En columnas anteriores he manifestado mis diferencias sobre el origen y la solución al cambio climático o calentamiento global, con lo que argumentan los organismos internacionales, o diversas opiniones de especialistas que aparecen en la prensa nacional e internacional. En esta columna, me referiré cual es la principal medida, que según mi punto de vista, es la que se debe implementar para realmente combatir el calentamiento global.

En mi primera columna sobre este tema, del mes de octubre 2021, titulada Cambio climático, causa y solución equivocada, sostuve:

El IPCC, grupo intergubernamental de científicos expertos en cambio climático, que se creó en 1988 por las Naciones Unidas y la Organización Meteorológica, y su primer informe fue publicado en 1990. Sin embargo, a pesar de sus aportes científicos y técnicos, en estos últimos 31 años, el deterioro del clima no ha hecho que avanzar, y los científicos expertos no han podido encontrar la solución técnica y científica para detener el deterioro del clima, y además, porque los grandes países que más aportan al cambio climático, son reacios a aplicar esas soluciones técnicas Ello es un claro indicio, que tanto la causa como la solución al cambio climático no pasa por una solución técnica, sino por una decisión política, lo que significa que la solución es económica, porque es el poder económico que por lo general domina o tiene una preponderante influencia en los gobiernos, es decir en la política. Según estos científicos expertos en el cambio climático, si queremos solo «estabilizar» el clima, será necesario lograr rápida y sostenidamente cero emisiones netas de CO2, y las principales medidas que proponen es cambiar la matriz energética desde el carbón y el petróleo a las energías renovables eólica, solar, hidrógeno verde.

Sin embargo, en esta misma columna reprodujimos un informe de la ONU que decía:

Los gases de efecto invernadero (GEI) se producen de manera natural y son esenciales para la supervivencia de los seres humanos y de millones de otros seres vivos ya que, al impedir que parte del calor del sol se propague hacia el espacio, hacen la Tierra habitable. Después de más de un siglo y medio de industrialización, deforestación y agricultura a gran escala, las cantidades de gases de efecto invernadero en la atmósfera se han incrementado en niveles nunca antes vistos en tres millones de años. A medida que la población, las economías y el nivel de vida –con el asociado incremento del consumo— crecen, también lo hace el nivel acumulado de emisiones de ese tipo de gases.

Según la ONU, los GEI se han incrementado desde hace un siglo y medio de industrialización, deforestación y agricultura industrializada, y ellos serían entonces la causa del calentamiento global, sin embargo, los expertos y científicos del IPCC, nos proponen como solución solo cambiar la matriz energética desde el carbón y petróleo a energías renovables, es decir nuevos negocios industriales, siendo que es la industria, desde hace 150 años, la que está al origen del extraordinario aumento del consumo de energía, que ella provenga de fósiles o renovables.

Por otra parte, todas las COP (Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático) realizadas hasta la fecha, tampoco se han atacado a la industrialización como el causante del calentamiento global, solo culpan al uso de combustibles fósiles, que solo son un derivado un efecto del crecimiento de la industrialización. Y la COP 26 realizada en Glasgow en noviembre último, también solo se ha atacado al cambio de combustibles fósiles por energías renovables, dejando absolutamente de lado la industrialización y el crecimiento económico, factores principales del cambio climático. Sin embargo, no es la industrialización en sí, la que genera el calentamiento global sino que la obsolescencia planificada de la producción industrial, implementada masivamente desde hace más de 60 años, primero en EEUU, y posteriormente en todos los países industrializados del mundo. Por ello concluíamos en nuestra columna de octubre:

En los hechos no es tanto la industrialización en sí que produce el calentamiento global, sino que el despilfarro, el derroche absolutamente injustificado e innecesario, que comenzó a implementarse masivamente desde fines de la Segunda Guerra Mundial, cuando la obsolescencia planificada de la casi totalidad de los productos industriales, se convirtió prácticamente en una ideología con el objetivo de acortar deliberadamente y cada vez más, la durabilidad de la gran mayoría de los productos de consumo producidos por la industria, de manera de continuar con el crecimiento económico y mantener el empleo.

