«La derecha —dice Eduardo Galeano— tiene razón cuando se identifica a sí misma con la tranquilidad y el orden: es el orden, en efecto, de la cotidiana humillación de las mayorías, pero orden al fin: la tranquilidad de que la injusticia siga siendo injusta y el hambre hambrienta».

¿Es usted de derecha o de izquierda?, preguntaron a De Gaulle y él respondió: «Ni una ni otra. Soy de arriba». Y lo refrendó cuando le invitaron a ser miembro de la Academia Francesa: «¡Pero cómo, si yo soy el patrón de la Academia!».

Para Mao Zedong la «derecha» es el imperialismo y la «izquierda» es el pueblo. En su lenguaje metafórico vivir con el pueblo es como un pez en el agua, que no tiene dueño y fluye con el río. «Todos los imperialistas son tigres de papel; es el pueblo el que es realmente poderoso». Y dijo también «¿Quiénes son tus enemigos? ¿Quiénes son tus amigos? Esta es la pregunta más importante para la Revolución» (Libro Rojo). Pero, ¿qué podemos decir hoy de lo que es la derecha y la izquierda? Asunto complejo, extenso y difícil.

Por su parte, ninguno de los dos campeones de la sociología política, Marx y Weber, parecen tener predilección por estos términos políticos. Desde distintas perspectivas, ambos parecen referirse más bien a clases, estratos o niveles sociales, a partir de su ubicación y relaciones estructurales o funcionales. Su geometría política apuntaría más bien hacia una pirámide con estratos hacia «arriba» y hacia «abajo».

Hay, sin embargo, un cúmulo extraordinario discursos y de trabajos que inundan la literatura política con definiciones, descripciones y especulaciones sobre lo que se entiende por derechas e izquierdas. Así, en plural. No es posible tener una sola definición que no implique los dos términos. Son conceptos dicotómicos: tradicionalismo frente a reformismo; conservadurismo frente a progresismo; materialismo frente a idealismo; liberalismo frente a socialismo, etc. La derecha se decanta en el discurso político favorable a la «libre competencia», y la izquierda a favor de la «justicia social».

Algunos autores ubican el origen de esos términos en la época de la Revolución Francesa, según el lugar donde los representantes tomaban asiento: los radicales en el lado izquierdo de la Asamblea (el «Estado llano»); o bien, en el lado derecho los partidarios de la restauración monárquica (la «nobleza» y la eclesia). De ahí en adelante se han venido usando esos términos con distintas variantes y en grados diversos. Se aplican a personas, colectivos, ideas e ideologías, corrientes filosóficas, partidos políticos, regímenes gubernamentales y aún a expresiones de arte y cultura. Pareciera que el poder constituido es en sí mismo la derecha, y que la izquierda debiera ser siempre una mera aspiración o un proyecto para acceder al poder. Pero esto no es así. Son los hechos reales y su contenido concreto lo que los define.

El tema del que nos ocupamos implica teoría y práctica; es decir, una praxis política. En 1990, por iniciativa de Fidel Castro Ruz y el líder del Partido de los Trabajadores de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, tuvo lugar el Encuentro de Partidos y Organizaciones Políticas de América Latina y el Caribe, que en los años siguientes sería conocido como Foro de São Paulo, el cual desempeñó un papel decisivo en la reestructuración y redefinición de los programas de la izquierda latinoamericana. El Che a su vez comentó: «Qué bonito y qué fácil sería la tarea emancipadora de nuestros pueblos si pudiera prevalecer un principio de unidad; pero desgraciadamente vemos que lo que predomina son hegemonismos, liderazgos personalistas, jerarquías de diverso tipo, que impiden que se pueda lograr un planteamiento unitario y, ante esa desunión, la derecha avanza».

Hechos e información de la realidad contemporánea más reciente dan cuenta de la manera como se mueven hoy las derechas. Todavía durante la presidencia de Donald Trump, el movimiento de milicias ultraderechistas como los Oath Keepers, los Three Percenters, los Sovereing citizens y los Proud Boys, protagonizaron el Asalto al Capitolio de los Estados Unidos en 2021, intentando impedir que fuera proclamado como nuevo presidente el demócrata Joe Biden.

