La existencia de un pensador es un acontecimiento raro, y Jean Lageault lo era. ¿Cómo reunir en una sola persona tantas exigencias: profundidad, vasta cultura, independencia, distancia del ruido de la moda, fineza concreta y generalidad abstracta en el juicio? Él las cumplía con creces. El lector de sus escritos se dará cuenta rápidamente de que la interpretación de su pensamiento es tarea delicada porque se desliza entre las doctrinas y no se deja separar fácilmente de su sensibilidad. No disimulaba su simpatía por quienes piensan a contracorriente. Como para Don Quijote, el camino solitario era para él mejor que la posada. La filosofía de la ciencia y la filosofía natural (en la escasa medida en que esta última existe) están inmersas en una confusión bastante generalizada, y los ensayos de J. Largeault contribuyen a preparar las vías hacia un porvenir más claro.

Nació en 1930. Encontró el motivo de su orientación en la obra de Albert Lautman, matemático y filósofo que buscaba el sentido de las matemáticas en las formas intelectuales, en las Ideas platónicas. De ser así, el pensamiento humano, el lenguaje y los símbolos serían sólo el soporte de las ideas matemáticas. Pensaba que el programa de A. Lautman —descubrir las ideas abstractas dominantes que explican el desarrollo de las teorías— era una tentativa prematura en los años 1930, período que vio grandes desarrollos técnicos, todavía insuficientemente asimilados, en los fundamentos lógicos de las matemáticas. Pero según J. Largeault, lo que vino a continuación mostró que la lógica matemática era incapaz de engendrar una filosofía de las matemáticas.

La prudencia que caracteriza toda su obra, y el sentimiento de que su cultura matemática era insuficiente en esa época, lo llevaron a profundizar el estudio de la lógica matemática. Esperaba encontrar en ella indicaciones sobre una serie de problemas relativos a la existencia de entidades abstractas y al funcionamiento del pensamiento. La enseñanza de esta disciplina en el Departamento de Filosofía de la Universidad París-Sorbona (París IV) a partir de 1967, luego en la Universidad de Toulouse-Le Mirail entre 1973 y 1980, le dejó un malestar duradero al no ver bien la pertinencia de la lógica ni para su propio desarrollo ni para el de los estudiantes. De esta época datan su traducción del libro de Stephen C. Kleene, Logique mathématique, A. Colin, 1971, los dos volúmenes de su tesis, Logique et philosophie chez Frege y Enquête sur le nominalisme, Béatrice-Nawelaerts, 1970-71, y la traducción de textos de lógica, Logique mathématique. Textes, A. Colin, 1972. Durante esos años había tomado la costumbre de descartar todo problema incapaz de ser legitimado o resuelto mediante un formalismo estricto.

Después de este período de lógica vino el descubrimiento de algunas obras de filosofía de la naturaleza que despertaron en él inquietudes latentes: si estos autores tenían razón, la epistemología contemporánea se había equivocado de camino quedándose sin contenido. En vez de enfrentar directamente las cosas naturales para entenderlas, como lo hicieron los Antiguos que sabían pensar, los epistemólogos contemporáneos tratan del conocimiento del conocimiento, de la descripción de nuestra manera de ver y de hablar. Al perder de vista su objeto, la epistemología se convierte en una actividad insignificante, un asunto de palabras, una glosa sin fin. Otra es la convicción de J. Largeault para quien la filosofía no es ni conocimiento sin objeto, ni una serie de comentarios, ni lógica modal, ni vulgarización científica, ni malabares con conceptos sin lugar preciso en ninguna teoría. La filosofía, en consecuencia, no es nada de lo que se practica corrientemente. Entre nuestros contemporáneos veía raramente, aquí y allá, el desarrollo de una verdadera filosofía, «una caza de ideas justas, sugerentes y de largo alcance». Vio en René Thom un ejemplo ilustre en este sentido.

La constatación del extravío de la epistemología contemporánea contribuyó a su regreso a los problemas ontológicos del periodo en que había leído a A. Lautman. A mediados de los años 1970 se puso a estudiar de nuevo la inducción estadística sobre la cual había tenido una visión global siendo estudiante de ciencias económicas (1964-1968). La ruptura entre sus antiguas creencias sobre el valor de la lógica y su nueva orientación hacia la filosofía de la naturaleza y la metafísica está marcada por tres libros de crítica negativa escalonados entre 1978 y 1980: Hasards, probabilités, inductions, Association des Publications de l’Université de Toulouse-Le Mirail, Énigmes et controverses, Aubier, y Quine: Questions de mots, questions de faits, Privat.