Continuando con este razonamiento, en la segunda columna publicada en noviembre último, titulada Obsolescencia planificada y cambio climático, sostuve:

No son los combustibles fósiles en sí, los únicos ni los principales causantes del calentamiento global, La prueba de ello es que en los últimos 10 años, y principalmente en los últimos 5 años, ha habido un cambio importante de la matriz energética de combustibles fósiles a energía renovables, incluso en países subdesarrollados del hemisferio sur, sin embargo, los últimos 6 años han sido los años más calurosos registrados, y los océanos están más calientes que nunca, como lo afirmara también el Secretario General de la ONU al inaugurar la COP 26. Ello es un claro indicio que la causa primaria del calentamiento global no es únicamente el uso de combustibles, y que la causa primaria es el despilfarro y derroche de recursos naturales e industriales, que para producirlos se necesita precisamente despilfarro de energía, que ella provenga de fósiles, nuclear o renovables. Es ese despilfarro y derroche absolutamente innecesario y prescindible que se debe detener, y solo se podrá no solo detener, sino disminuir considerablemente el crecimiento energético.

En 1960, el economista y sociólogo estadounidenses, Vance Packard publicó un libro de mucho éxito en esa época que se llamó The Waste Makers, que en 1961 fue publicado en Argentina con el título Los Artífices del Derroche. Este libro muestra como la obsolescencia planificada científicamente, fue implementada masivamente en EEUU en los años cincuenta del siglo pasado. En este libro se dan a conocer múltiples investigaciones e informes de instituciones empresariales y de revistas técnicas en ingeniería, diseño, marketing y sociología, que justificaban la obsolescencia planificada y la disminución de la durabilidad de los productos industriales. Escribía Vance Packard:

Pero para la década pasada el problema de la creciente productividad de bienes de consumo pesaba una vez más sobre los productores. Muchos de los vendedores comenzaron a hablar con inquietud en cuanto a la necesidad de una mayor obsolescencia. Y los periódicos de la industria cavilaban acerca de los problemas involucrados. El número de febrero de 1959 de Dun's Review and Modern Industry publicaba un artículo de Martin Mayer, autor de Madison Avenue, U.S.A. El estudio se intitulaba: Obsolescencia planificada: ¿Receta para mercados fatigados? Mayer observaba que una vez que se deja de lado el asunto del juicio subjetivo resulta claro que un esquema exitoso de obsolescencia de estilo debe ser eventualmente reforzado por una disminución en la durabilidad del producto.

Qué significa esto, preguntaba, para los hombres responsables del diseño de esos productos? En primer lugar, significa que el diseño con vistas a la obsolescencia planificada se convierte en un objetivo legítimo, agregaba que el actual consumidor «comprará de buen grado un artefacto que Ie sirva, digamos, no más de dos o tres o cinco años, para ser remplazado luego por un modelo nuevo presumiblemente mejor. Pero no aceptará esta vida limitada del artefacto si además tiene que cargar con los servicios de mantenimiento y reparación, y de costos, durante el mismo periodo» (…) Otra publicación que se preocupaba por el problema de la obsolescencia, y en términos más críticos, era Product Enginering. Su director acusaba: «La doctrina de la obsolescencia planificada ha sido llevada tan lejos, que el producto apenas se mantiene en pie para ser acarreado. Y el mantenimiento es tan difícil y poco digno de confianza, que el remplazo del producto por otro resulta más fácil».

Un lector de la publicación protestaba contra la obsolescencia planificada y ofrecía una proposición realmente drástica. «¡Dejémonos durante algún tiempo de todas estas investigaciones y mejoramientos! –decía-. Ya nos encontramos ahora hundidos hasta la coronilla en el progreso'... Nos estamos inundando de basuras. La ciencia idea basuras; la industria las produce en masa: los hombres de negocios las venden; la propaganda condiciona nuestros reflejos para que las compremos. Por cierto, son diestros basureros... ¿Pero y nosotros? ¿Hasta dónde hemos llegado? ¡Somos hombres de las cavernas orientados hacia la basura!».

