Entre el 31 de octubre y el 12 de noviembre, se realizó en Glasgow, Escocia, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático COP26. En esta cumbre participaron delegaciones de la mayoría de los gobiernos del mundo y, en algunos casos, sus jefes de Estado. Pero también participaron ejecutivos de grandes multinacionales, y activistas y organizaciones no gubernamentales con la finalidad de discutir una estrategia común para paliar los efectos del cambio climático.

El gran objetivo de la convención era reformular las metas de reducción de las emisiones de los gases de efecto invernadero (GEI) de modo que no superen los 1,5 grados Celsius en comparación con los niveles previos a la Revolución Industrial, de aquí al 2050 o de bajar las emisiones en 45% al 2030. Sin embargo, ya se han realizado 25 COP y el calentamiento global no ha mejorado, más bien ha empeorado, porque los grandes países que son los mayores emisores de carbono y GEI en general, no han cumplido con los acuerdos alcanzados, sobre todo el de Paris el año 2015.

El Acuerdo de París establece un marco global para evitar un cambio climático peligroso manteniendo el calentamiento global muy por debajo de los 2° C. y prosiguiendo los esfuerzos para limitarlo a 1,5° C. También aspira a reforzar la capacidad de los países para hacer frente a los efectos del cambio climático y a apoyarlos en sus esfuerzos El Acuerdo de París es el primer acuerdo universal y jurídicamente vinculante sobre el cambio climático, adoptado en la Conferencia sobre el Clima de París (COP21) en diciembre de 2015.

Sin embargo ese acuerdo universal y jurídicamente vinculante no ha dado resultados positivos, como lo aseguró, al inaugurar la COP 26 el Secretario General de la ONU.

El Secretario General António Guterres subió al podio con un mensaje de apertura contundente: «Los seis años desde el Acuerdo Climático de París han sido los seis años más calurosos registrados. Nuestra adicción a los combustibles fósiles está llevando a la humanidad al borde del abismo»… «Nos enfrentamos a una elección de salida. O lo detenemos, o nos detiene a nosotros», agregó, entregando cinco mensajes clave a los líderes mundiales.

«Ya basta de brutalizar la biodiversidad, matarnos con carbono, tratar la naturaleza como un inodoro, quemar y perforar y minar nuestro camino más profundo… Estamos cavando nuestras propias tumbas», dijo Guterres, y agregó que nuestro planeta está cambiando ante nuestros ojos desde el derretimiento de los glaciares hasta los implacables fenómenos meteorológicos extremos. Recordó que el aumento del nivel del mar es el doble de lo que era hace 30 años, que los océanos están más calientes que nunca y que partes de la selva amazónica ahora emiten más carbono del que absorben.

«Los recientes anuncios de acción climática podrían dar la impresión de que estamos en camino de cambiar las cosas. Esto es una ilusión», afirmó, refiriéndose al último informe sobre planes nacionales de reducción de emisiones, conocido como NDCs, que indica que, incluso cumplido plenamente, el resultado aún condenaría a nuestro mundo a un aumento «calamitoso» de 2,7 grados. «E incluso si las promesas recientes fueran claras y creíbles, y hay serias dudas sobre algunas de ellas, todavía nos encaminamos hacia la catástrofe climática. Entonces, al abrir esta conferencia climática tan esperada, todavía nos dirigimos hacia el desastre climático», enfatizó.

Ahora, si bien el cambio climático es global y amenaza por igual a todos los países y regiones del planeta, no todos concurren a generar el calentamiento global, ya que ello es generado principalmente en el hemisferio norte industrializado, como nos lo confirma el Dr. Soma Marla:

Los 10 principales emisores, entre los que se encuentran China, la Unión Europea y Estados Unidos, representan más de dos tercios de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero (GEI), mientras que los 100 países pobres del Sur sólo representan el 3,6% en conjunto. En consecuencia, estos países están sufriendo calamidades como graves sequías, deforestación, disminución de la biodiversidad, rápida desaparición de especies, lluvias intempestivas y sumersión de tierras como consecuencia de la subida del nivel del mar.

Es interesante señalar que, con sólo el cinco por ciento de la población mundial, Estados Unidos consume casi el 30% de los recursos naturales globales y destaca como uno de los principales contaminantes con la mayor parte de las huellas de carbono. India y otros países en vías de desarrollo exigieron la inclusión de responsabilidades comunes pero diferenciadas, buscando una mayor responsabilidad en la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero.

