El SIPRI Yearbook 2021 del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo ofrece datos estadísticos sobre temas como los siguientes: conflictos armados y gestión de conflictos; gasto militar mundial; fuerzas nucleares en el mundo; control de armas nucleares; armas químicas y biológicas; control de armas convencionales; gobernanza del ciberespacio; riesgos de conflictos espaciales; exportadores e importadores de grandes armas. Al leer este anuario es evidente que nuestro mundo se encuentra envuelto en una red de armas de todo tipo cuya función es provocar la muerte de seres humanos, sea de manera directa, asesinándolos, o como resultado colateral de enfrentamientos bélicos. Otras fuentes de información sobre los mismos temas u otros correlacionados conducen a la misma conclusión. En el SIPRI Yearbook 2021 se estima que en el año 2020 el gasto militar mundial «fue un 2.6% mayor que en 2019 y un 9.3% mayor que en 2011. La carga militar mundial —gasto militar en proporción al producto interior bruto (PIB) mundial— aumentó un 0.2% en 2020 hasta el 2.4%. Se trata del mayor aumento de la carga militar desde la crisis financiera y económica mundial de 2009» (Resumen del SIPRI Yearbook 2021, p. 12). En el mismo anuario, entre otros datos relevantes, se afirma que los países que en el año 2020 gastaron más en armamento son Rusia, Estados Unidos, India, China e Inglaterra (p.12); que los cinco mayores proveedores de grandes armas en el período 2016-2020 son Estados Unidos, Rusia, Francia, Alemania y China (p.14), y que 164 estados son los principales importadores de armas.

A inicios de 2021, nueve estados —EE. UU., Rusia, Reino Unido, Francia, China, India, Pakistán, Israel y Corea del Norte— poseían aproximadamente 13,080 armas nucleares, de las cuales 3,825 estaban desplegadas con fuerzas operativas. Unas 2,000 de estas armas se mantienen en estado de alerta operativa alta (p. 16).

A la luz de los datos transcritos, y de otros que pueden identificarse en distintas fuentes, es evidente la existencia de un sistema militar, industrial, político e ideológico que opera a escala planetaria, involucra a la totalidad de las naciones, es experto en exterminios y genocidios, y disfraza sus objetivos de rentabilidad económica con narrativas de comunicación destinadas a justificar las guerras y manipular a las personas. Este sistema eleva sus ganancias financieras a través de conflictos locales, regionales y mundiales donde mueren cientos de miles de personas, mientras otras sufren desplazamientos forzados, torturas, hambre, traumas y encarcelamientos. Esto explica que se predique la paz y al mismo tiempo se realice la guerra. Como bien lo pensaba el novelista Ernesto Sábato, la especie humana es experta en anunciar paraísos celestiales y simultáneamente crear infiernos. A lo escrito debe agregarse que la paz de la que se habla es la de los políticos e ideólogos, que consiste en acuerdos entre enemigos como antesala de nuevas guerras. La producción, exportación e importación de armamento en el mundo, así como las gigantescas inversiones en investigación militar, evidencian que el ser humano permanece atrapado en el universo enloquecido de su egoísmo y en intereses económicos, políticos y sociales que se gestionan excluyendo a otros y avasallando su dignidad.

¿Qué hacer? ¿De qué manera liberarse de un sistema-mundo diseñado para el exterminio sistemático y progresivo? ¿Cómo evitar que las abundantes opiniones que circulan en las redes sociales reproduzcan las mismas lógicas mentales y emocionales que originan odios, fanatismos, sectarismos, guerras y genocidios? En un texto breve como este es imposible detallar las acciones que pueden emprenderse, pero si es factible enunciar cuatro objetivos que conviene proponerse en la lucha por la paz:

  • Primero, reducir hasta desmantelar el complejo militar, industrial, político e ideológico que subyace al cultivo sistemático de la guerra. Cabe preguntar si ese sistema ¿es la «mano que mueve la cuna» donde retozan y juegan a placer políticos, ideólogos y militares de todas las naciones?

  • Segundo, crear un programa de cooperación internacional para transferir los monumentales recursos económicos dedicados a la guerra, reinvirtiéndolos y reorientándolos para fortalecer y expandir la educación, la salud, la infraestructura, la reducción de la pobreza, la investigación científica y tecnológica, la disminución de la desigualdad. No hay mejor agenda de desarrollo internacional que la eliminación de las armas, si eso se hiciera se derrumbarían de un tirón todas las ideologías, muchos políticos se verían obligados a reinventar la política para que deje de ser un ejercicio parasitario y un negocio privado de partidos políticos que confiscan los frutos del trabajo, y se contaría con un volumen adicional y gigantesco de recursos para invertir en medio ambiente, cambio climático y exploración espacial.

