Cada uno sabe qué y cómo. Pero avanzamos. Los días se hacen extraños: crisis, guerra, pandemia que olvidamos, pero está, tensión política. ¿Qué no es extraño en esta época? Todo está cambiando por momentos. Lo que era ayer, no es hoy; lo de hoy vete a saber si lo es mañana. Vivimos a expensas de los que llevan las riendas, en este momento, y la responsabilidad de dirigir nuestros movimientos.

¿Estamos todos gestionando las circunstancias de igual manera? Pues depende.

Todos deberíamos haber aprendido la lección que la pandemia nos dio, que nos provoca la guerra, muy cercana a nosotros y que nos aportan las crisis económicas y/o existenciales que vivimos: somos vulnerables. La vulnerabilidad es la mayor lección de humildad que podemos tener, sobre todo aquellos que nos creíamos privilegiados y seguros; humildad con nosotros mismos y humildad con los demás. Tampoco los que nos dirigen, o llevan las riendas, demuestran humildad.

No estamos ante ejemplos de liderazgo humilde.

La humildad es sabiduría. Sabiduría difícil de aprender, pero sabiduría.

El liderazgo humilde es un liderazgo emocional; o se es o no se es.

Cuando estudio, reflexiono y escribo sobre ciertas virtudes humanas, lo hago por dos motivos fundamentales. El primero de ellos es por aprender. Todo lo que se aprende no solo es conocimiento para uno mismo sino para los demás. Ese es mi proyecto vital. El segundo es porque, a la vez que aprendo, veo mucho más de cerca mis defectos, los reconozco y trato de corregir. Esta labor, la de corregir, la de martillear en esa piedra bruta que es el hombre, nosotros, no está exenta de dificultad. Pero sí tengo a bien, no sé si como virtud o defecto, el ser capaz de encontrar y reconocer esas imperfecciones que en el tiempo me acompañan.

La experiencia me ha hecho vivir momentos, unos y otros, mejores o peores, y eso me hace poder analizar y reflexionar de manera más objetiva sobre los defectos y las virtudes del hombre. Tal vez, desgraciadamente, me hace detenerme más en esos defectos que en las virtudes. Nunca es tarde.

El término humildad deriva del latín humilitas que se traduce como de la tierra humus. Para el budismo, la humildad es la «consciencia respecto al camino que se debe seguir para liberarse del sufrimiento». Para uno de mis amigos de cabecera, Friedrich Nietzsche, en cambio, la humildad es una «falsa virtud que esconde las decepciones que una persona oculta en su interior».

El hombre que es humilde, cuando encuentra algo malo en su vida puede llegar a corregirlo, aunque duela. Los soberbios no lo aceptan, no quieren ver o reconocer los defectos y, por tanto, no pueden corregirlo y se quedan con ello.

Para los masones, entre los que me encuentro, aunque en este momento en «situación de sueños» (estado en el que se encuentra un francmasón o una logia que han interrumpido su trabajo masónico regular. En ocasiones, un masón durmiente puede experimentar el periodo de sueños como masónicamente enriquecedor. Se puede seguir estudiando y reflexionando acerca de lo masónico sin ocuparse de los asuntos que la masonería práctica ocasiona) la humildad no tiene ninguna connotación con el sometimiento, mansedumbre o debilidad, sino que la asocia con la fuerza de voluntad para callar al ego y volverse receptivo a las palabras de su ser interior.

La humildad, desde mi punto de vista, humilde, es una de las virtudes más difíciles de construir y de ella depende el destino de uno mismo, de una organización, empresa o país. Por contraposición, la soberbia es una de las causas del infortunio, tanto en la vida como en cualquiera de los ámbitos al que nos dediquemos.

Hace ya tiempo que escribí un artículo, «Líderes emocionales», que además sirvió como base a un capítulo que formó parte del libro Comunicación institucional y política, en el que defendía, y defiendo, el liderazgo humanista como el liderazgo del siglo XXI.

Hoy, no sé por qué, me he puesto a dar vueltas a una de esas virtudes, o valores, que para mí son indispensables, actualmente, en el liderazgo: la humildad.

Los líderes humildes son esas personas capaces de tomar decisiones complicadas, duras, en momentos difíciles, pero jamás caen en la autocomplacencia o el halago fácil.

