Pese a haber sido incluido en la famosa antología Nueve Novísimos (1970) de J.M Castellet, la poesía de Manuel Vázquez Montalbán (1939-2003) nunca llegó a tener un reconocimiento significativo. Se convirtió, es verdad, en un periodista mediático y un escritor respetado, pero en un poeta prácticamente desconocido pese a mantener una sólida trayectoria a lo largo de su vida. Su obra poética, más allá de varias antologías, consta de varios títulos entre los que destacan Una educación sentimental (1967), A la sombra de las muchachas sin flor (1973) o Praga (1982). Una obra vertebrada por la experiencia del «yo» con una mirada crítica a la realidad urbana y una experiencia vital de la sensualidad.

Praga es un libro madurado durante casi diez años (1973-1982), contextualizado en la revolución de la primavera de Praga de 1968, un momento de fervor estudiantil y de libertad que termina con la fatídica entrada final de 2.000 tanques soviéticos en la entonces capital de Checoslovaquia. Más allá de un hecho histórico, la ciudad de Praga se convierte y se metaforiza en el final de una etapa, en la constatación de unos ideales vencidos en los que la ilusión topa con la realidad. Ahora bien, Praga no es solo Praga para Vázquez Montalbán, «Praga ni siquiera es Praga». Praga es la Barcelona de los años 70 y es muchas ciudades al mismo tiempo, «nacidos para ser extranjeros / compartimos con vosotros la condición vencida / incluso los recuerdos –los vuestros, sin duda- / de escuadras en el mar / mares de Praga». Es una ciudad que son dos que no es ninguna y que es todas al mismo tiempo.

Incluso, más allá de una ciudad, Praga es una metáfora abierta en multitud de direcciones desde la infancia hasta las convenciones políticas, el lenguaje o el deseo. El poeta se crea un espacio abierto de significados donde todas sus experiencias y reflexiones se mezclan y conviven en la página, puesto que «no hay lenguaje sin metáfora». Praga construida como un espacio a medida para la voz del autor donde el tiempo se difumina y se convierte en relato.

Praga es una obra que empieza de manera casi abrupta, como un corte dentro de un monólogo eterno sin capítulos ni secciones. Todo ello mediante imágenes poéticas que se agolpan una detrás de la otra a un ritmo acelerado. Una configuración del «yo» íntimamente relacionada con el lugar que habita. En este espacio conviven y tienen la misma cabida Mozart, The Beatles, Walter Benjamín o Ferrer i Guardia. Una mezcolanza de fuentes y referentes culturales que es uno de los rasgos característicos de la poesía de Manuel Vázquez Montalbán, un cajón de sastre personal donde encontramos al mismo tiempo a Mitia Karamazov, Paul Anka, Charles de Gaulle, Conchita Piquer, el F.C. Barcelona, Edipo, el Guerrero del Antifaz o a Rosa Luxemburgo. Todos estos referentes, cultos o populares, construyen su voz y configuran su universo poético.

Es en la construcción de este espacio donde la voz poética se reconoce en la sensación del desapego a la condición impuesta, en el escepticismo vital y en la identificación con los vencidos sin formar parte de ningún grupo, «no escogí nacer entre vosotros / en la ciudad de vuestros terrores», «nací en la cola del ejército huido / me quedé a la luz del centinela / y os pedí prestados aire y agua / en barrios que os sobraban».

Esta condición de extranjero eterno se traspasa también a la situación lingüística del propio poeta. En este espacio, metáfora de todo, Manuel Vázquez Montalbán aborda el problema social del «charnego», un concepto usado en los años 70 en Cataluña de manera despectiva para definir a los inmigrantes que no hablaban, o lo hacían de manera precaria, el catalán o para aquellos nacidos en una familia mixta entre españoles y catalanes. Para tratar este tema, el poeta recurre a la figura de Franz Kafka quien, pese a ser checo, escribía en alemán: «ser judío vivir en Praga / escribir en alemán / significa no ser judío ni alemán / ni ser aceptado / por las mejores familias de la ciudad / que identifican / el alemán con Alemania y el ser judío con la alarma». O, lo que podría ser lo mismo, «ser de familia inmigrante vivir en Barcelona / escribir en castellano / significa no ser catalán ni español / ni ser aceptado por las mejores familias de la ciudad / que identifican / el castellano con España y las familias recién llegadas con la alarma». La sensación constante en la obra de la no pertenencia, de una existencia con un pie en cada lado y sin el reconocimiento de ningunos de ellos, «preferís / comprobar la raza en la lengua / no en los ojos no en las manos».

Es en esta reflexión sobre la situación de un supuesto Franz Kafka en una supuesta Praga, donde la voz poética descarga todo su espíritu crítico hacia una parte de la cultura cerrada que participa de un juego entre el esclavo y el tirano como decía Vázquez Montalbán. La construcción de un espacio de voz y recuerdo de los vencidos, da igual si por la lengua, la migración, Brézhnev o la postguerra civil española.

Lengua, derrota y recuerdo, la Praga de Vázquez Montalbán es un espacio inexistente hasta que el poeta no lo nombra y se la hace suya, creando una ciudad única que no existe en ningún mapa sino en el de la página. De la misma manera que París no existe hasta que la nombra Baudelaire o no es el mismo Nueva York el de Federico García Lorca que el Juan Ramón Jiménez. Praga no es Praga, «o acaso no sea Praga una ciudad una sinfonía / ni la Historia ni una vida ni este libro / acaso sea simplemente una metáfora». La metáfora de un mundo en territorio de nadie y condenado a la derrota, un deseo de libertad y memoria en un espacio que solo pertenece a la voz poética.