Las reflexiones de J. Largeault estuvieron a menudo inspiradas por el pensamiento de otros autores: G. Frege, K. Popper, L. Wittgenstein, W.V.O. Quine, L.E.J. Brouwer, H. Weyl y R. Thom fueron, en momentos diferentes, sus fuentes principales. A veces organizó las reflexiones en monografías, o sirvieron de notas a las traducciones, o fueron fijadas en numerosas reseñas.

J. Largeault llegó a ser maestro en el arte difícil de expresar, en pocas líneas, la sustancia de un pensamiento, y de tomar distancia —condición de la filosofía— para evaluar. El academismo, la banalidad, la complacencia, que son a menudo la regla en nuestro medio, no tenían cabida en su manera de ser. Su idioma fue exacto y transparente. Habría podido utilizar su talento de escritor para cautivar al lector, prefirió conducirlo directamente y con firmeza a las profundidades de la filosofía. Respondiendo a la crítica frecuente por parte de lectores y de editores de que sus textos son difíciles, escribió: «Echarle la culpa a la dificultad de un texto, cuando no debería acusarse sino su propia ignorancia, ha llegado a ser una costumbre. Se reprocha a los autores no preocuparse por el lector, pero sólo lo que se ha intentado profundizar y entender por su cuenta personal puede ser de algún provecho a los otros. Adaptar el contenido de los ensayos a la espera y a la pereza supuestas en quienes los abrirán, como se adaptan los productos a la demanda, define las empresas de vulgarización o de epistemología para el público en general cuya finalidad es el éxito. Dejemos este tipo de literatura en su lugar, que no puede ser el primero».

La nueva dirección hacia la filosofía de la naturaleza está bosquejada en dos volúmenes publicados en la Universidad de París XII, Leçons de métaphysique y Philosophie de la nature, desarrollada luego en Principes de Philosophie réaliste (Klincsieck, 1985), Systèmes de la nature (Vrin, 1985) y sobre todo en Principes classiques d’interprétation de la nature (Vrin, Institut Interdisciplinaire d’Études Épistémologiques, Lyon). Los problemas tratados comprenden la causalidad, la necesidad y la contingencia, la forma y la materia, el espacio y el tiempo, la explicación. La referencia a los principios clásicos significa una preferencia por lo que está determinado o posee lo máximo de determinación. Principes classiques quedará como una de las principales contribuciones a la renovación de la filosofía de la naturaleza, lo que se reconocerá fácilmente cuando las circunstancias sean más favorables a esta empresa abandonada. Su revalorización de la obra de varios pensadores franceses, hoy olvidados, como J. Boussinesq, É. Boutroux, A.-A. Cournot, P. Janet, J. Lachelier, É. Meyerson y Ch. Renouvier, es uno de los méritos principales de Principes classiques.

Entre 1992 y 1994, con una perspectiva de más de dos décadas, publicó una serie de monografías y de traducciones concernientes a la lógica y a los problemas de los fundamentos de las matemáticas, donde ocupa un lugar destacado la reflexión sobre el intuicionismo: L’Intuitionisme, P.U.F., 1992, Intuitionisme et théorie de la démonstration, Textes traduits et présentés par J.L., Vrin, 1992, Intuition et intuitionisme, Vrin, 1993.

Los textos de filosofía de la naturaleza o de metafísica desarrollan la idea de que lo esencial del conocimiento está dado por las cosas (realismo), pero lo inteligible en las cosas no es lo mismo que lo inteligible en la mente. Por eso J. Largeault vio en los intuicionistas una tentativa de asociar a las Ideas platónicas una representación mental, de agregar al platonismo una dimensión de subjetividad y de vida interior. El intuicionismo tiene la posibilidad de convertirse en complemento epistemológico del realismo y de tenderse como un puente entre el pensamiento y el mundo externo. Un común denominador de los retratos intelectuales de L.E.J. Brouwer y de H. Weyl trazados por J. Largeault en el último período de su vida es que permiten ver el significado humano y cultural de sus obras, aspectos ignorados o dejados en un segundo plano en el momento de examinar las ideas abstractas.

J. Largeault era sumamente exigente hacia sí mismo y hacia los otros. ¿Cuál fue el secreto de su permanente insatisfacción? Su capacidad de reflexión vinculada a su vasto conocimiento le permitía darse cuenta de las insuficiencias de una idea o de un programa. Estuvo a veces atraído por el escepticismo, la idea de que la ciencia no explica. Los problemas y enigmas que lo inspiraban perdían su fascinación una vez que tocaba el fondo, y el entusiasmo cedía el lugar a una lúcida melancolía, superada luego por una nueva preocupación filosófica.

J. Largeault nació en Francia en 1930 y murió el 27 de marzo de 1995. Fue enterrado en París, bajo la lluvia de la primavera.

Bibliografía

Miguel Espinoza, Director, De la science à la philosophie. Hommage à Jean Largeault, L’Harmattan, París, 2001.