Catherine Wiborg es una artista francesa graduada de Literatura inglesa en la Sorbona, quien hace muchos años vive en Noruega, con su esposo; además de dibujante, e ilustradora es novelista. De delicadas marinas, y sutiles trazos, domina el arte de la composición de escenas con pocos elementos, donde cierta melancolía acompaña el modelado de las figuras. A Catherine le apasionan los animales y la naturaleza, ella me contó vía messenger cómo en su infancia los gatos, caballos y animales del campo francés la motivaron a pintar escenas que le robaban hojas al sueño y al juego.

Es también apasionada del clasicismo, y los recuerdos de la antigua cultura greco-romana que la acompañan en sus fabulaciones. Junto a las acuarelas y lápices de dibujo tiene la costumbre de leer los libros que han seguido los europeos por siglos como parte de un mundo añorado e ideal. En sus viajes a Nápoles no faltó la visita a su suntuoso Museo Arqueológico Nacional, y la visión de los bustos de filósofos con los que en su estudio evoca el pasado, y su propia vida. Aunque cada vez menos los artistas usan solo sus manos, ella se mantiene fiel a la manufactura de la ilustración y el dibujo, al trabajo artesanal que acompaña toda ceración visual tradicional. Así es como ha realizado la ilustración de varios escritores noruegos y prepara el nuevo libro del especialista en Roma Yann Le Bohec acerca de la Campania y la época romana.

Esta artista persiste y no dilapida horas, sino que continuamente sus creaciones reverberan en la pasión por captar el naturalismo, sin preocuparse demasiado por las modas y la experimentación con otros medios digitales o materiales, porque sabe que es allí donde su trazo encuentra el sitio perfecto para encarnar al niño que se distrae de la tarea, al mozo de limpieza o a la ciudad solitaria de ideas cuando ha descendido el sol por la escalera de la sobriedad. Catherine, sueña y habita en su norteño emporio de imaginación y cultura, construye de manera callada un universo propio conocido, con la delicadeza de una forma de escenificar en el papel y la cartulina finas piezas de orfebre femenil que no desteje el tiempo como Dánae en el poema de cubano José Lezama Lima sino que lo enrolla en un papiro para conservarlo, no sin las marcas de un vendedor ambulante o de un pescador ausente de la marina, sino con tesón desafiante, con gentileza de niña y humilde agradecimiento, mientras un barco se asoma a un puerto de Noruega desatando el remolino de aguas frías y duras.

Entre sus exhibiciones se destacan las desarrolladas en el país en que vive y en el que nació en la región de St-Malo, la Isla de Francia como la nombran ciertos libros históricos como si la singularidad de ese idioma y cultura la hubieran hecho habitar la finitud de aquellas creaciones de tierra sobrepuestas al mar. No es casualidad que su exposición de 2018 se nombre Sobre tres mares, y la 2021 Un jardín en el mediterráneo, donde mucha de la pasión por la naturaleza encuentra su sitio. Tampoco es fruto del azar que sus novelas estén centradas en el período romano, del emperador Trajano. Puesto que las motivaciones por escribir y pintar van ligadas a la formación, al deseo de expresar la pureza del paisaje y los gestos de un no descuidado que se complace en pensar en lo que ve. Captados en un dibujo lápiz que ahora recordamos de la artista, o sus arreglos florales dispuestos sobre un fondo blanco, como un mantel en el que las horas juegan a repasar algún riso postizo de las esculturas que, sin embargo, quisiéramos echar a andar; Catherine Wiborg sabe que es una visión distante de lo que pudo ser...