Ser o considerarse de izquierda o de derecha. He ahí una contraposición dialéctica que, con distintas denominaciones, recorre la historia. No es éste un tema solo intelectual, académico, moral o político. Es eso y algo más. Tiene que ver ineludiblemente con el ejercicio del poder (dominio, imperio, facultad y jurisdicción que alguien tiene para mandar o ejecutar algo) sea para forjar una utopía o para ejercer una cruda real politik. ¿Cuándo y cómo un poder puede ser considerado de izquierda o de derecha? ¿Cómo hacer eso sin adoptar perspectivas y posiciones «ideológicas», en el más directo y propio sentido de ese concepto?

Aquí entra en juego la teoría política. Uno de sus teóricos eminentes es Norberto Bobbio, quien escribió un ensayo bajo el título Derecha e Izquierda. Razones y Significados de una distinción histórica, donde analiza las elaboraciones de Schmitt a Heidegger, a Gramsci, a Sorel y a muchos otros, cuyas reflexiones han servido para fundamentar, en uno y otro campo, diferenciaciones que hoy aparecen como insuficientes para comprender los nuevos lineamientos políticos y sociales que se generan en el siglo XXI.

Otro gran teórico, Boaventura de Souza, ha escrito que la derecha tiene a su disposición a todos los intelectuales orgánicos del capital financiero, de las asociaciones empresariales, de las instituciones multilaterales, de los think tanks y de los grupos de presión, que le proporcionan a diario datos e interpretaciones que no son faltos de rigor y siempre interpretan la realidad llevando el agua a su molino. Por el contrario, las izquierdas no disponen de instrumentos de reflexión abiertos a los no militantes e, internamente, la reflexión sigue la línea estéril de las facciones.

Por otra parte, Francine Mestrum, en un magnífico y controversial ensayo crítico, Modernidad, eurocentrismo, colonialismo: la crisis de la izquierda, al hacer un balance poco favorable a las izquierdas de hoy se pregunta ¿qué queda de la izquierda? Piénsese en los dificilísimos debates suscitados por el golpe de Estado en Bolivia, ignorado por una parte de la izquierda radical; o de modo similar en el éxito electoral por ausencia de voto radical de un candidato no indígena (un banquero del Opus Dei) en Ecuador. ¿Hay buenas razones entonces —pregunta Francine— para pensar que ya no hay izquierda ni derecha?

Asimismo, en las elecciones para la Asamblea Constituyente de Chile las izquierdas volvieron a separarse y, por supuesto, a debilitarse pues el 80% de los mapuches se abstuvieron cuando el movimiento autonomista los llamó a no votar.

Si bien la lucha por las autonomías indígenas sigue siendo válida, ¿cómo legitimar esas decisiones en razón de identidades ideológicas endógenas orientadas hacia imposibles y utópicas autarquías?

Como puede observarse, el rango de enfoques y núcleos de interés es amplio. Los problemas que se debaten tienen que ver con la teoría y con la práctica, es decir con la praxis política. Con el objeto de categorizar algunos planteamientos, recurriremos a la síntesis que hace Bobbio sobre los valores que caracterizan a una y otra posición: la derecha enarbola la «libertad», mientras que la izquierda busca la «igualdad». Una dualidad a la vez dialéctica y contradictoria, que las «democracias» de la derecha y las «tiranías» de la izquierda no han sabido conjuntar ni superar.

Si en efecto somos «seres genéricos», estamos ya desde el lugar en que nacemos ubicados en el espectro político de nuestra sociedad. Podemos admitirlo o modificarlo, con el paso del tiempo, pero no podríamos eludir esa circunstancia. Nacer arriba es estar en la derecha; y nacer abajo, en la izquierda. Desenajenar a los de arriba y liberar a los de abajo pareciera ser la mejor apuesta. Pero eso ¿qué puede hoy significar? Entre otras cosas, que ser conscientes de nuestro lugar social puede aportarnos una vía para hacernos autoconscientes, en un sentido hegeliano; es decir, ser no solo sujetos en sí, sino para sí, como individuos y como clase. El lugar donde vives, comes, duermes, sueñas y, desde luego, donde trabajas, son la concreción y la evidencia irrefutable de tu lugar en el mundo. Eres lo que haces y cómo lo haces. Por tanto, las toponimias y categorías clasificatorias específicas están condicionadas por las épocas y culturas históricas sobre las que podamos pronunciarnos. Así, las gradaciones y matices de nuestra ubicación en el espectro político están dadas por nuestro lugar en la estructura social.

