Saer, Juan José Saer, tiene el poder de hacernos sentir la magia de la literatura; lo poético en la prosa; la percepción sensorial de las cosas de una manera tan difícilmente fácil; y hasta lo filosófico, mejor que cualquier libro académico que cite a los antiguos griegos; el tiempo, mejor que Einstein; y la memoria, como el mejor Borges. Por algo se lo considera uno de los escritores más influyentes de la literatura argentina, el gran realista, cuya lectura te ingresa en un estado de hipnosis.
Una trama clásica se compone, entre otros elementos, de personajes y paisajes; en una trama saeriana, los paisajes también son personajes: el río, el cielo, la arena, las nubes, el sol, la luna, adquieren tal preeminencia en su relato, que los personajes personas parecieran ser por momentos tan solo el decorado.
El tiempo y la memoria
En sus historias, el recuerdo de un personaje sobre un hecho, puede rivalizar en credibilidad con el rumor que otro personaje conoce acerca de ese hecho, y la intervención del narrador omnisciente hace su aporte para que, de pronto, parezca más verosímil el rumor que la palabra del testigo.
Y, como si fuera poco, no has terminado de asimilar eso cuando te trae de regreso al momento presente de la trama, si es que tal cosa puede precisarse en sus historias, y sentís que todo el tiempo abarcado en la evocación de los personajes y del narrador, ilusoriamente ha sido mayor que el tiempo transcurrido en evocarla.
Es entonces cuando lectores como yo, sin querer, le hacemos honor al consejo de Saer:
No escriba para ser leído rápido, escriba para que el lector se detenga, piense y se encuentre consigo mismo a través del lenguaje.
Y retrocedo para releer, ya sea una pequeña frase o un párrafo extenso, una página entera, lo que sea.
Eso es algo que pregono siempre: antes que leer libros con voracidad, como si no hubiera un mañana, es mejor leer menos libros pero detenidamente, y, cuando el caso lo amerite, retroceder y releer, y re releer si lo sentimos necesario, porque no hay vergüenza en necesitar de relecturas para entender cabalmente algo, y sí la hay, para mí, en seguir leyendo sin haber comprendido todo.
A fin de cuentas, si el autor invirtió años en legarnos una sola novela, ¿no merece de nuestra parte que invirtamos unas horas más en leerla, sumadas al tiempo que, avariciosamente, pretendíamos dedicarle sin honrarla?
La experiencia humana
Una reflexión, a través de un personaje, o del narrador, o del personaje a través del narrador, alcanza en sus tramas tal nivel de profundidad que da gusto releerla, aunque no haga falta, sino que lo hacemos por la mera repetición del placer que nos acaba de producir una frase, una idea. Esa originalidad en la manera de decir algo ya dicho por otros, o eso que pareciera no haberse dicho nunca, es uno de los ingredientes del estilo que hacen de Saer tan grande, tan poético y genial.
Porque, si no, ¿cómo se explica que yo recuerde aquella descripción difícil de lograr, más duradera que la acción que describía: el proceso psico-físico que realiza alguien hasta chasquear los dedos, y que, seguramente, el sentido común le dijo a Saer que, en vez de “perder” tiempo en lograrla, ¿mejor escribiera «chasqueó los dedos»?
El lenguaje
Su elección, combinación y repetición de las palabras en lugar de usar sinónimos, y, sobre todo, esa predilección por construir oraciones subordinadas tan complejas y sin paréntesis ni guiones que faciliten la comprensión, que, más de una vez marean y obligan a releerlas enteras para asimilarlas, hacen de su estilo algo que, sin exagerar, odiás y abandonás el libro, o lo amás y se vuelve un gusto adquirido, cuya recompensa es sentir poética una prosa con palabras en su mayoría comunes pero mezcladas con maestría, logrando imágenes visuales muy vívidas, ideas filosóficas abrumadoras, descripciones de estados anímicos que te afectan al punto de dejarte, por un momento, mimetizado con el personaje que lo experimenta.
Saer, el ensayista
Una faceta no menos interesante que las de poeta, novelista o cuentista es la del Saer ensayista, en cuyos textos pueden encontrarse las bases ideológicas de toda su obra. En ellos ha teorizado sobre temas como la escritura y la percepción, diciendo, en El concepto de ficción, que:
El escritor no es el que inventa historias, sino el que inventa una manera de contarlas. Lo que llamamos realidad no es más que una convención, y el lenguaje es el instrumento que nos permite construirla, deformarla, reinterpretarla.
