Este artículo lo dedicaremos al metano en el contexto de lo acaecido alrededor de la COP26 de Glasgow. Este gas es un potente gas de efecto invernadero y, después del dióxido de carbono, el segundo responsable del calentamiento global. El pasado noviembre un importante grupo de jefes de estado y presidentes de gobierno anunció su adhesión al Compromiso Global del Metano, una iniciativa que iremos analizando a lo largo de este artículo desde diferentes perspectivas.

El Compromiso Global del Metano presentado en la COP26

El 2 de noviembre de 2021, la Unión Europea y Estados Unidos lanzaron el Compromiso Global del Metano en una reunión de líderes mundiales celebrada en Glasgow en el marco de la COP26. Una iniciativa para conseguir una reducción global del 30% de las emisiones de metano en 2030, respecto a los niveles de 2020. Su anuncio, el tercer día de la COP26, causó un gran revuelo y también interferencias con los procesos de negociación de la conferencia que prácticamente no había aún empezado. Y es que el interés mediático que generan las Conferencias del Clima va en aumento, y la necesidad de muchos jefes de estado y presidentes de gobierno de aparecer ante el mundo como líderes altamente comprometidos con la lucha climática cada vez es más apremiante.

En febrero de 2022, los países adheridos al Compromiso Global del Metano ascendían a 111. Entre estos hay importantes ausencias, como las de China, India y Rusia, tres de los seis países que encabezan el ranquin de emisiones de este gas. Sin embargo, en el comunicado de la reunión del G20 inmediatamente anterior a la de la COP26 ya se evidenció este súbito interés por el metano. Este compromiso no obliga a los países firmantes a nada, ya que únicamente dan su apoyo a una declaración de intenciones sobre un objetivo de reducción mundial. Una declaración que no entra en la distribución de los objetivos de reducción que debería alcanzar cada uno de los países, y que tampoco contempla ningún mecanismo para hacer seguimiento del progreso que estos vayan realizando a lo largo de los años. Por un lado, esta iniciativa parece encaminada a dar un nuevo impulso, a través de un compromiso de «alto nivel», a proyectos ya existentes como el Climate and Clean Air Coalition y la Global Methane Initiative los cuales, entre otros objetivos, pretenden reducir las emisiones de metano en algunos sectores clave. Emisiones que, a pesar de estos esfuerzos, siguen aumentando año a año. Por otro lado, grandes estantes dedicados al metano en los pabellones de la COP26 daban a entender que aquella sería la COP del metano. De hecho, en el punto 37 de la declaración final de la conferencia aparece la siguiente mención al metano:

37) Invita a las Partes a estudiar nuevas medidas para reducir de aquí a 2030 las emisiones de gases de efecto invernadero distintos del dióxido de carbono, entre ellos el metano […]

Una mención sorprendente, ya que el metano, como recordaremos, es un potente gas de efecto invernadero y por lo tanto incluido en el grupo de «gases de efecto invernadero distintos del dióxido de carbono». Por lo que la mención explícita al metano que aparece en la declaración es a todas luces redundante y solo se explica en las claves políticas ya mencionadas.

Vamos a intentar explicar por qué el metano es un gas al que apuntan algunas estrategias de reducción de emisiones y el peligro de poner el foco en el metano y dejar para más adelante las imprescindibles y urgentísimas reducciones del dióxido de carbono que proviene de la quema de combustibles fósiles.

El metano, un potente gas de efecto invernadero

El metano, CH4, es un gas inodoro e incoloro que se encuentra presente en la atmosfera terrestre en concentraciones unas mil veces inferiores a las del dióxido de carbono. Desde los inicios de la revolución industrial, la concentración de metano en la atmosfera ha ido aumentando debido a emisiones relacionadas con actividades humanas. En la actualidad su concentración se ha multiplicado por 2.5 respecto a la concentración en la época preindustrial.

Al igual que el dióxido de carbono, el metano es un gas de efecto invernadero. Esto significa que tiene capacidad de absorber la radiación infrarroja que emite el planeta y reemitirla en todas direcciones con el consiguiente efecto de calentamiento de la superficie terrestre que esto conlleva. En comparación con el dióxido de carbono, el potencial de calentamiento del metano es mucho mayor. En un horizonte temporal de 20 años, 1 kg de metano tiene un potencial de calentamiento 86 veces mayor al de 1 kg dióxido de carbono. Por esta razón, aunque la concentración de este gas en la atmosfera es muy inferior a la del dióxido de carbono, su efecto en relación con el calentamiento global es también muy importante.

A diferencia del dióxido de carbono, cuyo tiempo de permanencia en la atmosfera es muy grande (siglos), el metano es un gas de efecto invernadero de vida corta. La vida media del metano es de unos 12 años. Esto no implica que pasados 12 años el metano «desaparezca» completamente de la atmósfera, sino que, pasados 12 años de su emisión, la cantidad emitida se ha reducido en un factor 2.7. El mecanismo más común de remoción de metano de las capas bajas de la atmósfera es mediante reacción con el ion hidroxilo, dando lugar a dióxido de carbono y vapor de agua.