(Vance Packard, obra citada)

Esto último demuestra que ya en aquella época existía conciencia en algunas personas, que se estaba produciendo para la basura, con un despilfarro colosal de energía y recursos naturales que no era necesario gastar, si se continuaba a mantener e incluso a aumentar la durabilidad de la producción industrial. Ese insensato derroche es el que hoy nos pasa la cuenta con el calentamiento global y que las autoridades políticas no se atreven a enfrentar. Sin embargo, soluciones existen para detener la obsolescencia planificada, pero no son soluciones técnicas sino políticas, y es lo que trataremos de fundamentar.

Extender coercitivamente, es decir por ley, la durabilidad de los productos industriales, imponiendo la obligación de otorgar garantía mínima de 10 años a dicha producción.

Con la globalización o mundialización, no es factible que un fabricante o un grupo de fabricantes acepten voluntariamente fabricar productos que duren más de 5 o 10 años, y que todos esos productos tengan la posibilidad de ser reparados y el que mismo fabricante asegure que los clientes siempre podrán encontrar los repuestos necesarios. La desenfrenada competencia global por obtener el mayor beneficio y conservar o aumentar su parte de mercado, impide que los fabricantes puedan tomar decisiones de durabilidad de sus productos, que le hagan perder ganancias y partes de mercados, o simplemente desaparecer.

Solo existe una forma de aumentar la durabilidad de los productos y esta manera disminuir el calentamiento global, y esa forma es, la obligación legal y coercitiva de aumentar la durabilidad de los productos, extendiendo la garantía de manera general a 10 años, a todos los productos industriales, con alguna excepciones muy puntuales. Si los fabricantes tuvieran la obligación de garantizar sus productos durante 10 años, ellos mismos tendrían que diseñarlos para facilitar el mantenimiento y la reparación, y asegurar que existan los repuestos necesarios para respetar la garantía so pena de sanciones. De manera que cuando una pieza de un producto no funcione correctamente, solo cambiemos esa pieza o módulo y no el producto completo.

Por ejemplo, que quede absolutamente prohibido, que se pueda vender automóviles, camiones, motos, televisores, computadores, teléfonos móviles, impresoras, refrigeradores, lavadoras automáticas, calefones, etc., que tengan una garantía inferior a 10 años. Si los fabricantes estuvieran obligados a garantizar sus productos durante 10 años, les interesaría fabricar productos sostenibles en el tiempo. Tendrían que diseñarlos para facilitar el mantenimiento, la reparación y los repuestos necesarios. Los productos modulares deben fabricarse de modo que, cuando una pieza no funcione correctamente, solo se cambie esa pieza o el módulo al que pertenece y no el producto completo.

Si la regulación de establecer por ley la garantía por 10 años de los productos industriales, se hubiera impulsado hace 30 o 40 años, no habría sido aceptado por los fabricantes y comerciantes, e incluso por los consumidores, pero ahora que la conciencia ambiental ha aumentado considerablemente en la opinión pública, es mucho más aceptable por el consumidor este tipo de regulación, e incluso las empresas son cada vez más propensas a entrar en una lógica de responsabilidad social y ambiental. Pero por más conciencia ambiental que tenga un empresario, es imposible que individualmente implemente la garantía de sus productos por 10 años, porque quedaría rápidamente fuera del mercado. Solo por ley de aplicación general se puede implementar la garantía por 10 años. En el pasado se pudo implementar un día de descanso a la semana por la lucha encarnizada de centenas de miles de trabajadores europeos y americanos (recordar los mártires de Chicago de 1886), hasta que se impuso por ley de aplicación general en todo el mundo, y así también ha sido por la jornada de 8 horas, las vacaciones, la seguridad social, etc.

Si la obligación de garantizar los productos industriales se implementa en un país pequeño como Chile, no tendría ninguna repercusión global, pero sí tendría en Chile, porque aumentaría el empleo de todos los técnicos y artesanos que tendrían asegurar el mantenimiento y la reparación se esos productos garantizados, que casi en su totalidad vienen del extranjero. Pero si es la Comunidad Europea implementa la obligación legal de garantizar por 10 años los productos industriales, ello si tendría una gran influencia a nivel global, por la importancia de mercado europeo, pero en ese caso, no es solo a los fabricantes que se debería imponerle la obligación de garantizar sus productos, sino que tendría que aplicarse principalmente al comercio, puesto que hay muchos productos que en Europa casi no se fabrican como los televisores, computadores, teléfonos móviles, etc.

