Nada que conmemorar, a más de un año de la agresión rusa a Ucrania, el 24 de febrero pasado. Corresponde lamentarla, y son muchos los expertos que así lo expresaron. Nuestro relativamente confortable y predecible ámbito internacional, ha sido trastocado, y tal vez de manera definitiva, junto a otros variados factores. Son los desafíos de una posible nueva era mundial incierta. Resaltan las alteraciones: en las relaciones, el derecho, la convivencia, la práctica internacional, organismos multilaterales, la economía, diplomacia, vinculaciones políticas, y las políticas exteriores, dentro de sus respectivas competencias, sin ser las únicas. Seamos claros. Hay una feroz guerra en el este europeo que prosigue y se expande. Justo lo que con tanto esfuerzo se buscó erradicar, definitivamente, luego de las dos conflagraciones mundiales también iniciadas en Europa. No es fantasía calificarla de tercera guerra mundial, larvada o ya iniciada, tal vez inexorable, como algunos afirman.

Vladimir Putin, el causante, ha culpado a Occidente falseando los hechos de una invasión militar premeditada e infructuosa. Todas las guerras pretenden victorias, prestigio, honor, poder, conquista o defensa de territorios, y apoyos a una causa, entre muchos objetivos. Rusia no ha logrado ninguno, hasta ahora, aunque sea una potencia militar. No ha podido ocupar toda Ucrania, sólo porciones territoriales previamente devastadas, en avances y retrocesos indeterminados. Carece de apoyos, salvo de incondicionales que buscan nuevos posicionamientos, y perdió su honor y prestigio como interlocutor confiable. El mayor riesgo está en que Putin y sus militares, tienen atado su destino a esta aventura bélica como responsables, y dependen de sus resultados para conservar el poder. Además, penden en su contra, acusaciones de crímenes de lesa humanidad a la población civil, algunas ya en curso. El propio secretario general de la ONU lo acaba de reiterar ante el Consejo de Derechos Humanos.

Aumentan las sanciones económicas y financieras de la comunidad de naciones, el país es paulatinamente menos rico, y su población se resiente, aunque controle drásticamente toda oposición. Tampoco hay transparencia sobre sus actuales capacidades combativas, seguramente disminuidas, aprovisionamiento en pertrechos, ni sobre fallecidos o heridos en acción, u otras consecuencias. Combaten incitados por amenazas inventadas de ucranianos «nazis» que ponen en riesgo la seguridad de la Federación Rusa, como la de una Bielorrusia sometida, por un deber patriótico forzado. No es verosímil afirmar que la Federación Rusa estuviere seriamente a punto de ser invadida por Ucrania o algún país occidental. Resulta irreal plantearlo, o su decadencia era tal, que podía ocurrir. Ha sido al revés. La propaganda oficial, ha creado una mezcla nacionalista y religiosa en respaldo a la «operación militar especial», que, a su vez, oculta ambiciones expansionistas de mucho mayor alcance, aunque inconfesables, iniciadas en Crimea en 2014. O ha sido inspirada en rebuscadas razones históricas que el resto del mundo no acepta.

Como Miembro Permanente del Consejo de Seguridad, ha impedido todo acuerdo vinculante. Tal vez mejor pues, si el Consejo hubiere ejercido plenamente sus funciones, podríamos tener una guerra total. No obstante, ha rechazado políticamente la invasión. La Asamblea General, por su parte, ha vuelto a condenarla el 23 de febrero, por 141 votos, contra 7, y 32 abstenciones. Apoyaron a Rusia: Bielorrusia, Siria, Nicaragua, Mali, Corea del Norte, y Eritrea, los mismos de ocasiones anteriores, más Nicaragua, repudiada hasta por países regionales de ideología coincidente. Nada significativos. Más bien dependen de Rusia, que son aliados decisivos. Entre las abstenciones importantes, estuvieron: China, que intenta un plan de término del conflicto sin respaldo occidental, pues se reconocerían las anexiones rusas por la fuerza. Paralelamente, advierte los peligros de confrontación con Estados Unidos. India, que procura jugar un papel más acorde con sus aspiraciones que alinearse con Rusia, aunque la busque. También Irán, que actúa siempre en contra de Estados Unidos y Occidente, por definición, y persigue el poder nuclear. Más otros Estados que se abstienen, siempre contrarios a la OTAN, o atávicos enemigos de Estados Unidos, añorando la época soviética. Se mantiene la condena a Rusia desde el inicio de la invasión, como pocas veces en la organización mundial.