Las emisiones de metano asociadas a la actividad humana

Las emisiones mundiales de metano, al igual que las de todo el conjunto de gases de efecto invernadero, no han cesado de subir. En concreto, entre 1990 y 2019 han aumentado un 24%. En la actualidad las emisiones de metano relacionadas con la actividad humana superan las de origen natural. Sus principales focos, por orden de importancia, son:

  • Actividades agrarias, directamente relacionadas con el sector alimentario (44% de las emisiones globales de metano):
  • a) Ganadería (35% de las emisiones). Aportaciones de metano del ganado bovino, caprino y ovino. Y en general de las especies de animales rumiantes. En el estómago de estos animales se producen procesos de fermentación entérica que generan metano que escapa a la atmosfera. El aumento de esta partida está directamente relacionado con el aumento de la ingesta humana de productos cárnicos y lácteos.
  • b) Agricultura mediante inundación (9% de las emisiones). El arroz, cereal básico en todo el continente asiático, se produce en campos inundados. En los lugares donde se encuentra agua estancada es fácil que se produzcan procesos de descomposición de materia orgánica con falta de oxígeno en los que se genera metano.
  • Actividades relacionadas con el sector energético (35% de las emisiones de metano): El metano es el principal componente del gas natural, un combustible fósil junto al carbón y al petróleo. Quemamos gas para calentar y producir electricidad, pero las fugas de metano en gaseoductos y depósitos, junto con las fugas de grisú (cuyo componente principal es el metano) en la minería del carbón son la principal causa de sus emisiones en el sector energético.
  • Emisiones que provienen de vertederos de basura y de procesos de tratamiento de residuos orgánicos (20% de las emisiones). Como ya se ha comentado, la descomposición de la materia orgánica en ausencia o poca presencia de oxígeno, genera metano.

En la actualidad encabezan el ranquin de los países con mayores emisiones de metano: China, Estados Unidos, India, Brasil, la Unión Europea de los 27 y Rusia. Cabe remarcar que estos países, a excepción de Brasil, son los mismos que encabezan las emisiones de dióxido de carbono. La cantidad de emisiones de metano de cada uno de estos países, y el origen de estas emisiones, depende enormemente de su realidad socioeconómica. La sección izquierda de la figura 1 nos muestra la composición de las emisiones de estos seis países en el año 2019, último de los años con datos disponibles. Vemos claramente que países como EE. UU. y Rusia que son grandes productores de gas natural y China, productor de carbón, tienen una mayor proporción de sus emisiones asociada al sector energético, mientras que, las emisiones asociadas a la ganadería dominan en India, Brasil (país exportador de carne) y también en la UE27.


Figura1

Figura 1. Izquierda: emisiones de metano, en 2019, de los seis países que encabezan el ranquin de emisiones globales. Derecha: emisiones de metano acumuladas per cápita, en el periodo 2008-2019, de los países que en la actualidad son los principales emisores. Datos de emisiones: Gütschow, J. et al. (2021) del PRIMAP-hist national historical emissions time series v2.3.1 (1850-2019). Datos de población de UNDESA (2019).

Cuando, en vez de comparar las emisiones de estos países en un determinado año, se compara su acumulado en varios años de emisiones per cápita, el ranquin cambia por completo. La sección derecha de la figura muestra el acumulado a lo largo de los 12 años que comprende el periodo 2008-2019. Calculamos el acumulado en 12 años, porque esta es la vida media del metano en la atmosfera y, por lo tanto, es dicho acumulado el que podemos relacionar con el impacto que estos países han causado en el calentamiento global. También es útil normalizar los datos por habitante, ya que es lógico que países con grandes niveles de población y, por lo tanto, con muchas bocas a alimentar, tengan unas mayores emisiones de metano. Cuando se observa la figura de la derecha, sorprende la gran diferencia que existe entre las emisiones per cápita de estos países. Mientras que las de EE. UU., Brasil y Rusia están muy por encima de la media mundial que es de unos 41 kg CH4 per cápita; las de China y la UE27 están ligeramente por debajo de la media y las de India son especialmente bajas. Teniendo en cuenta que un 15% de la población de India sufre malnutrición, sería esperable que en los próximos años las emisiones de metano de este país sigan aumentando como resultado de su lucha contra el hambre. Básicamente, la figura de la derecha refleja que las responsabilidades de los países son claramente diferentes y que, por lo tanto, sus esfuerzos en la reducción de las emisiones de este gas también deberían ser claramente diferentes.

