El nuevo libro del historiador de investigación Eric Zuesse , «America's Empire of Evil: Hitler's Posthumous Victory, and Why the Social Sciences Need to Change» , trata sobre cómo Estados Unidos se apoderó del mundo después de la Segunda Guerra Mundial para esclavizarlo a los multimillonarios estadounidenses y aliados. Sus cárteles extraen la riqueza del mundo mediante el control no solo de sus medios de «noticias» sino también de las «ciencias» sociales, engañando al público.

(Copyright ©Eric Zuesse , Investigación global, 2022).

Seguimos hablando, mostrando, denunciando la barbarie de la desigualdad económica y sus terribles consecuencias a nivel social. La pobreza extrema es una de las mayores causas de decesos en todo el mundo; una gran cantidad de gente muere por hambre. He aquí algunos datos de la ONU:

Cerca de 193 millones de personas de 53 países o territorios sufrieron hambre en «niveles de crisis o peores», lo que supone un aumento de 40 millones en el año transcurrido entre 2020 y 2021. El Informe Global sobre Crisis Alimentarias 2022 publicado por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y el Programa Mundial de Alimentos (PMA), revela que este nivel récord incluye a 570,000 personas en Etiopía, el sur de Madagascar, Sudán del Sur y Yemen que se encuentran en la fase de catástrofe y han requerido una acción urgente para evitar un colapso generalizado de los medios de subsistencia y muertes por inanición.

El documento detalla que en la lista de países que padecen el flagelo, 39 naciones se repiten cada año y que su población hambrienta se duplicó entre 2016 y 2021 con incrementos constantes desde 2018.

¿Y qué hacemos para evitarlo? Esta situación se ha «normalizado» a tal punto que ya casi nadie le presta atención, excepto los que la padecen. ¿Podemos hacer algo? ¿Quién puede y quiere hacer algo al respecto? ¿Nos importa poco o más bien inclusive nos incomoda o molesta saber algo sobre el particular?

En el otro polo, al Norte, la continuada y constante concentración de riqueza alcanza prácticamente el punto máximo: el 1% posee el 90% y podría concentrarse aún más. ¿Qué sucede? ¿Cuándo y cómo se originó este fenómeno? Abundan los estudios y las voces autorizadas de personas e instituciones que conocen el tema. ¿Y qué efecto han tenido, alguien les hace caso, los utiliza? Ni mucho, ni bien.

Si uno se toma el tiempo para reunir algunos datos significativos (declaraciones, entrevistas, textos, estadísticas), podría verse sorprendido por la candorosa claridad con la que «grandes personalidades» y líderes de opinión mundiales exponen ideas y posiciones en temas relevantes. Desde luego, las fuentes podrían ser verificadas, ya que circulan sin suficientes referencias de autenticidad y origen y, no obstante, en buena y honesta lógica es evidente que, en efecto, bien corresponden al pensamiento y las posiciones de sus autores. He aquí algunas ideas expuestas por Noam Chomsky.

En el siglo XVIII, Adam Smith escribió que las personas que eran dueñas de la sociedad decidían sus políticas: en concreto, los «mercaderes y los manufactureros». En la actualidad, el poder está en manos de las instituciones financieras y las multinacionales.

En el campo de la teoría de las relaciones internacionales, existe la llamada escuela «realista» que postula que el mundo es un conjunto anárquico de Estados que tratan de satisfacer su «interés nacional» particular. Pero esa idea tiene mucho de mitología. Siempre hay unos pocos intereses comunes a toda una población, como el de la supervivencia, por ejemplo. Sin embargo, por lo general, los habitantes de una nación tienen intereses muy diferentes. Los intereses del consejero delegado de General Electric y del conserje que limpia el suelo de sus oficinas no son los mismos.

Un elemento consustancial al sistema doctrinal imperante en Estados Unidos es la ficción de que todos formamos una familia feliz —continúa Chomsky— en la que no existen diferencias de clase, y que todos trabajamos juntos y en armonía. Pero eso es radicalmente falso. En cuanto nos desprendemos del corsé de concebir los Estados nacionales —concluye Chomsky— como entes unificados sin divisiones internas, podemos ver que se está produciendo un desplazamiento del poder global, sí, pero desde la población trabajadora mundial hacia los dueños del mundo: el capital transnacional, las instituciones financieras globales.

Es claro que líderes capitalistas de la economía y la política (Kissinger, Rockefeller, Gates, Soros, Musk, et al.) aunque aparezcan como grandes «benefactores», no anteponen sentimientos personales o humanitarios al pasar revista a los grandes problemas de nuestro tiempo. Su sentido pragmático del poder los mantiene al margen de ideologías y especulaciones teóricas. Saben lo que tienen y lo que quieren, y si algo los hace coincidir en una «visión del mundo» común y compartida es la preservación y el ejercicio de un poder hegemónico, del que se reconocen como dueños absolutos e incontestables.

