con dificultad y vive en el barrio de Gracia en un quinto piso sin ascensor, para ayudarle a bajar las escaleras y después llevarle en coche hasta el hospital. Llego al barrio y me encuentro rayas en el suelo pintadas en color verde (aparcamiento solo para residentes) y de color azul (con límite horario y pago de 3,50 euros cada hora); como todo está lleno, tengo que aparcar en una zona reservada para discapacitado, supongo que a esta hora ya se habrá marchado a trabajar.

Subo las escaleras corriendo y las bajo despacio con mi padre, el se apoya en la baranda y yo le agarro por el otro brazo; así se siente más seguro. La policía no se ha llevado mi coche, quizá porque lo vio demasiado viejo: pensamiento positivo, sorpresa. Hoy no ha llovido en Barcelona, hoy funcionan los semáforos. Llego con mi padre hasta la puerta del hospital. Las plazas de aparcamiento están vacías pero reservadas para las "autoridades", un enfermero recoge a mi padre en la entrada, se lo lleva en una silla de ruedas. Yo me retiro.

Tras dar muchas vueltas, encuentro aparcamiento en una zona reservada para "Servicio oficial". Compro un bocadillo en la panadería y una cerveza sin alcohol en el supermercado. Estoy en el parque, sentado en un banco de madera para descansar. Vienen dos policías vestidos de civil ("Policía, idiota, te crees que no se nota", gritaban los manifestantes). Uno pequeño con la cabeza rapada me mira y se acerca mientras el otro más forzudo, con cara de haber estudiado en un gimnasio, le guarda las espaldas.

—Buenos días. Sepa usted que está prohibido comer y beber alcohol en el espacio público —me dice con buenos modales—, son 600 euros de multa.
—Yo no lo sabía —respondo atemorizado.
—Lo dejaremos pasar... por esta vez. Le recomiendo que vaya a la terraza del bar en la esquina y se tome allí la cerveza, serán solo 2,50 euritos, más el bocadillo.

Guardo la cerveza y el bocadillo, se alejan.

Con tanto stress provocado es normal que un tercio de la población de Barcelona duerma menos de 7 horas diarias3. Yo, en solo media mañana pude haber cometido diez infracciones y me libré de romperme el cráneo por no pisar la cagada de perro: esto es vivir en Barcelona con pensamiento positivo.

Sigo sentado junto a la entrada/salida peatonal del ferrocarril subterráneo. Por ella entran/salen cientos de cuerpos en silencio, se desplazan cabizbajos, sin mirar al frente, sin hablar, huidos del entorno, es el estrés provocado por tensiones en el trabajo, el abuso de internet y la presión de la ciudad4 ; caminan con la cabeza gacha: es el silencio de los corderos. Leo en la prensa que Barcelona-Catalunya es el lugar de Europa donde más ansiolíticos se consumen. España está dopada, se consumen el triple de ansiolíticos que hace 17 años 5, y los gobernantes dicen que el sistema público no puede financiar tantos ansiolíticos.

¿Sabéis cuál es la primera causa de muerte violenta en el mundo?: los suicidios, no las guerras, según la OMS; y los suicidios crecen en Barcelona entre los más jóvenes6..

¿Es éste el bienestar europeo que ofrece la nomenklatura de neoproges mientras se desplazan en coche oficial, imponen su neolenguaje y profecían la salvación con el "No a todo"?

Aquellos que renunciarían a la libertad esencial para comprar un poco de seguridad temporal
no merecen libertad ni seguridad.

(Benjamin Franklin, 1789)

Notas

1 El Consumo de ansiolíticos es un problema social. En El Periódico.
2 El 3,3% de los desplazamientos dentro de Barcelona son en bicicleta. En es.movilidad.
3 Un tercio de la población de Barcelona duerme poco. En El Periódico.
4 Estrés en Barcelona. En El Periódico.
5 España se dopa. En El Periódico.
6 Crece el número de suicidios. En El Periódico.