  • Tercero, fortalecer un sistema educativo donde la paz se entienda no como un acuerdo o pacto de no agresión, sino como una forma de vida, un modo de ser y de estar en el mundo sin odios ni fanatismos.

  • Cuarto, propiciar una cultura donde el propósito central sea experimentar la concordia en las diferencias.

En alguna ocasión escribiré sobre estos objetivos con detalle, pero ahora me concentro en el conflicto que enfrenta a Estados Unidos, Rusia y la Unión Europea, debido a la invasión de Ucrania ordenada por Vladimir Putin.

Una hipótesis

Conviene situar el ataque de Rusia a Ucrania en el escenario mayor de una guerra de nuevo tipo que trasciende por mucho la singularidad de ese conflicto, y que está en desarrollo desde hace varios años. La humanidad actual es testigo y protagonista, víctima y cómplice, de una guerra global en la que colisionan, de un lado, corrientes sociales autocráticas y centralistas, herederas del nazismo, el comunismo, el fascismo y los fanatismos religiosos, y del otro, fuerzas históricas inscritas en alguna de las tendencias conocidas como liberales y democráticas. Ambos bloques actúan en todos los ámbitos imaginables, y en esos espacios escenifican los episodios de su enfrentamiento.

Identifiqué el fenómeno en comentario el 21 de febrero del 2020 al escribir: «Está en desarrollo un conflicto global al que se le puede denominar ‘guerra’, entendida no solo como despliegue de fuerzas militares…» (La Nación, Costa Rica, columnistas), y el 1 de marzo de ese mismo año, en el marco del ciclo de conferencias «Hacia dónde va la humanidad», organizado por el Hotel Espino Blanco (Turrialba, Costa Rica), reiteré esa misma tesis. En textos publicados en Wall Street International ahondo en la caracterización del actual momento histórico (ver Civilización de civilizaciones o barbarie, 23 de setiembre, 2019; Narrativas sobre la crisis, 20 de abril, 2020; Un mundo alzado en armas, 7 de mayo, 2020; La contradicción principal de nuestra época, 20 de mayo, 2020; Orígenes y contornos de la historia que viene, 14 de agosto, 2020; La gran transición, 19 de enero, 2021). Lo que expresé en la Conferencia de Espino Blanco y en los ensayos referidos es de carácter filosófico con implicaciones directas en otras disciplinas. A este respecto conviene indicar que uno de los hechos que más daño ocasiona al conocimiento de la situación actual es la gigantesca manipulación mediática, que sin escrúpulos y sin disimulo, se muestra servil a los intereses e intenciones de los feudos de poder, cualquiera sea su naturaleza y ubicación social. Los medios de comunicación (no todos) se han transformado en órganos de propaganda o, en su defecto, en estructuras empresariales que existen para crear narrativas en función de sus intereses corporativos, y de las inclinaciones políticas, electorales e ideológicas de sus mandos gerenciales; ambas circunstancias envilecen la inteligencia y aniquilan la dignidad. Pero a pesar de las tinieblas cognitivas, emocionales y espirituales que aprisionan el actual momento histórico es claro que se las puede disipar al encender la luz del conocimiento y la sabiduría.

En el final de la Guerra Fría

Al finalizar la Segunda Guerra Mundial se creó un orden internacional dividido en dos bloques, uno al que se le denominaba «socialista», liderado por la Unión Soviética, pero en realidad de socialista tenía solo el nombre porque se trataba de un tipo de capitalismo dictatorial y centralista; el otro bloque, conocido como Occidental o democrático, liderado por Estados Unidos, se caracterizaba por un capitalismo liberal en lo económico y democrático en lo político. La lucha entre ambos sectores generó la Guerra Fría que se extendió hasta 1991, y finalizó con la victoria del capitalismo democrático y liberal. Dicho resultado demostró que ese tipo de capitalismo facilita el desarrollo de las economías de mercado al mismo tiempo que consolida Estados constitucionales de Derecho y el pluralismo político, lo contrario a lo ocurrido en el capitalismo autoritario y centralista donde se establecieron regímenes de partido único, y el Estado y el gobierno se basaban en la fusión del partido político, el ejército y el orden jurídico. Es común afirmar que el final de la Guerra Fría coincide con la caída del Muro de Berlín en 1989 y con la disolución de la Unión Soviética en 1991.