Las diferencias en las emisiones acumuladas per cápita permiten explicar por qué es difícil que un país como India se una al Compromiso Global del Metano, un compromiso que solo marca una cifra de reducción a nivel global: un 30% en 2030 respecto a las emisiones en 2020, pero que no hace ninguna referencia a los distintos esfuerzos de mitigación que deberían llevar a cabo sus integrantes. En las rondas de negociación de la Convención Climática, India nos recuerda constantemente que los países no tienen la misma la responsabilidad en generar la actual crisis climática y que, por lo tanto, no se debe ni puede darse por hecho que todos los países tengan que reducir sus emisiones al unísono.

Pros y contras del Compromiso Global del Metano

Todos los escenarios de reducción de emisiones compatibles con estabilizar el calentamiento global en 1.5 oC nos indican que es absolutamente necesario realizar de forma urgente drásticas reducciones de emisiones de todos los gases de efecto invernadero. Con base en esto, damos la bienvenida a todo acuerdo que vaya en esta dirección, entre ellos y por supuesto al Compromiso Global del Metano, y esperamos que las buenas intenciones de los países adheridos no tarden en trasladarse en compromisos y políticas que puedan ser evaluados dentro del marco del Acuerdo de París. Por otro lado, lamentamos que este acuerdo se geste y quede fuera del contexto de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (UNFCCC). No ayuda a fortalecer los procesos de la UNFCCC, ni tampoco a las ya debilitadas Naciones Unidas, iniciativas lideradas por algunos Estados que no lo sean en los marcos multilaterales de los Estados del mundo. En algunas ocasiones provocan más ruido que no resultados tangibles.

Según nuestra opinión, se está poniendo el metano sobre la mesa porque el coste de reducir sus emisiones es más bien bajo, y el potencial de calentamiento de este gas es muy alto. Aunque aquí debemos remarcar que el coste y la viabilidad de reducir las emisiones en los diferentes sectores no es el mismo. La reducción de metano en el sector energético es especialmente ventajosa. Reparar y evitar fugas en conducciones y depósitos de gas natural evita desperdiciar un recurso y, por lo tanto, mejorar la eficiencia de su uso. El coste de las inversiones rápidamente se recupera puesto que conlleva la generación de beneficios económicos. En el sector energético también es relativamente fácil actuar desgasificando las minas de carbón e inundando las minas que ya no se explotan.

El sector de los residuos es otro con un gran potencial de reducción a bajo coste. Se trata de captar y canalizar el metano generado en los procesos de descomposición de residuos orgánicos (por ejemplo, en vertederos) y aprovecharlo como recurso energético. En consecuencia, se trata de valorizar un subproducto para convertirlo en un recurso con el que se puede generar calor y electricidad, evitando su vertido a la atmosfera. La reducción de emisiones tanto en el sector de los residuos como en el energético puede incentivarse con marcos regulatorios adecuados. Se nos hace difícil entender por qué estas regulaciones no están funcionando desde hace años.

La situación no es la misma en el sector agrario en el que los costes de la mitigación son considerables. Además, teniendo en cuenta que las previsiones de Naciones Unidas indican que la población mundial seguirá aumentando hasta finales de siglo, el consecuente aumento de las producciones agrícolas hace difícil entrever reducciones significativas de las emisiones en este sector.

Por otro lado, el peligro de poner el metano en el centro de la acción climática es que puede dar pie a lecturas en la línea de «ahora toca reducir el metano, y más adelante ya reduciremos las emisiones de dióxido de carbono». Dejar para mañana abordar la principal causa del cambio climático sería un grandísimo error. Es preciso recordar que las emisiones de metano representan solo un 17% de las emisiones del conjunto de gases de efecto invernadero, mientras que las de dióxido de carbono ascienden al 75%. Como ya hemos comentado en anteriores artículos nuestros, si no reducimos las emisiones de dióxido de carbono de forma muy drástica en los próximos años, será imposible estabilizar el calentamiento global en 1.5 oC, y pondremos en un grave riesgo el futuro de la humanidad y de muchos de los ecosistemas del planeta.

Terminaremos este artículo con la siguiente reflexión: reducciones de metano, sí claro, pero aún más importantes deben ser las reducciones de dióxido de carbono que debemos emprender. El tema es que reducir las emisiones de metano un 30%, implica mayoritariamente hacer un buen mantenimiento predictivo de algunas instalaciones que, tal como hemos explicado, tendrá incluso beneficios económicos, mientras que reducir drásticamente las emisiones de dióxido de carbono implica que los países ricos cambiemos los patrones de consumo, la forma como producimos electricidad, los modelos de movilidad y sistemas de transporte… Y estos cambios estructurales son los que se resisten a realizar quienes quieren perpetuar el modelo económico y de desarrollo actual, modelo que nos está precipitando hacia el colapso climático.

(Artículo en coautoría con Josep Xercavins i Valls, Profesor jubilado de la UPC y ex codirector del GGCC de la UPC)