La humildad, curiosamente, es dejar espacio a los demás. La humildad no es algo que se pueda hacer sin ser, o se es o no se es. Se nota. No se puede aparentar.

El líder humilde no deja de mejorar. Busca referentes en los que reflejarse, aprende, y así puede seguir ayudando e inspirando a los demás.

El líder humilde valora el trabajo y éxito de los demás por encima del suyo. Concilia, escucha, busca el compromiso, el apoyo y aúna esfuerzos por conseguir superar un obstáculo o problema común. No está preocupado por el resultado particular sino por el general.

El líder humilde escribe, se compromete por escrito y no con palabrerías vacías. El líder humilde no olvida de dónde viene y valora el esfuerzo de los demás. El líder humilde es respetuoso con los demás, no hace distinciones por categorías.

En un estudio realizado por Martin Seligman, fundador de la Psicología Positiva y autor de Virtudes y fortalezas del carácter, la humildad se caracteriza de esta manera:

  • Una conciencia profunda de nuestras habilidades.
  • La capacidad de reconocer nuestros errores, deficiencias, límites.
  • La apertura a nuevas ideas, sugerencias contradictorias.
  • Un enfoque no exclusivo sobre nosotros mismos.
  • La capacidad de apreciar la contribución de los demás.

Está claro que la capacidad de reconocer los propios errores, o de resaltar el potencial de los subordinados y proporcionar un buen ejemplo son la base de un liderazgo eficaz. Solamente esos tres comportamientos capacitan el crecimiento de cualquier organización.

Ser humilde no tiene por qué ser una cualidad única y exclusiva de un líder espiritual; la humildad en el mundo de la política o la empresa es un valor poderoso que aporta eficiencia y resultados.

El líder humilde genera confianza y cercanía. Escucha. El líder humilde no olvida nunca de dónde viene y valora el esfuerzo de todos los que le rodean. El líder humilde es respetuoso con los demás y más, si cabe, con los adversarios o competidores, no hace distinciones ni por categorías ni por ningún tipo de situación. El líder humilde conoce cada rincón de su organización o empresa. Se pasea. Se remanga. Comparte.

La humildad no es compatible con la ostentación, con la altanería. No hace falta tener un gran despacho o un lujoso coche con chófer para ser un gran líder.

El líder humilde se deja enseñar, es flexible, se adapta, comparte y valora las buenas ideas, busca el talento en los demás.

Todo está cambiando rápidamente; necesitamos más que nunca líderes emocionales, líderes humildes. Personas que no se aferren, que sean capaces de corregir el rumbo, bajarse del carro si fuera necesario.

El líder humilde duda, no improvisa ni se deja llevar por impulsos. Pasión, visión, exigencia… humildad.

El secreto de la sabiduría, del poder y del conocimiento es la humildad.

(Ernest Hemingway)

Vivimos tiempos VUCA (en español VICA: volátil, incierto, complejo, ambiguo), por lo tanto, frente a tiempos pretéritos donde todo era más estable, sencillo y predecible, hoy día la situación es la contraria. Significa que una de las cualidades más importantes para plantar cara al actual escenario es, sin duda, la humildad.

El señor Peter Drucker decía que «el líder del pasado era el que sabía dar instrucciones; el líder del presente y del futuro es el que sepa preguntar».

Esa es la virtud de un líder en los momentos que vivimos y nos tocará vivir. Los líderes humildes tenderán a construir puentes, y se negarán a demonizar o descuidar a los demás. En cambio, los líderes arrogantes prefieren trabajar solos, y se niegan a asociarse con otros, especialmente aquellos que tienen puntos de vista diferentes.

El líder humilde desvía la atención de sí mismo y se centra en las contribuciones y necesidades de quienes los rodean.

En el mundo no hay nada más sumiso y débil que el agua. Sin embargo, en atacar lo que es duro y fuerte, nada puede superarla.

(Lao Tse)

Los líderes humildes son empáticos, y buscan priorizar las personas sobre las ideas. Los líderes arrogantes son rígidos, incapaces de recibir críticas constructivas.

Los líderes humildes reconocen sus errores, saben que no son perfectos. Los líderes arrogantes descargan las culpas sobre los demás, por sus defectos o fracasos, y no están dispuestos a reconocer sus propios errores.