Al disolverse la Unión Soviética las repúblicas que formaban parte de ella se independizaron respecto al poder central de Rusia y, con el paso del tiempo formaron Estados nación, algunos de los cuales se incorporaron a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) que era (y es) la alianza político-militar del bloque vencedor de la Guerra Fría; lo mismo ocurrió con los países situados en el ámbito de influencia soviética que decidieron adherirse a la OTAN, este es el caso, por ejemplo, de Hungría, Polonia, República Checa, Bulgaria, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Letonia, Lituania y Rumanía.

A la disolución de la Unión Soviética se unió la pérdida de la esfera de influencia regional y mundial de Rusia, la crisis económica interna de ese país, la desaparición del movimiento comunista internacional, y la imposibilidad de ofrecer una respuesta estratégica eficaz a la hegemonía estadounidense que se consolidó y desarrolló en los años posteriores al final de la Guerra Fría. En ese contexto la política de EE. UU. se concentró en obtener las mayores ventajas posibles del resultado de la Guerra Fría, extendiendo sus esferas de influencia en Europa y en todo el mundo. Los hechos referidos modificaron el paralelogramo de fuerzas sociales y políticas, e implicaron el nacimiento de un nuevo de orden de seguridad en Europa. Para el imperio ruso todo aquello significó algo traumático. Ese trauma se encuentra presente en la narrativa de Vladimir Putin, si bien no es el único factor relevante en la situación actual. De aquellos polvos vienen los actuales lodos.

El fracaso de la transición rusa

Es importante tener presente que, al disolverse la URSS, se inició en Rusia un período de transición cuyo objetivo era, según se decía en aquel tiempo, crear una sociedad democrática y liberal en lo político, es decir, regida por el pluralismo ideológico, político y multipartidario, y establecer en toda regla una poderosa economía de mercado vinculada a la economía internacional. Se trataba de objetivos que ya se habían perfilado, con mucha ambigüedad, en los tiempos de la Glásnost y la Perestroika. Esa transición no alcanzó los objetivos indicados. La nomenclatura soviética se las ingenió para sobrevivir e incorporarse al proceso de transición; se consolidó un régimen político autoritario, y un sistema económico controlado por políticos, ideólogos, militares y empresarios aliados con el poder político. Nada muy distinto a lo que existía en la extinta Unión Soviética.

La transición rusa fracasó en relación con sus objetivos primigenios, pero eso no fue responsabilidad exclusiva de las «élites» de ese país, lo que se observó fue una alianza de esas «élites dominantes», que lo eran también en el período soviético, con los organismos financieros internacionales (Fondo Monetario Internacional y Banco Mundial, entre otros). El conjunto de estos actores político-institucionales (rusos, europeos y estadounidenses) diseñaron y ejecutaron una «estrategia de choque» de carácter economicista realizada con precipitada rapidez, centrada en variables económicas y financieras (liberación de precios, privatizaciones, desburocratización del aparato del Estado y del gobierno) descuidándose el tema de la cohesión social y política del sistema. Al poco tiempo de iniciado el proceso de transición se desató una alta inflación, se debilitaron los ahorros, aumentó la pobreza, se aceleró la concentración de la riqueza y se debilitó la cohesión social. La ausencia de un marco institucional adecuado al proceso de transición y de un esquema regulatorio de las principales decisiones catapultó la corrupción endémica que padecía Rusia desde los tiempos soviéticos. Al mezclarse esa corrupción sistémica, con la precipitación economicista, el nacionalismo y la inclinación política centralista, se originó un régimen autoritario concentrado en el desarrollo militar y en el control policial e ideológico de la población.

Si la transición hubiese sido exitosa, la evolución posterior de la sociedad, del gobierno y del estado ruso sería muy distinta a la que se ha conocido, y las interacciones de Rusia con las exrepúblicas soviéticas, con los países exmiembros del desaparecido Pacto de Varsovia, con Europa y Estados Unidos tendrían otros contenidos. En tal caso Rusia seguiría siendo una nación imperial con pretensiones imperiales —lo mismo que Estados Unidos y China—, pero el nivel y la gravedad de las tensiones quizás (y subrayo el «quizás») fuese mucho menor. Esto lo escribo como mero ejercicio especulativo, porque la realidad es la que es, y no el futurible que no se concretó.