Los efectos del cambio climático en las comunidades, especialmente en el Sur Global en desarrollo, son alarmantes. Se trata de una crisis impulsada por los que «tienen», que golpea con más fuerza a los que «no tienen». El Occidente acomodado es históricamente un contaminante que deja grandes huellas de carbono.

Los causantes del calentamiento global son los grandes países industrializados, qué duda cabe, pero se quiere responsabilizar de ello solamente a los combustibles fósiles (carbón e hidrocarburos), como viene de señalarlo el secretario general de la ONU: «Nuestra adicción a los combustibles fósiles está llevando a la humanidad al borde del abismo». Sin embargo, no son los combustibles fósiles en sí, los únicos ni los principales causantes del calentamiento global. La prueba de ello es que, en los últimos 10 años, y principalmente en los últimos 5 años, ha habido un cambio importante de la matriz energética de combustibles fósiles a energía renovables, incluso en países subdesarrollados del hemisferio sur. Sin embargo, los últimos 6 años han sido los años más calurosos registrados, y los océanos están más calientes que nunca, como lo afirmara también el secretario general de la ONU al inaugurar la COP 26. Ello es un claro indicio que la causa primaria del calentamiento global no es únicamente el uso de combustibles, y que la causa primaria es el despilfarro y derroche de recursos naturales e industriales, que para producirlos se necesita precisamente despilfarro de energía, que ella provenga de fósiles, nuclear o renovables. Es ese despilfarro y derroche absolutamente innecesario y prescindible que se debe detener, y solo se podrá no solo detener, sino disminuir considerablemente el crecimiento energético.

El derroche es la causa

En una columna anterior señalábamos que la ONU sostenía que el aumento de los GEI comenzaron hace más de un siglo y medio de industrialización, deforestación y agricultura a gran escala.

Después de más de un siglo y medio de industrialización, deforestación y agricultura a gran escala, las cantidades de gases de efecto invernadero en la atmósfera se han incrementado en niveles nunca antes vistos en tres millones de años. A medida que la población, las economías y el nivel de vida -con el asociado incremento del consumo- crecen, también lo hace el nivel acumulado de emisiones de ese tipo de gases.

Sin embargo ninguna de la COP realizadas hasta la fecha, se han atacado a la industrialización como el origen del calentamiento global, solo culpan al uso de combustibles fósiles, que solo son un derivado del crecimiento de la industrialización. Y como ya lo hemos visto más arriba, la COP 26 realizada en Glasgow solo se ha atacado al cambio de combustibles fósiles por energías renovables, dejando absolutamente de lado la industrialización y el crecimiento económico, factores principales del cambio climático.

En los hechos no es tanto la industrialización en sí que produce el calentamiento global, sino que el despilfarro, el derroche absolutamente injustificado e innecesario, que comenzó a implementarse masivamente desde fines de la Segunda Guerra Mundial, cuando la obsolescencia planificada de la casi totalidad de los productos industriales, se convirtió prácticamente en una ideología con el objetivo de acortar deliberadamente y cada vez más, la durabilidad de la gran mayoría de los productos de consumo producidos por la industria, de manera de continuar con el crecimiento económico y mantener el empleo.

Si bien la obsolescencia planificada comenzó a aplicarse masivamente en todos los países industrializados, a contar de los años cincuenta del siglo pasado. sin embargo, la práctica de acortar deliberadamente la duración de los productos industriales, ya se había iniciado en los años veinte del siglo pasado, en algunas industrias, como fue el cartel de fabricantes de ampolletas.

En 1924, Osram y otros fabricantes de ampolletas fundaron el cártel Phoebus, que limitaba artificialmente la vida de las ampolletas a 1.000 horas (pudiendo esas rendir 2.500 horas) bajo amenaza de sanción. El cártel de Phoebus (también conocido como cártel de las lámparas incandescentes) fue un cártel territorial, de normas y de tipos, fundado en Ginebra el 15 de enero de 1925 por los principales fabricantes internacionales de ampolletas. El objetivo del cártel era llegar a acuerdos de intercambio de patentes e información técnica y repartir el mercado mundial de lámparas incandescentes entre los participantes.

En 1960, el economista y sociólogo estadounidenses, Vance Packard publicó un libro de mucho éxito en esa época que se llamó The Waste Makers, que en 1961 fue publicado en Argentina con el título Los Artífices del Derroche. Este libro muestra como la obsolescencia planificada científicamente, comenzó en EEUU en los años treinta del siglo pasado.

