La chute révèle l'authenticité de l'existence, la nécessité d'assumer notre responsabilité dans un monde temporel.

(Albert Camus)

Existe una regulación silenciosa del movimiento en el espacio que evita golpear, atravesar y caer. Nos desplazamos la mayor parte del tiempo entendiendo de manera implícita la necesidad de lo intacto. Sin embargo, incluso con los límites que controlamos, exponer el cuerpo al mundo siempre implica peligro.

Hay un cuerpo en medio del océano que no le temió al riesgo —o quizás ni siquiera creía en él—, sino en la imposibilidad de existir sin caer. Bas Jan Ader fue un artista conceptual performático holandés, hoy es una desaparición poética en la memoria del mar.

El trabajo de Bas Jan implicaba detonar situaciones latentes, pero detenidas en el movimiento cotidiano, principalmente una: la caída. Aquella parece ser el corazón de toda su exploración, que también buscó deshebrar y empujar a sus capas más conceptuales. El artista afirmó a lo largo de su obra que la caída es una evidencia de la existencia, lo transitorio y la fragilidad. Como experimentar una afirmación ontológica en la exposición permanente a la eventualidad.

En la creación artística se tiende al manejo útil del cuerpo, a veces incluso instrumentado, para alcanzar formas, llámense estas coreografías, pinturas, dramaturgias, etcétera. El dominio corporal ha sido la base del perfeccionamiento técnico en el arte, pero esta ocasión será distinto. Ader propondrá un principio de una especie de derrumbe contenido, partirá de una provocación, pero después continuará el curso natural de su movimiento. La caída es prevenible, pero una vez que comienza se sigue a sí misma regida por las leyes de la física, el artista no busca prevenirla, sino dejarla ocurrir.

Quisiera acercar a esta conversación otra voz interesada en el fenómeno de la caída. Desde la filosofía traemos a Martin Heidegger y el concepto del Geworfenheit o en español el «estar arrojado en el mundo» (existen otras traducciones para esta noción, todas comparten significado, aunque pueden ser más técnicas o específicas). Si bien los discursos crecieron su semilla en polémicas diferentes, me parece que podemos encontrar similitudes en el planteamiento de la existencia accidentada o contingente.

En la teoría de Heidegger el estar arrojado en el mundo implica nuestro nacimiento dentro de alguna situación aleatoria en el plano de la historia; la existencia pareciera una generación espontánea que nos hace impactar contra la realidad que posteriormente aprendemos y nos aprehende. Hay una realidad perpetua y caemos en ella. Esta no-elección trae consigo cierta vulnerabilidad en este espacio azotado por contingencias y percances fortuitos. Somos seres transicionando con incertidumbre una línea temporal azarosa pero también mortal.

En la pieza de la primera caída de Bas Jan Ader (Fall 1), que se interpreta como un salto al vacío, el artista aparece en la azotea de una casa mirando hacia abajo hasta que toma la decisión de lanzarse. Esta performance tiene una estructura muy simple, sin embargo, el resultado causa conmoción resolviendo la intención del artista. La obra evoca una sensación de desesperación que confronta al ser humano con su propia mortalidad y finitud. La antesala al salto provoca un suspenso en el espectador ante la incertidumbre de lo que sucederá, cierto morbo anhela el riesgo, mientras que el reconocimiento individual no quiere ser advertido de la posibilidad de su inminente fin.

La cercanía de la consciencia con nuestras «caídas» es el reconocimiento de la imposibilidad de huir de la muerte, que es también la única interrupción de la «larga caída». Esta confrontación tiene un proceso fenomenológico y emocional que Heidegger nombrará como «angustia», llamado así por la sensación de angostura en el pecho. Una descripción somatizada entrañable de los varios momentos a lo largo de la vida en los que nos damos cuenta de que estamos cayendo, es decir, muriendo. En el capítulo sexto de Ser y Tiempo, Heidegger escribe:

La angustia no nos arrebata en el vacío, sino que nos sitúa en el todo de la existencia. Esto quiere decir que la angustia nos hace caer en nosotros mismos, nos recoge en nuestra facticidad más propia y nos muestra lo que realmente somos: seres-[caídos]-en-el-mundo.

Esta angustia no nace en el simple miedo a la muerte, sino en lo que cambia tras percatarse de ella, un saber absorbido y observado que nunca vuelve a ser el mismo. La condición humana tiende a hacerse una serie de preguntas que no puede responder por sí misma, no hay salida puesto que todos los caminos llevan al mismo lugar.

Ader pareciera estar siempre en un estado de angustia que, aunque no nombre de la misma manera se nos devela a través de su búsqueda por enunciar su cuerpo como una masa propensa al desequilibrio y al límite de todo. Las caídas que nos presenta en sus obras son palpables, sarcásticas y absurdas, como una sátira al quehacer humano cuando se acepta el fin, sin interpretaciones espirituales ni ideológicas de por medio. El cuerpo en bruto y sus emociones por igual.

En I’m too sad to tell you (Estoy demasiado triste para decírtelo) la caída es una metáfora muy transparente para los descensos cotidianos al advertir la desolación. La tristeza manifiesta un desborde crudo e inefable. Bas Jan sale desnudo del refugio, en un torbellino primitivo fenomenal. Aquí no hay esfuerzo, el artista deja de intentar cualquier cosa, abandonado por el lenguaje y el sentido, solo cae y pide que seamos testigos.

La mística alrededor de Bas Jan Ader germina en el último momento de su obra, y lo que pareciera ser también el último de su vida como una interrogante inagotable. En esta pieza final concluimos un proceso de duelo causado por la angustia. Observamos entonces tres momentos importantes que comienzan con la primera caída en un ejercicio físico de exploración, la segunda como un instante tras el descubrimiento en una desnudez compartida y exigente de atención, para concluir entonces con la aceptación en una pieza de entrega al mundo.

El proceso completo ondula entre la soledad y la búsqueda de acompañamiento que se agota en solo encontrar testigos, los espectadores son impotentes en el curso de sus hallazgos y después de los intentos fallidos de acercarlos a su sublevación decide que el trayecto subsecuente le pertenece solamente a él.

En el acto final, la última caída es un segundo arrojamiento, esta vez por su propia mano, al mundo que lo acoge, pero pierde todo ese sentido que únicamente se sostenía por un acuerdo tácito colectivo que no permite interrogantes. Y decide entonces, como continuación de su proyecto fotográfico ya iniciado In Search of the Miraculous, cruzar el mar de Atlántico desde Chatham, Massachusetts, hasta Falmouth, Inglaterra. Ader se embarcó en un velero llamado Ocean Wave en julio de 1975. Este trayecto sería un homenaje a su pasión por la navegación que había comenzado en su juventud y que esta vez conectaría los dos continentes en los que hizo su vida.

Casi un año después de su partida, en abril de 1976, una tripulación de pesca encontró el barco del artista frente a la costa de Irlanda. Ader nunca fue encontrado, aparentemente había desaparecido en el mar. Estas circunstancias misteriosas siguen invadidas de preguntas. Tal vez había sobrevivido y comenzado una nueva vida con una identidad alterna. O tal vez se había quitado la vida.

Hasta el día de hoy, no queda claro el desenlace. Bas Jan Ader se había puesto a merced del océano, lejos de cualquier cámara o mirada observadora. Años después, In Search of the Miraculous parece menos un gran gesto romántico que una obra de arte íntima sobre algo que la mayoría de los espectadores nunca llegan a ver con entera honestidad: un ser humano abandonado a la deriva.