Guerra Rusia-Ucrania

Treinta años después de los acontecimientos que condujeron al final de la Guerra Fría, y habiendo fracasado la transición hacia una sociedad abierta, democrática y liberal, el actual gobierno de la Federación de Rusia llegó a la conclusión de que en la actualidad se dan las condiciones para modificar el esquema de seguridad en Europa establecido a partir del año 1991, e impulsar la creación de un nuevo orden internacional distinto al surgido bajo la sombra del poder hegemónico de los Estados Unidos. Es en ese contexto situacional que se ha producido la agresión a Ucrania, un hecho condenable en todo sentido. No es viable en este comentario efectuar un análisis detallado de las complejas relaciones e interacciones entre Rusia, Ucrania, el este de Europa, la Unión Europea y Estados Unidos, pero estimo que reestructurar el orden de la seguridad europea y avanzar hacia un nuevo orden internacional es factible y muy necesario, pero no sobre la base de reestablecer la antigua esfera de influencia que ostentaba la extinta Unión Soviética, ni violentando la dignidad y la vida de los habitantes de otros Estados y territorios, ni tampoco creando circunstancias que de forma unilateral favorezcan tan solo a la UE y a los Estados Unidos. Se requiere una dosis extraordinaria de conducción política equilibrada para alcanzar un orden de seguridad que armonice todos los intereses en conflicto. Por otro lado, tomar como base de interpretación la pretensión de recuperar esferas de influencia y de invadir los Estados y territorios que sea necesario para lograrlo, conduce a burdas relecturas de la historia que trastocan los hechos y los sustituyen por ficciones ideológicas, mistificaciones, nacionalismos exacerbados y propaganda; todo lo cual, como ocurre en el caso de la invasión a Ucrania, disimula y oculta crímenes de guerra. De la misma forma, criminal y genocida, se han conducido las naciones imperiales a través de la historia, y no es ahora cuando una de ellas puede hacer creer que sus intenciones son angelicales. Cuando la interpretación de los hechos históricos se coloca en «manos» de políticos e ideólogos, o de cualquier feudo de poder, es seguro que los sesgos de intereses y los subjetivismos exacerbados producirán una ficción historicista, creada para presentar como verdadera la interpretación que se desea promover.

Decir que Vladimir Putin es un «místico» responsable de ejecutar una misión histórica divina, revela un grado superlativo de ignorancia o, en su defecto, una completa deformación de los vocablos «mística» y «místico». Y si a esto se agrega la falsa creencia de que Europa no tiene nada que ver en el conflicto Rusia-Ucrania, estamos en presencia de un desconocimiento gigantesco de las relaciones políticas y sociales contemporáneas. En este mismo sentido afirmar, como se hace comúnmente, que Vladimir Putin es «un buen estratega y un magnífico táctico», evidencia una voluminosa perdida de perspectiva porque lo decisivo no es si es buen estratega o excelente táctico, sino las consecuencias genocidas o no de sus decisiones. Es también de una hipocresía monumental sostener, como lo hacen ciertos ideólogos y grupos políticos anclados a la prehistoria, que la invasión a Ucrania es una acción generosa y de misericordia porque de esa manera Rusia impide al «imperialismo europeo y estadounidense continuar su agresión en contra de Ucrania». Quienes se expresan de esta última manera ocultan la vocación imperial de las naciones poderosas, y evidencian un tipo de mentalidad y de psicología que justifica el asesinato de miles de personas sobre la base de ideologías periclitadas nacidas en el siglo XIX. También es falso afirmar que la Unión Europea y los Estados Unidos inspiran sus acciones en elevadísimos principios y valores, cuando en realidad lo prioritario es privilegiar intereses económicos y de geoestrategia, del mismo modo que sucede en los casos de Rusia y China. Nada nuevo bajo el sol, brutalidad y degradación de la psicología humana que identifica todo lo justo, bello y bondadoso con una de las partes, mientras la otra es la suma de todos los males.