¿Eres explotador o eres explotado? «El descubrimiento de la estructura de la explotación —escribe Pablo González Casanova— tiene un significado innegable en el desarrollo de la ciencia social. Concebir la sociedad como estructura y precisar una de sus características esenciales —la explotación— es un paso equivalente al descubrimiento de que la tierra no es el centro del universo, con todas sus implicaciones gnoseológicas, psicológicas y políticas» (1971, Sociología de la Explotación, pp. 196).

Si ninguna sociedad puede ser próspera y feliz «cuando la mayor parte de sus miembros son pobres y miserables» (Adam Smith, Wealth of Nations) por qué ni con los votos ni con las armas —salvo por excepción y por breve tiempo— han podido las izquierdas hacer valer su posible e irrevocable hegemonía y su fuerza cuantitativamente mayoritaria? ¿Tendrá razón Gramsci cuando explica este hecho por la dominación ideológica y cultural de las mayorías pasivas y domesticadas por parte de los minoritarios poderes hegemónicos? ¿Por qué unos hombres se dejan dominar por otros si no es por la enajenación de su trabajo y de sus consciencias? ¿Es que en algún punto podría entonces coincidir una legión de izquierdistas depauperados con un puñado de privilegiados derechistas? ¿Sería eso posible en un hipotético «centro» integrador y equilibrado? ¿Qué significaría políticamente una posición de centro? No. No hay tal cosa. En esto la neutralidad es ilusoria.

Es el citado Norberto Bobbio quien clasifica en cuatro grandes rubros a esta especie de geometría política:

  1. El «centro izquierda»: socialismo liberal, socialdemocracia; son liberales e igualitarios.

  2. La «extrema izquierda»: los jacobinos, igualitarios y autoritarios, los comunistas.

  3. El «centro derecha»: conservadores, por la igualdad solo ante la ley.

  4. La «extrema derecha»: fascistas, nazis, antiliberales y antiigualitarios.

Consecuentemente, el autor no incluye una posición de «centro» como tal. El criterio fundamental para establecer la ubicación o pertenencia a alguna de las categorías mencionadas se basa en la clase, la raza, el sexo. Pero, en última instancia, es el «esto es mío» —la propiedad— lo determinante, como bien apuntó Rousseau en su famoso ensayo sobre El Origen de la Desigualdad entre los Hombres.

Para explicar esa «desigualdad» se ha hablado de diferencias «naturales» de género entre hombres y mujeres; de trabajo intelectual y manual; de razas superiores e inferiores. Y, sin embargo, se tiende a ocultar el factor decisivo: la capacidad de unos pocos para apropiarse del trabajo y la plusvalía de los otros, de los muchos más. Al pasar de los bienes comunes a su apropiación individual, a la propiedad privada, desde las sociedades primitivas hasta nuestro flamante capitalismo neoliberal, la estructura de la propiedad social se tradujo en «libertad» hacia arriba y «desigualdad» hacia abajo. La concentración del poder de la propiedad privada no tiene límites en la economía capitalista; pero sí de algún modo en la política reformista, ya que las mayorías van ganando espacios —desde luego todavía insuficientes— en los regímenes más o menos democráticos; o bien por las vías de las rebeliones y las revoluciones populares.

La confrontación de intereses materiales en conflicto de poderes fácticos y de ideologías políticas rebasan las pugnas partidarias, electorales y parlamentarias. La lucha por la emancipación de las mayorías no es solo un asunto de estrategias y tácticas de las «izquierdas», sino, primordialmente, de las capacidades subjetivas y de las condiciones objetivas que les permitan acceder a la democratización de gobiernos y Estados, de mercados y ciudadanías. Las «derechas», por su parte, acuden a los poderes coactivos de policías y ejércitos, y al lucrativo negocio de la guerra para preservar y proteger su condición de «elites» propietarias, como bien lo exponen Mosca, Pareto y Mitchel en sus trabajos sobre la Circulación de las Elites (1979).