También los diseñadores de autos se mostraban en apariencia interesados por la posibilidad de practicar el control de la extinción de sus productos. En 1934, dos distintas entregas del Journal of the Society of Automotive Engineers citaba comentarios especulativos de oradores de recientes reuniones de la Sociedad. Uno subrayaba «que es de desear la construcción do automóviles con una vida limitada». Otro sugería que todas las piezas de los camiones podrían ser diseñadas con vistas a un «desgaste controlable», así como como con vistas a un desgaste imperceptible. Los años de la guerra disminuyeron temporariamente el «impulso cada vez mayor» de alejamiento de la durabilidad, señalado por Mr. Kelley.

Si bien Vance Packard constata que la planificación para disminuir la durabilidad de los productos industriales, había comenzado antes de la Segunda Guerra Mundial, pero la misma guerra había hecho retroceder esta política. Sin embargo, ella retomó fuerza y se hizo masiva y general en la industria norteamericana a partir de los años cincuenta del siglo pasado.

Pero para la década pasada el problema de la creciente productividad de bienes de consumo pesaba una vez más sobre los productores. Muchos de los vendedores comenzaron a hablar con inquietud en cuanto a la necesidad de una mayor obsolescencia. Y los periódicos de la industria cavilaban acerca de los problemas involucrados. El número de febrero de 1959 de Dun's Review and Modern Industry publicaba un artículo de Martin Mayer, autor de Madison Avenue, U.S.A. El estudio se intitulaba: «Obsolescencia planificada: ¿Receta para mercados fatigados?'' Mayer observaba que una vez que se deja de lado el asunto del juicio subjetivo resulta claro que un esquema exitoso de obsolescencia de estilo debe ser eventualmente reforzado por una disminución en la durabilidad del producto.

«¿Qué significa esto?», preguntaba, para los hombres responsables del diseño de esos productos. En primer lugar, significa que el diseño con vistas a la obsolescencia planificada se convierte en un objetivo legítimo, agregaba que el actual consumidor comprará de buen grado un artefacto que Ie sirva, digamos, no más de dos o tres o cinco años, para ser remplazado luego por un modelo nuevo presumiblemente mejor. Pero no aceptara esta vida limitada del artefacto si además tiene que cargar con los servicios de mantenimiento y reparación, y de costos, durante el mismo periodo (…) Otra publicación que se preocupaba por el problema de la obsolescencia, y en términos más críticos, era Product Enginering. Su director acusaba: «La doctrina de la obsolescencia planificada ha sido llevada tan lejos, que el producto apenas se mantiene en pie para ser acarreado. Y el mantenimiento es tan difícil y poco digno de confianza, que el remplazo del producto por otro resulta más fácil».

Un lector de la publicación protestaba contra la obsolescencia planificada y ofrecía una proposición realmente drástica. «¡Dejémonos durante algún tiempo de todas estas investigaciones y mejoramientos! –decía-. Ya nos encontramos ahora hundidos hasta la coronilla en el progreso... Nos estamos inundando de basuras. La ciencia idea basuras; la industrial las produce en masa: los hombres de negocios las venden; la propaganda condiciona nuestros reflejos para que las compremos. Por cierto, son diestros basureros... ¿Pero y nosotros? ¿Hasta dónde hemos llegado? ¡Somos hombres de las cavernas orientados hacia la basura!».

Podríamos seguir dando ejemplos de este libro y de otros que se escribieron en esa misma época en EEUU y Europa, pero lo que queremos hacer ver, es que hace más de 60 años que comenzó masivamente la obsolescencia planificada de la producción industrial para el consumo, y esa es la causa originaria del calentamiento global, puesto que desde aquellos años se han consumido energías fósiles que no era necesario consumir, si para satisfacer las necesidades humanas o del consumidor, se hubiera continuado a mantener la durabilidad de los productos que existía hace 60 o 100 años atrás, es decir, sino se hubiera aplicado masivamente la obsolescencia planificada, en que hoy China, es el campeón indiscutido de dicha obsolescencia, con miles de productos que a los pocos meses van a la basura.

Y la obsolescencia planificada ni siquiera fue mencionada en la COP 26, como una posible causa del calentamiento global, por lo cual, esta COP como las 25 anteriores, para desgracia de la humanidad, no ayudarán a disminuir el calentamiento global, y lo más probable es que seguirá aumentando.

Referencias

Patrick Gaughen. Structural Inefficiency in the Early Twentieth Century: Studies in the Aluminum and Incandescent Lamp Markets.
Vance Packard. Los Artífices del Derroche, 1961. Ed. Sudamericana, Buenos Aires.