¿Logramos la paz con la justicia? Esta es una pregunta fácil de formular pero difícil de responder. Infiriendo de la pregunta, la paz y la justicia son nociones globales intrínsecamente entrelazadas. El sentido común dicta que si queremos alcanzar la paz debemos trabajar por la justicia. A prima facie, ¡justo! Por supuesto hay que entender qué es la paz para notar si se logra con la justicia. La paz se define generalmente como la ausencia de conflicto armado en las relaciones interestatales. Esto es lo que se conoce como paz negativa. Esta definición, aunque evidente, es superficial; no comprende las tendencias de una sociedad hacia la estabilidad, la armonía o los factores multidimensionales que caracterizan la paz.

El Índice de Paz Global (Instituto para la Economía y la Paz, 2023) clasifica a todos los países en función de una serie de indicadores objetivos. Estos indicadores incluyen principalmente factores internos y algunos relacionados con las relaciones internacionales. El índice consta de 23 indicadores en tres dimensiones (seguridad de la sociedad, conflictos nacionales e internacionales y militarización), que han sido ponderados y combinados para crear una puntuación global. Casi todos los indicadores están relacionados con la paz negativa.

Debido a que la noción de paz negativa es limitada, debemos ir un paso más allá y encontrar respuestas complementarias a la pregunta formulada en el concepto de paz positiva. El concepto de paz positiva es mucho más complejo que la noción y tratamiento de la paz negativa, dado que los atributos de la primera son más diversos y multidimensionales en las enunciaciones académicas. Las condiciones internas de los Estados reciben mayor atención que en la paz positiva, aunque muchas especificaciones conceptuales están diseñadas para ambas.

Johan Galtung (1971) es el que más se identifica con la idea de paz positiva y, aunque ha sido criticado, es muy útil. Galtung afirma que la paz positiva implica la eliminación de las estructuras y culturas que fomentan la violencia. La desigualdad en la distribución del poder y la cultura dominante se conocen como violencia estructural. Esto incluye la eliminación de la represión política, la violencia de género, la pobreza y el hambre, la falta de acceso a la atención médica y otros problemas que disminuyen la calidad de vida de las personas. A diferencia de otras definiciones, esta definición de violencia incluye violaciones a los derechos humanos y injusticia social.

Por lo tanto, comprender la paz requiere la idea de justicia. La justicia, el castigo, la igualdad, la conducta moral, la inclusión, la diversidad, la reducción de la violencia estructural y la paz son problemas que todas las sociedades tienen. Las personas que viven en la pobreza, la marginación social y la discriminación carecen de la protección y los recursos necesarios para vivir en paz y seguridad si no hay igualdad de derechos y sistemas justos. Sin las condiciones adecuadas de justicia, las bases que sustentan la construcción y alcance de una paz duradera están en peligro de ser socavadas.
La pregunta fundamental es si la justicia es suficiente para lograr la paz. ¡No hay paz sin educación para la paz!, según el Instituto Internacional de Educación para la Paz!

Similarmente, la Campaña Mundial de Educación para la Paz fomenta la educación para la paz en familias, comunidades y escuelas para convertir la cultura de la violencia en una cultura de paz. Ayuda a lograr este objetivo ofreciéndonos diez formas prácticas de lograr o establecer la paz. Por ejemplo, sugiere que aprendamos y enseñemos a otros sobre la injusticia, la desigualdad y la paz; transformar las estructuras relacionadas con la dinámica de la guerra, la violencia, la injusticia y la desigualdad, o retirar los recursos y el apoyo a la guerra; crear o apoyar estructuras para la paz y la justicia; o destruir las narrativas que justifican la guerra y justifican la desigualdad.

Según el Instituto de Economía y Paz, una paz positiva sólida puede definirse como la creación de un entorno ideal donde el potencial humano pueda desarrollarse. El instituto afirma que el buen funcionamiento del gobierno, la distribución equitativa de los recursos, el libre flujo de información, las buenas relaciones con los vecinos, los altos niveles de capital humano, la aceptación de los derechos de los demás, los bajos niveles de corrupción y un entorno empresarial sólido son ocho pilares que permiten una paz positiva. Unos argumentan que no solo es moralmente incorrecto abordar inadecuadamente las experiencias cotidianas de injusticia de las personas, sino que también contribuye al subdesarrollo y la violencia. Las personas no viven vidas exclusivamente monotemáticas en las que la justicia se limita únicamente al ámbito jurídico. Al poner en común ideas innovadoras sobre cómo trabajar más ampliamente en el ámbito de la justicia, aspiramos a fomentar el interés colectivo y avanzar hacia una paz más justa.

Las disputas relacionadas con la desigualdad en el acceso a los servicios, el empleo, la tierra y los recursos, o la evasión fiscal o la degradación ambiental pueden ser cuestiones críticas de justicia, cuyos resultados tienen un gran impacto en la paz y el desarrollo. Es responsabilidad tanto de los promotores de la paz como de los expertos en justicia garantizar que las disputas se desarrollen de manera pacífica, sin afectar la equidad de los resultados. Otros sostienen que la política exterior y la exportación cultural de los gobiernos libres deben ayudar a construir la sociedad civil, establecer el Estado de derecho, garantizar las libertades individuales, impulsar el desarrollo económico, separar religión y gobierno, garantizar la libertad de pensamiento y creencia y denunciar las violaciones de los derechos humanos si queremos lograr una paz significativa.