No podemos pasar por alto que las derechas detentan el poder gubernamental, económico y mediático en la mayor parte de los Estados contemporáneos.

En el plano internacional el Norte representa en general a las derechas, mientras que el Sur representa a las izquierdas, siempre con excepciones. La presencia y fuerza de unas y otras se hace valer incluso en los organismos multilaterales e instituciones financieras como el BM, el FMI o el BID. En América Latina, p.ej., ha habido genuinos movimientos sociales de izquierda que han llegado al poder gubernamental como ocurrió en la primera década de este siglo, etapa en la que los liderazgos populares de Chávez, Lula, Kishner, Correa, Evo, Lozaya, lograron obtener amplias votaciones mayoritarias en sus respectivos países. Pero eso no duró demasiado. ¿Por qué? Entre otras razones porque no pudieron desmontarse las estructuras de poder ya largamente establecidas por las oligarquías aliadas a los intereses norteamericanos. Inclusive todavía en fecha reciente, en mayo de 2021, Moreno, Duque, Piñeira, Macri (mandatarios de Ecuador, Colombia y Chile, un expresidente de Argentina y Almagro de la OEA, aunque faltó Bolsonaro de Brasil,) se reunieron en el foro Defensa de la Democracia en las Américas, en Miami, para hacer las condenas de rigor a Cuba, Venezuela, Bolivia y acaso México.

Si en un plano geopolítico mundial hablamos de derechas e izquierdas es claro que, por los intereses que representan, los dos grandes bloques confrontados son, por un lado, las llamadas potencias occidentales, encabezadas por EE. UU. y la UE, quienes favorecen un estatu quo conservador, de derecha; mientras que China y Rusia se colocan entre las izquierdas en razón de sus políticas internas y externas, orientadas hacia los grandes sectores populares en busca de una mayor igualdad económica y social.

En la etapa actual de capitalismo liberal o de capitalismo de Estado las derechas, en control de los poderes fácticos, mantienen una hegemonía que se ve reforzada por una creciente presencia de las fuerzas armadas, policiales y militares, en la llamada «militarización» de las democracias. Por cuanto a las bases populares y los movimientos sociales de izquierda hay que decir que, si bien la mayoría se orientan a posiciones progresistas y en favor del cambio, al interior, al lado o frente a ellos, las organizaciones relativa o abiertamente más conservadoras actúan para contrarrestar su poder.

Una de las modalidades de la llamada Nueva Izquierda es el «progresismo», especie de actitud aperturista hacia la social democracia o al reformismo. Tal es el caso del organismo o partido convocado en 2018 por el Instituto Sanders y el Democracy in Europe Movement (DiEM25) cuando el griego Yanis Varufakis invitó a incorporarse a gente como Chomsky, Klein, Zizek, Corbyn, Correa, Garzón y otros íconos de la izquierda internacional. Su convocatoria ha sido hasta ahora limitada, al igual que su presencia pública y mediática. Pareciera confirmarse una vez más la idea de que son las circunstancias las que generan un cambio y no a la inversa. Progreso y progresismo son vocablos atractivos, pero su realidad es más bien retórica y limitada.

Benito Juárez, encabezando la lucha contra los invasores europeos y los «cangrejos» mexicanos, afirmó que «el triunfo de la derecha es moralmente imposible». Pero ideológica y políticamente no es así; por lo menos de manera intermitente. ¿Cómo es que eso se da en nuestro tiempo, en nuestros días? Se da prácticamente en todas las esferas: ideológica, económica, social, civil, religiosa, política, militar. En suma, podríamos decir que en última instancia las confrontaciones de izquierdas y derechas no sigue siendo hoy más que la lucha de clases entre opresores y oprimidos; es decir, entre los de «arriba» y los de «abajo», entre los que poseen y los desposeídos. La lucha de clases continúa. Sí. Hasta en tanto el planeta azul, tan amenazado por la destrucción bélica, ecológica, y pospandémica, siga girando. ¿Hasta cuándo?