Agrego algo que estimo importante: en la guerra global en curso existen diferencias de fondo cuya naturaleza no es económica. Se está en presencia de un enfrenamiento que separa distintas maneras de concebir la vida en sociedad. En un caso la gestión del hecho político y la creación de consensos se realiza a través de sistemas centralistas y autoritarios que suprimen la dialéctica de frenos y contrapesos; mientras en el otro se busca conducir la política y crear acuerdos mediante la diversidad de experiencias e intereses. El objetivo del modelo centralista es eliminar la pluralidad de experiencias y de ideas para crear una sociedad donde sus miembros sean gemelos espirituales los unos de los otros; mientras en el paradigma del consenso mediante la pluralidad se postula la diversidad como el talante definitorio. Esta contradicción motiva muchas de las decisiones y de los cursos de acción, y por eso es un error disimularla en el común apetito de poder y de expansión que embriaga y enloquece a los imperios.

América Latina en relación con EE. UU., China, Rusia y la Unión Europea

En términos históricos América Latina ha sido una región aliada de los intereses e intenciones políticas del bloque denominado Occidental, esto fue evidente durante la primera y segunda guerra mundiales, en el período que se extiende desde 1945 hasta el final de la Guerra Fría, y desde el final de la Guerra Fría hasta los alrededores del año 2010. Tal condición, sin embargo, ha cambiado de manera sustancial ¿Por qué? Existen cuatro ámbitos de realidad donde pueden encontrarse las causas:

  • Primera, al interior de las interacciones América Latina-Europa-EE. UU. existen circunstancias que afectan de modo negativo el desenvolvimiento de las sociedades latinoamericanas, y que han hecho crecer movimientos sociales y políticos contrarios a los intereses estadounidenses y europeos en la región, menciono tres: el apoyo a las dictaduras militares y al militarismo latinoamericano; los términos desiguales del intercambio comercial y financiero, y la dominación cultural ejercida en perjuicio de las expresiones autóctonas y autónomas de la región. Si bien los grupos dirigentes latinoamericanos son los principales responsables del subdesarrollo económico de América Latina, y de su postración social y política, no debe olvidarse la responsabilidad que en ese resultado le corresponde a Europa y a los Estados Unidos.

  • Segunda, el reposicionamiento de la presencia de la Federación de Rusia, tanto económica como política e ideológica. Esto se ha traducido, por ejemplo, en el apoyo de los gobiernos de Nicaragua, Venezuela y Cuba a la invasión de Ucrania por parte de Rusia, y en la ambigüedad mostrada por otros gobiernos respecto al mismo hecho. Si bien la relación económica y comercial de América Latina con Rusia y viceversa no es significativa, sí lo es el estímulo a la carrera armamentista en la región, y la multiplicación de los acuerdos de cooperación de Rusia con países latinoamericanos.

  • Tercera, la creciente presencia económica y política de la República Popular China en América Latina se ha traducido en varios hechos relevantes. En el año 2021 el valor total del comercio entre China y América Latina y el Caribe aumentó un 41.1% respecto a 2020. China es el segundo socio comercial de la región, pero más allá de las estadísticas, ha creado en la región una red de contactos culturales y políticos con independencia de cuestiones ideológicas, y esto le da una versatilidad y flexibilidad prácticas que otras potencias no tienen en la región.

  • Cuarta, la incapacidad de los grupos dirigentes latinoamericanos para impulsar procesos internos de acumulación de ahorro, capital, productividad e inclusión social; desburocratización y modernización del sector público; creación y fortalecimiento de las clases sociales medias y disminución de los altos niveles de corrupción.

En los cuatro ámbitos referidos existen condiciones que pueden generar experiencias políticas e ideológicas favorables a los intereses de la Federación de Rusia y de la República Popular China. La ambigüedad política y comunicacional de Europa, y la débil e incoherente política exterior de Estados Unidos hacia América Latina, juegan a favor de sus adversarios estratégicos a nivel global.

En definitiva, y con esto concluyo, la guerra en curso, de la que es un episodio la invasión rusa a Ucrania y sus ramificaciones en el resto de Europa y del mundo, es de carácter tripolar (Estados Unidos, China y Rusia), por lo tanto, sus formas de expresión son bastante más complejas y difíciles de identificar. Con todo, las tinieblas en el manicomio de egolatrías e intereses gestionados de modo sectario y genocida no pueden impedir que muchos seres humanos trasciendan el tenebroso laberinto de la irracionalidad guerrerista. No será esta la primera vez, y no será la última, cuando la razón, el conocimiento y la sabiduría se abran paso en medio de las oscuridades de la irracionalidad.