Además de estas, hay una gran cantidad de propuestas claras para lograr la paz; todas muy bien articuladas. Una académica colombiana, Dra. Bibiana Rubio, inyecta una postura nueva y da un paso más en la cuestión, la cual tiene sentido en un mundo lleno de conflictos que necesitan resolución en el presente y que deben prevenirse en el futuro. En su libro, Educación para la Paz: desde una pedagogía de las emociones, Rubio, sostiene el argumento de que la paz no se logra con la justicia sino que debemos ir a los más profundo del individuo, al mundo de las emociones y engancharnos en la pedagogía de las emociones.

Para Rubio, las emociones tienen que ver con todo aquello que las personas valoran, sin importar lo bien o mal que tales elementos se puedan ensamblar. En las emociones, el ser humano intenta que el mundo “se ajuste a su actitud mental” (autora cita a Wollheim, 1999, citado por Nussbaum, 2001). La paz no está ni en la derecha, ni en la izquierda, ni en el centro. La paz está en todos como comunidad. Nuestro compromiso con la educación es de responsabilidades éticas.

En la vida pública, las emociones políticas influyen significativamente en las decisiones que tomamos: no tomamos las mismas decisiones cuando estamos tristes, con miedo, envidia o ira que cuando estamos alegres. Una creencia que va acompañada de una emoción como el odio tiene una carga significativa, hasta el punto de mostrar a las personas como seres inferiores o superiores, o señalar la peligrosidad de algunas. Estas creencias podrían transformarse en estereotipos o estigmas que llevan a acciones sistemáticas de eliminación del otro, en discriminación, en las que las emociones se desbordan. La autora sostiene que necesitamos aprender a vivir y a convivir mejor. En esta relación binaria la razón y los sentimientos se alimentan mutuamente pero son los los sentimientos son los que motivan el comportamiento y no la razón.

Desde esta posición, la autora sustenta que la paz no se logra a través de la justicia sino, por ejemplo, a través de la emoción de la compasión, que se ubica al lado de la salud mental, la gratitud y la reparación. Tampoco se manifiesta en la tolerancia, sino en el respeto; el respeto por el medio ambiente así como las relaciones basadas en el respeto. La paz se logra desde la emoción del amor, aquella indispensable para la salud mental de las personas y anhelada en todas las esferas de la vida humana.

También, la paz se logra desde el amor político, el cual incluye una conducta cooperativa y la diversidad de ciudadanos. También se alcanza desde el amor patriótico hacia una nación. El amor que tenemos por aquello por lo que vale la pena luchar y que aún se está́ por conocer. Esto implica una disposición a que todos convivamos y afrontemos las adversidades que vendrán en aras de alcanzar unas metas comunes. Todo esto es algo que hay que empezar a trabajar desde la escuela, de la mano de la familia.
La paz emerge como una emoción política que les permite a los niños y a las niñas asumir su lugar como futuros ciudadanos y actores políticos desde una temprana edad; los equipa con la capacidad de participar en la deliberación publica y reconocer a otros como portadores de una dignidad que merece la misma consideración moral y política que la propia.

Rubio afirma que una pedagogía de las emociones y de una educación para la paz debe centrase en la convivencia y el diálogo con el fin de equipar a los niños y niñas, desde temprana edad, a lidiar con sus emociones como la empatía, la compasión compasivos y el respetuosos en la diferencia; a pensar críticamente la realidad y encontrar formas de transformarla.
El fin es que en un contexto escolar y como futuros ciudadanos responsables propicien soluciones de contexto e imaginen desde la ética, la equidad y la justicia social, la promoción de la superación de las desigualdades. En el contexto escolar, en el de la pedagogía de las emociones, los alumnos podrán, imaginar un avance hacia la mejora de los problemas sociales, y llevarlos a la práctica y empoderarlos para que manifiesten sentimientos de generosidad para aquellos en sus alrededores y para toda la humanidad.

El fortalecimiento de un sentimiento nacional desde una temprana edad puede desempeñar un papel valioso, esencial en la creación de una sociedad decente en la que la libertad, la justicia y la igualdad de oportunidades estén verdaderamente al alcance de todos. A manera de conclusión, debe recalcarse que este es un libro recomendado para todo educador y aquellos interesados en la educación para la paz. También para aquellos interesados en cruzar fronteras disciplinarias. Encerrarnos en nuestros ámbitos académicamente disciplinarios conlleva a ver el mundo de manera restringida o perdemos una visión integral de la realidad. Después de todo la paz es una responsabilidad que nos concierne a todos. Claramente desde la temprana edad se deben formar los valores éticos y emociones que necesitan parta lograr un mundo más pacífico y fomentar la justicia. Aristóteles, con razón, dijo célebremente: "dame un niño hasta la edad de siete y te mostraré al hombre".