No hay señales de que esta realidad varíe, mientras no se intente alguna solución pacífica, por ahora, impracticable. Aceptar la ocupación de territorios soberanos, o la creación por Putin de repúblicas ficticias en el Donbás ucraniano, que nadie reconoce, salvo algunos obsecuentes, equivaldría a violar de forma flagrante todos los principios esenciales de la Carta de Naciones Unidas, terminar con la integridad territorial de los Estados, o validar la agresión y el uso de la fuerza. El organismo, dejaría en la práctica de tener utilidad, o pasaría a ser intrascendente. La Resolución: «exigió una retirada inmediata y sin condiciones de todas las fuerzas militares rusas del territorio ucraniano dentro de las fronteras reconocidas del país.» Una inequívoca reafirmación de las normas vigentes y una reiteración política, no sólo aplicable a Ucrania, sino a cualquier Estado agredido. Muy necesaria frente a situaciones similares, o incompatibles con el mantenimiento de la paz y seguridad internacionales. La fragilidad del sistema demostrado en Ucrania, si no se insistiera en ellas, tendería a incentivarlas y profundizar la crisis actual, como acontece con muchas guerras olvidadas. No son pocos los que esperan aprovecharse de la situación, debilitando su vigencia o buscando reemplazar los principios rectores, por otros actualizados de más fácil aceptación, y que requieren de un menor compromiso, al no incidir directamente en el mantenimiento de la paz mundial.

El incremento de los combates y armas involucradas, la retórica rusa sobre su poderío nuclear, o las amenazas no disimuladas a otros vecinos, podrían provocar por error o premeditación, una confrontación más extendida. Situación que, de empeorar, como en el año transcurrido, arrastraría a un escalamiento sumamente riesgoso, y posibilitaría una guerra de peores consecuencias, más difícil de contener. O bien, alentaría a otros a probar suerte, ante su incapacidad de actuar según lo previsto.

Un punto esencial que Rusia utiliza, sabiendo que hay límites infranqueables, como atacar algún miembro de la OTAN, o que este ataque a Rusia. Un riesgoso escenario que algunos intentarían replicar, de perdurar la confrontación, unida a un desgaste paulatino del sistema que nos haría retroceder décadas a escala global. Si el caso ucraniano se prolonga, los efectos aludidos y otros nuevos, aumentarían, fueren favorables o desfavorables para sus actores. La OTAN, se ha robustecido, e iniciado el proceso de incorporar antiguos neutrales. La Unión Europea también, pese a tantas consecuencias económicas y energéticas, logrando disminuir su dependencia de Rusia. Estados Unidos, incrementa sus aportes económicos, se involucra poco a poco más, y aleja su recurrente aislacionismo. Así lo afirma, si bien en la práctica es más cauto, por sus intereses globales o razones electorales internas.

Quienes han tomado partido por Rusia, que no cesan de buscar soportes, podrían equivocarse. Lo que no es teórico sino real. ¿Quién podría identificar alguna evidencia beneficiosa de la invasión a Ucrania? Ni los rusos. Si logra ampliar su ofensiva en curso, sería inaceptable. Si anexa territorios, lo que no se descarta, no se reconocerán. De ser derrotada, Putin sellaría su condena y habría una extensa purga interna. Así las cosas, aumentan los riesgos y la tensión mundial, si bien, no es posible adivinar todas sus consecuencias, pues sólo se puede intentar proyectar algunas variables probables.

Una confrontación bélica por más de un año, provocada por una de las grandes potencias mundiales y sin perspectivas de solución, muestra un sistema internacional insuficiente, que arriesga expandirse, a menos que encuentre la manera de volver a prevalecer. En caso contrario, habría que convivir con una nueva realidad, o se hará imperioso reevaluarla. Transitamos tiempos decisivos.