Tomemos un solo ejemplo. En la actualidad se producen alrededor de 70 millones de automóviles en el mundo1, pero si tuvieran que garantizar por 10 años, las necesidades en automóviles se podrían reducir a la mitad o quizás menos que eso. La producción mundial de televisores sobrepasa los 200 millones al año, y he visto en Chile algunos que no duran 2 años y no pueden ser reparados. Van a la basura. Si se obligara a darle garantía por 10 años, la producción de televisores bajaría quizás a un tercio. Si a ello agregamos los refrigeradores, lavadoras automáticas, computadores, etc., etc., es cuestión de imaginarse la cantidad de fábricas y abastecedores de toda esa industria que dejaría de funcionar, los miles de barcos que ya no se necesitarían para transportar desde los países que los fabrican hasta los que los consumen, y la cantidad de camiones que ya no se necesitarían para transportar desde los puertos hasta los consumidores: ¡Cuán colosal sería la disminución de combustibles fósiles y en general de energía y emisión de CO2, que hoy generan calentamiento global!

Es entonces la Unión Europea la que tiene la palanca para disminuir el calentamiento global, terminando con la irracionalidad económica que lo ha generado.

Evidentemente que la obligación de garantizar la producción industrial por 10 años, con la consecuente disminución de la producción, generaría mucho desempleo, pero ello también puede ser remediado, disminuyendo considerablemente la jornada o semana de trabajo. Casi todo lo expuesto anteriormente lo desarrollé en 1980, en una tesis en la Sorbona que se titulaba La Reduction du Temps de Travail. Necessité Economique et Sociale.

Terminaré esta columna, con un ejemplo de irracionalidad económica y productiva, de mi país Chile, donde cada año salen alrededor de 900 barcos para exportar concentrados de cobre, que en un 70% esos concentrados contienen material estéril, simple piedra molida sin ningún valor. Es decir, se aumenta la emisión de CO2, sin haber ninguna necesidad y racionalidad, todo lo cual se evitaría si se fundieran y refinaran todos esos concentrados en Chile. Esta irracionalidad es la que han investigado académicos de la Universidad de Chile, parte de lo cual exponemos:

El rango de las emisiones de gases de efecto invernadero innecesariamente generadas, y por lo tanto evitables, producto del transporte de material estéril va de 1,5 a 2,1 millones de toneladas de CO2 equivalentes; montos que equivalen a entre 28% y 38% del total de las emisiones de CO2 generadas por todo el sector de minería de Chile en el año 2014 (que alcanzan a alrededor de 5,5 millones de toneladas cuando se incluye las emisiones asociadas al consumo de electricidad por parte del sector).

(López et al., 2016)

Chile ha comprometido reducir en 30% sus emisiones de CO2 generadas por unidad de valor agregado (PIB) hacia el año 2030, tomando como base el 2007; esto implica pasar de 1,02 a 0,71 toneladas de CO2 por millón de pesos chilenos de PIB en 23 años (Gobierno de Chile, 2015). Estas estimaciones implican que si se en vez de seguir exportando concentrados de cobre, Chile refinara todo el cobre domésticamente, el país reduciría las emisiones globales de carbono en un monto equivalente a más del 30% de las emisiones de carbono por valor agregado del sector minero chileno. Esto, considerando un escenario conservador para la estimación de las emisiones adicionales (1,6 millones de toneladas de CO2 equivalentes)2.

Esto que pasa en Chile nos confirma en el hecho que la solución al cambio climático, es sustancialmente política, pero como la política está por lo general sometida al gran poder económico, el calentamiento global por ahora no tiene solución real, solo cambios cosméticos, hasta que la ciudadanía mundial despierte a defender el futuro de sus hijos y nietos, que hoy ya está en peligro.

Notas

1 Evolución anual del número de vehículos producidos a nivel mundial entre 2000 y 2020, por tipo.
2 G. Sturla, E. Figueroa B., M. Sturla, Reducción de Emisiones Globales de Carbono Refinar el Cobre en Chile.