Esta «gente de poder», que se reúne en Davos y en Bilderberg cada uno o dos años para discutir las estructuras y tendencias de los poderes reales, y los obstáculos y las resistencias a las que se enfrentan, se ubican en un estatus de privilegios que los coloca por encima de Estados, gobiernos y fronteras. Ellos se saben y son, literalmente, los «dueños del mundo». Diez son las corporaciones más grandes y diez los más ricos propietarios del orbe. Entre unas y otros —la mayor parte norteamericanas— combinadas con los circuitos financieros concentran la casi totalidad del ingreso global de Occidente: Amazon, Black Rock, Apple, Microsoft, Standard Oil, General Motors, entre otras, directa o indirectamente a través de acciones, bonos y otros títulos de propiedad, están en manos de antiguas y nuevas familias de propietarios como los Rothschild, los Rockefeller, los Bouffet, los Gates, etcétera. ¿Y cuáles son o pueden ser los límites de esa concentración global de propiedad privada? ¿Qué mundo y que futuro está visualizando esa gente?

La «filosofía» de los «propietarios del mundo» no parece plantarse en términos metafísicos, ni tampoco de ética o moral política. El crudo empirismo y la facticidad rigen sus decisiones, y las condenas fideístas o religiosas (Fratelli Tuti, del Papa Francisco) no alcanzan a perturbar sus sueños. Pero si uno piensa en lo que sí podría inquietarlos ¿no tendría que ver precisamente con su estatus de grandes propietarios? Allí pareciera estar, más bien, el núcleo de la cuestión. La propiedad, en tanto que posesión legal y legitimada de bienes y servicios, ¿no es acaso el verdadero poder? Por ello hemos afirmado que, si la propiedad es poder y poder es propiedad, acabamos con la propiedad individual y privada o bien ella terminará por acabar con nosotros.

Cuando se ponen a la luz del día negocios turbios, conflictos de interés, abusos de poder e influencias; cuando se escamotean los pagos de salarios o se hacen trampas en el pago de impuestos, ¿no se hace necesario investigar, exponer y mostrar las capacidades coercitivas del Estado para cortar de tajo la corrupción, recuperar y devolver al pueblo lo robado? ¿No es ese el caso de México con la oleada democrática que llevó al poder a López Obrador? Sobran ejemplos y evidencias de las complicidades públicas y privadas instituidas en largos años de liberalismo económico, particularmente en América Latina, como se pudo constatar en los casos Odebrecht, Petrobras, Pemex o la Planta de Fertilizantes Nitrogenados. ¿Cuántos otros negocios turbios en las finanzas con los paraísos fiscales off shore, en el trasiego de armas y de drogas, en la prostitución, encontraron un nicho protector para lograr la irrupción de la delincuencia organizada en elecciones fraudulentas y la obtención de cargos públicos, incluso en los más altos niveles de gobierno, diputaciones, etcétera.

Estados Unidos tiene alrededor de mil multimillonarios, y tienen control sobre tanto dinero discrecional como para lograr que el Congreso no apruebe ningún proyecto de ley al que se opongan estos superricos, y que apruebe muchos de los proyectos legislativos que esos superricos quieren aprobar; es decir, para convertirse en ley. Entonces, casi todas las aproximadamente mil personas que controlan el gobierno de los EE. UU. son multimillonarios. Ellos controlan especialmente las corporaciones internacionales. Esas pocas personas dominan ambos partidos.

El 1% superior tiene mucho más, que el resto del 20% superior, disponible para donar a sus políticos favoritos, porque estas personas, el uno por ciento superior, ocupan los puestos de las juntas corporativas y seleccionan a los ejecutivos que contratan a los cabilderos del Congreso, para entretener, recompensar y controlar a los miembros del Congreso cruciales para servir a sus corporaciones y servir a los principales del uno por ciento que controlan todas esas corporaciones. Incluidas en estas corporaciones están las que controlan todos los medios noticiosos principales y la mayoría de los medios menores y que, por lo tanto, dan forma al «conocimiento» y, por lo tanto, a las opiniones que tienen la mayoría de los votantes en cada partido.

Sería un error suponer que esta situación de gravísima y creciente desigualdad económica y social se debe solo a las políticas que hegemonizan los Estados Unidos y China. Algo anda mal a nivel global. Los desequilibrios y los conflictos de interés en las distintas esferas ocurren a nivel planetario y, por tanto, solo desde esa perspectiva verdaderamente global habrán de encontrarse salidas y soluciones racionales. ¿Cuál puede ser la situación límite: la implosión o la explosión? ¿Estaremos a tiempo para lograrlo? Esa es la cuestión.