Supongo que eso explica que, a diferencia de otros autores que han escrito sus historias partiendo de ideas originales en cuanto al argumento, él, en cambio, optó por partir de argumentos de lo más comunes y realistas, para forjar tramas que sondearon esos hechos triviales de manera tal que logra, en sus lectores, una identificación, una empatía inmediata para, luego, hacerlos descender a profundidades de la condición humana con una atmósfera psicológica que, a veces, roza o se adentra en el terreno del suspenso, y aun de lo paranormal.
Me cuesta ponerlo en palabras, pero, más o menos, lo que he sentido al leerlo es que habla de cosas que he experimentado, pero que, ni antes de convertirme en escritor, ni décadas después de hacerlo, he sido ni creo ser capaz, aun al día de hoy, de describirlas de esa manera tan contundente como él supo plasmar ya desde sus primeros libros.
Sobre el tiempo en la narrativa
En otro ensayo, llamado La narración-objeto, dice:
El tiempo es el verdadero tema de toda narración. Más allá de la anécdota o de los personajes, lo que el escritor busca es dar forma a esa sustancia intangible que nos atraviesa y que llamamos tiempo, mostrar cómo se expande, se contrae o se disuelve en nuestra percepción.
Y esa cita es un ejemplo de lo que dije antes, acerca de cómo logra representar la circularidad del tiempo, pasando del presente al pasado, o al futuro, y con tanta frecuencia, que se llega a un punto en la experiencia lectora donde ya parece no importar cuándo ocurren los hechos de manera más tangible, y uno se deja llevar por el flujo de la narración para sólo sentir, sin racionalizar más nada; en esos momentos, también nos podemos encontrar con una frase que nos detenga, nos obligue a releer, y nos deje pensando un rato antes de seguir fluyendo.
Me gusta pensar que, a Einstein, y a otros científicos que teorizaron sobre el tiempo y dejaron ideas apasionantes, y que no llegaron con vida para conocer la obra de Saer, de haberlo hecho, la habrían disfrutado mucho.
Sobre la relación entre literatura y experiencia
Respecto a la literatura y lo real, dice:
La literatura no reproduce la experiencia: la reinventa. En un texto, lo real no es un reflejo de lo que existe, sino un mundo que se despliega por primera vez, con sus propias reglas y su propia lógica.
Saer decía que seguir hablando de la historicidad, tantas veces retratada en palabras y prácticamente de la misma forma, no tenía sentido, sobre todo porque se ha venido haciendo de manera estereotipada.
Sobre el lector y la obra, dice en El lector y su sombra:
Leer es siempre un acto de creación. Cada lector escribe, a su manera, el libro que lee. Las palabras impresas son solo un esqueleto; el lector les insufla vida, las completa, las transforma.
Esa es una frase que explica muy bien la diferencia entre el consumo pasivo de una serie o película (y ojo que no tengo nada en contra del cine: soy más cinéfilo que bibliófilo) y el consumo activo de un libro. Cuando vemos, eso es lo que sucede: vemos las cosas tal cual ocurren en la pantalla. En cambio, cuando leemos, al mismo tiempo imaginamos, creamos imágenes mentales de la probable apariencia de cada personaje, de su probable vestimenta con sus probables colores, hasta el probable gesto que hacen sus rostros cuando gritan, ríen o lloran.
Otro tópico más que interesante en la obra de Saer es el lenguaje, y sobre este, en El idioma de la ficción, reflexiona:
El lenguaje literario no debe ser transparente, sino opaco: debe resistirse, obligar al lector a detenerse, a mirar más allá de las palabras. Sólo así el texto adquiere espesor, y lo dicho revela lo no dicho.
Coincido mucho con Saer en esta frase tan importante, porque es la escritura que más me gusta leer y escribir. Esa donde menos es más, donde cada palabra dice más de lo que parece decir, y donde los lectores perspicaces, los que leen sin apuros, y con seriedad, logran ver lo tenue, lo sugerido, lo semioculto, las cosas entre líneas, cifradas. Y no me refiero a la escritura hermética, esa donde los escritores, por pudor u otro motivo, no se expresan con la claridad suficiente, ni dejan pistas para encontrarla. Me refiero a lo dicho con precisión, brevedad y concisión, estimando en la medida justa a los lectores, en vez de subestimarlos sobreexplicando las cosas. Como dice el consabido refrán:
A buen entendedor...