Los líderes humildes celebran los logros de los demás y no los suyos. Tienden a compartir sus recursos, tengan poco o mucho. Lo que sea.

Ser un líder humilde no es signo de mansedumbre o impotencia, sino de tener una gran fuerza interior. Los mejores líderes son humildes en el exterior y confiados en el interior.

El líder humilde se conoce a sí mismo. Sabe quién es y se comporta de una manera consistente con ese conocimiento. Sabe que cada día es una oportunidad para mejorar.

Todos podemos ser mejores personas y, por lo tanto, líderes. Cultivar la humildad no deja de ser una habilidad en los tiempos que tenemos, pero, estoy seguro, nos hace ser más fuertes cuando nos sintamos débiles y valientes en el miedo.

André Comte-Sponville, filósofo francés, en un libro que leí hace muchos años (Pequeño tratado de las grandes virtudes, maravilloso), cuando tal vez me sentí líder pero que, desde luego, carecía de muchas de esas virtudes que ahora estudio y sobre las que reflexiono (para hablar o escribir siempre es mejor hacerlo desde la experiencia de haberlo vivido, como en todo), escribió que la humildad es:

Olvido de sí, del orgullo y del miedo: es sosiego contra inquietud, alegría contra angustia, ligereza contra gravedad, espontaneidad contra reflexión, amor contra amor propio, verdad contra pretensión. El yo subsiste, sin duda, pero aligerado, purificado, liberado, desligado de sí, privado de su trono. ¿De qué sirven esas perpetuas vueltas sobre sí mismo? No terminaría nunca de examinarse, de juzgarse, de condenarse. Nuestras mejores acciones son sospechosas, nuestros mejores sentimientos engañosos. El humilde lo sabe y se burla de ello. En él la misericordia hace las veces de inocencia, o tal vez la inocencia de misericordia. No se considera con seriedad ni a lo trágico. Sigue su camino común en paz, ligero el corazón, sin meta, sin nostalgia, sin impaciencia. El mundo es su reino. El presente es su eternidad, y lo colma. No tiene nada que probar, pues no tiene nada que aparentar. Ni nada que buscar pues todo está allí. ¿Hay algo más sencillo que la sencillez? ¿Algo más leve? Es la virtud de los sabios y la sabiduría de los santos.

No es fácil ser humilde, y menos en este mundo que habitamos, que nos acompaña. Más difícil, complicado, es ser humilde desde las alturas, cuando se tiene el poder en una organización, empresa o gobierno.

El caso es que ha habido momentos, en la historia, en el que nos gustaba sentirnos reflejados en esos personajes soberbios, altivos, hartos de poder, arrogantes y sin atisbo de sensibilidad o humanidad. Los tiempos han cambiado. Gracias a todos.

Los ciudadanos queremos líderes emocionales, humanos, humildes: personas.
El liderazgo ha cambiado. No es tiempo de autoritarismos, ni en política, ni en la empresa, ni en la comunidad de vecinos. Es tiempo de humanismo, de emociones, de sensibilidad.

Las crisis se superan entre todos. Siempre debe haber un líder, pero o es un líder emocional o las consecuencias pueden ser catastróficas.

  • Aprende a aceptar las capacidades de los demás.
  • Reconoce tu propia realidad, no caigas en la arrogancia.
  • Escucha a los demás y deja de hablar de ti mismo. Aburres.
  • Seamos sencillos y sinceros.
  • Pide ayuda si la necesitas. Ni todos sabemos de todo ni todos somos autosuficientes.
  • No te sientas jamás superior a nadie. No lo eres ni lo serás nunca.
  • Elimina la soberbia y cultiva el espíritu positivo hacia todos los que te rodean.
  • No ofendas a otros ni con palabras ni actos.
  • Agradece los buenos consejos.
  • No critiques ni juzgues, ni siquiera con el fin de agradar.
  • Esfuérzate por ser mejor. Depende de ti. Nunca es tarde.
  • Que tus amigos sean por afinidad, no por interés.
  • Pon en valor los aspectos positivos en los demás, no hables de sus debilidades.
  • Da las gracias a las personas que nos dedican su tiempo y esfuerzo. No se lo hagas perder.

Haz de la humildad una clave de tu vida. Seguro que lo vas a agradecer.